El texto, hallado en un archivo en México, es una primera versión de ‘El gallo de oro’, película basada en el libro de Juan Rulfo en la que también participó Carlos Fuentes

El primer guion que escribió Gabriel García Márquez con Carlos Fuentes en 1963 para adaptar la novela de Juan Rulfo “El gallo de oro” fue hallado en un archivo de México.

Cansado del periodismo y con la esperanza de sacar mejor provecho de su pasión por el cine, Gabriel García Márquez llegó a México en 1961. Carlos Fuentes llevaba ya cuatro años casado con una actriz, Rita Macedo, era íntimo de Luis Buñuel y había hecho sus pinitos escribiendo algún corto. Mientras que Juan Rulfo, 10 años mayor y con sus dos grandes obras ya publicadas, era el más implicado con el celuloide de la época: había rodado con María Félix y escrito guiones para el Indio Fernández. Arrastrados por una especie de fiebre del oro, la boyante industria cinematográfica mexicana no solo atrajo a los tres gigantes de la literatura, sino que los puso a trabajar juntos.

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Todo se fraguó en el “castillo de Drácula”, como llamaba García Márquez a la sede de la productora de Manuel Barbachano. Allí, en las tertulias de aquella oscura casona de la capital y de la mano de su paisano colombiano Álvaro Mutis, el recién llegado entró en contacto con exiliados españoles como Carlos Velo, uno de los directores estrella del cine de oro mexicano, o el propio Fuentes, que ya empezaba despuntar tras la publicación de La región más transparente (1961). De ese efervescente caldo de cultivo nacerá la oportunidad: en 1963, Gabo entra a trabajar como guionista adaptador de un texto de Juan Rulfo, El gallo de oro, una novela corta —no publicada hasta 1980— sobre la fatalidad y la fortuna a través del mundo de las ferias y los tahúres que Rulfo ya escribió pensando en su adaptación al cine.

Así comienza el inédito:

“1.- Créditos. Calle San Miguel del Milagro. Amanecer

Amanece. Mientras pasan los créditos se oyen las campanas de una iglesia.

(San Miguel del Milagro es un pueblo de construcción colonial: portales con arcadas, casas de muros lisos y calles anchas y empedradas. Al amanecer, el clima es fresco y húmedo, y las piedras de las calles brillan con el rocío. Al mediodía es ardiente y seco, con un sol cenital y polvoriento que resplandece entre los muros de cal y produce en el interior de las casas un sopor en penumbra).

Mujeres con rebozos negros se dirigen a la iglesia. Al fondo del sonido de la campana empieza a escucharse, remoto, el clamor de un pregonero. Sus palabras, todavía incomprensibles, parecen un lamento.

A medida que avanzan los créditos se vislumbra en el fondo de la calle la figura del pregonero. Lleva en la mano una lámpara de petróleo que balancea de un lado a otro mientras grita su pregón.

La campana deja de tocar al aparecer el último crédito. El pregonero se aproxima al primer plano. Es Dionisio Pinzón”.

Así comienza el primer guion que escribió García Márquez, una adaptación a lenguaje cinematográfico de la novela de Juan Rulfo, El gallo de oro, una historia trágica sobre la ascensión y caída de Dionisio Pinzón, “uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro”. Gracias a su mujer, la Caponera, un amuleto vivo que ayuda a los hombres a ganar riquezas, Pinzón se adentra en el mundo de los galleros, mariachis y tahúres que persiguen su destino de feria en feria por los pueblos del Bajío mexicano.

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