A la muerte del grande, los pequeños doblan. Es natural que, la condición humana, la ambición y el protagonismo formen parte de diversos detalles. Sergio Pitol (Sergio el Grande), seguirá soñando en su último viaje.

Sergio será un referente para recordar la vida. Rodeado de amigos, curiosos y de un pueblo que vivía ignorado de la existencia y obra del Premio Cervantes 2015, el galardón más importante en lengua castellana (la antesala al Premio Nobel,) decía que “quienes odian los libros, también odian la vida”.

Como Jorge Luis Borges, Pitol será recordado como el hombre que nunca recibió el Nobel de Literatura. Desde el ingenio de azúcar supo que la vida era amarga. Desprendido de banalidades, apreció la vida, los sueños y disfrutó los gigantescos árboles de mangos y a los animales salvajes.

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El escritor viajero nos regaló la incertidumbre, la duda. Sabía que contrario al ruido, la otra vida (la del escándalo) era como una cárcel. La virtud del silencio la convirtió en oro. El silencio grita cuando nuestra alma palpitea, decía.

Pitol soñó que sus lectores descubrieran las voces de su obra. Sabía que la hibernación era sinónimo de parálisis. Por ello, dijo “ni siquiera la inexistencia de lectores podrá desterrar la poesía”.

Sergio Pitol seguirá diciéndonos que hay que aventurarse en los libros que hemos leído, en la pintura que se ha visto, en la música que se ha escuchado y olvidado, en las calles recorridas.

Pero viviremos en la niñez, en la familia, en algunos amigos, en algunos amores, en muchos agobios pero….”uno es una suma mermada por infinitas restas”.

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