“Es difícil observar aquello que sus fuerzas están haciendo en Ucrania y pensar como un individuo, un líder, pueda justificarlas. Es depravación”, es la última estocada del Estados Unidos de Joe Biden contra Vladimir Putin, y tiene lugar en el día en el que Indonesia oficialmente invitó al líder del Kremlin a participar en la cumbre del G20 que tendrá lugar en noviembre en Balí.

Una decisión tomada no obstante la fuerte contrariedad de la administración estadounidense y balanceada con la decisión de abrir las puertas de la cumbre también a Ucrania y su presidente Volodimir Zelensky.

En las últimas semanas Biden había etiquetado al zar como un “asesino” y un “dictador”, acusándolo de “crímenes de guerra”, para luego elevar la puntería hasta evocar un “genocidio”.

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“Putin debe pagar las consecuencias de aquello que hizo y que está haciendo -vociferó hoy el portavoz del Pentágono, John Kirby- y no debería ser invitado al G20”. Una solicitud expresamente hecha por Biden que en más de una ocasión subrayó la necesidad de sacar al zar de aquel foro.

Y que en esta ocasión, según su vocera, no pretende dar marcha atrás. “Para la cumbre faltan aún seis meses”, subrayó Jen Psaki, y “el presidente es claro: la cumbre del G20 este año no puede ser un negocio como hasta ahora”.

El único que no comentó la decisión de Indonesia, dictada probablemente por la voluntad de no romper el frente de algunos países de las llamadas economías emergentes que rechazan tomar posición en el conflicto, fue el directo interesado. Putin hizo hablar a su portavoz, Dmitry Peskov, que a las preguntas de los periodistas respondió,z sin clarificar casi nada, ni siquiera la efectiva participación del presidente ruso al G20.

“No fue aún decidido”, respondió a quien le requería si iría, en persona o virtualmente. Y agregó que es “prematuro” decir si existirá un espacio para un encuentro de dos con Zelensky.

La única cosa cierta es la llamada telefónica entre Putin en el indonesio Widoo. “Mantuvieron una conversación positiva -dijo Peskov-. Putin auguró el éxito de la presidencia indonesa del G20 y aseguró que Rusia hará todo lo necesario y todo lo posible para contribuir en ello”.

Pero por el momento el éxito de la cumbre parece, en verdad, muy lejano e improbable. El formato está mostrando toda su debilidad y, sobre todo, las profundas divisiones internas. La administración norteamericana, desde el comienzo de la guerra, pidió la expulsión de Moscú. Y en la reunión de ministros de Finanzas del G20 en abril pasado, los delegados estadounidenses demostraron plásticamente su oposición, dejando los trabajos al momento de la intervención del ruso Anton Siluanov, seguido por los representantes de Kiev y de Bruselas.

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Una decisión fuerte que arrojó luz también en las divisiones en el interior del G20 en aquella ocasión -y no solamente- se mueve en un orden disperso.

Dividido entre quienes abandonaron el aula, quien ha considerado que era mejor permanecer culpando al ataque (como, entre otros, Italia) y quien, en cambio, no pretende tomar las distancias. Partiendo de China.

Rusia, dijo el vocero de la Cancillería de Pekín, Wang Wenbin, “es un miembro importante del G20 y ninguno tiene el derecho de expulsar a otros países: el G20 es el foro más importante para la cooperación económica internacional que reúne a las principales economías del mundo”.   

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