Poco antes del amanecer de un día de verano en Washington, el presidente de Estados Unidos se desnudó sobre una roca junto al río, se sumergió de un clavado y vio que un hombre muerto flotó hacia la superficie.

Sabemos esto sobre John Quincy Adams —presidente de Estados Unidos de 1825 a 1829— porque llevó un diario para la posteridad. También lo han hecho muchos presidentes, desde George Washington —1789 a 1797— hasta Joe Biden.

En estos diarios —una colección de cuadernos, en el caso de Biden— se confían a sí mismos lo que ocurre, expresan opiniones crudas, registran incluso los hábitos monótonos de su época y ofrecen un conocimiento empírico basado en su experiencia sobre decisiones monumentales de su tiempo.

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Ahí también pueden guardar y revelar secretos que no deberían. Esa es parte de la razón por la que Biden enfrenta un mayor escrutinio del Congreso esta semana por su manejo descuidado de documentos clasificados después de su vicepresidencia.

Mientras tanto, Donald Trump se convirtió en la primera persona en la historia acusada de un delito por llevarse documentos gubernamentales confidenciales cuando era presidente, y después, a diferencia de Biden, resistirse a las exigencias de devolverlos.

Adams llamaba a su diario su “segunda conciencia” —sin mencionar que era donde registraba sus frecuentes baños desnudo en el Potomac, y desde entonces los presidentes han avalado el valor de anotar las observaciones del día o dictarlas a una grabadora para ayudarlos a reflexionar bien las cosas y preservarlas en la memoria, si no en autobiografías.

“El proceso de convertir una maraña de pensamientos en oraciones coherentes provoca que te hagas preguntas más difíciles”, dijo Barack Obama sobre su hábito de llevar un diario.

Jimmy Carter, quien salió de la Casa Blanca con más de 5 mil páginas de entradas transcritas, admitió que “rara vez ejercía alguna moderación en lo que dictaba”.

Dwight Eisenhower escribió en una entrada de su diario no sólo las luchas internas de un panel asesor científico, sino también su análisis altamente secreto, aunque cuestionable, de que las bombas atómicas soviéticas podían volverse 99% ineficaces al rodearlas con un tipo de radiactividad al que eran excepcionalmente vulnerables.

El diario de Trump se llamaba Twitter

Ahora, Robert Hur, el fiscal especial que investigó el tratamiento que dio Biden a documentos clasificados, pero quien se negó a recomendar cargos, comparecerá ante un comité de la Cámara de Representantes el martes para explicar los hallazgos que dejaron a ambos partidos ambivalentes, por razones opuestas.

La audiencia seguramente abordará la amplia historia de presidentes que dejaron el cargo con documentos que contenían secretos de Estado, incluso después de que la Ley de Registros Presidenciales de 1978 ordenara que el gobierno tuviera “propiedad, posesión y control total” de todos los registros presidenciales y vicepresidenciales. La ley fue sólo una parte de una limpieza reformista del gobierno tras la presidencia corrupta de Richard Nixon.

El diario de un presidente está exento de esa ley, al menos si su contenido no se relaciona con la conducción de asuntos oficiales, pero se supone que no debe contener información clasificada.

Según el informe de Hur, los diarios de Biden contenían reflexiones altamente clasificadas sobre adversarios extranjeros, amenazas nacionales y notas del Informe Diario del Presidente, incluidas algunas consideradas ultrasecretas con marcas que indicaban que provenían de fuentes de inteligencia humana, entre los secretos más controlados en el gobierno de Estados Unidos.

Parece que él conservaba varios juegos de notas, uno organizado para sus reflexiones diarias y otro dedicado a la política exterior. Estos documentos recopilan información que explica por qué desaprobaba el plan del presidente Obama de incrementar las tropas estadounidenses en Afganistán.

“Hay evidencia de que, después de su vicepresidencia, el señor Biden retuvo intencionalmente documentos con sello de confidencialidad sobre Afganistán y notas clasificadas escritas a mano sin marcar en sus cuadernos, los cuales almacenó en lugares no seguros de su casa”, escribió Hur.

“No tenía autoridad legal para hacer eso”, continuó Hur, y las acciones del presidente “pusieron en riesgo grave la seguridad nacional de Estados Unidos”. Pero dijo que la evidencia está muy lejos de demostrar que Biden retuvo y divulgó estos materiales clasificados intencionalmente.

La investigación del fiscal especial marcó un contraste muy claro entre Biden y Trump, al acreditar que el demócrata cooperó plenamente en la devolución de documentos que no debería haber tenido, accedió a registros en varios lugares y se sometió a una entrevista que duró más de cinco horas.

“Después de que se le dieron múltiples oportunidades de devolver documentos clasificados y evitar el procesamiento, el señor Trump presuntamente hizo lo contrario”, dijo Hur.

Ronald Reagan, señaló Hur en su informe, abandonó la Casa Blanca en 1989 con ocho años de diarios escritos a mano, “que parece haber guardado en su casa de California a pesar de que contenían información ultrasecreta”. El Departamento de Justicia no tomó ninguna medida conocida para recuperar o proteger los diarios.

Carter dictó entradas en su diario e hizo que una secretaria las mecanografiara. Al regresar a Plains, Georgia, después de su presidencia, Carter se dio cuenta de que tenía 21 volúmenes grandes de texto a doble espacio, y extractos de ellos se convirtieron en un libro.

Hur dijo que hay “algunas razones para pensar” que Carter y otro escritor entusiasta de su diario, George H.W. Bush, tenían información clasificada en sus diarios. Pero eso no es nada sorprendente.

“Históricamente, después de dejar el cargo, muchos expresidentes y exvicepresidentes se han llevado a casa, a sabiendas, documentos delicados relacionados con la seguridad nacional de sus gobiernos sin ser acusados de ningún delito”, escribió Hur.

Quienes estudian la historia siempre han dado gran importancia a las reflexiones espontáneas de los altos funcionarios, ya sea en un diario, una conversación filtrada o una de las miles de grabaciones de la Casa Blanca que seis presidentes grabaron en secreto desde la administración de Franklin Roosevelt hasta la caída de Nixon.

Esos episodios son menos comunes en la presidencia estadounidense moderna, que sigue un guion y está pulida y controlada, bajo cualquier presidente reciente que no se llame Trump.

“Proporcionan ventanas únicas a la presidencia, ayudándonos a comprender mejor cómo se formulan las políticas y se utiliza el poder”, dijo Marc Selverstone, director de Estudios Presidenciales y copresidente del Programa de Registros Presidenciales del Centro Miller en la Universidad de Virginia.

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