No es lo mismo palabra que acción. Y existe una gran diferencia entre idea y realidad. Estas premisas han aparecido incesantemente en este primer año de gobierno del presidente López Obrador. Y se insiste en la palabra, porque la dura palabra que utilizó AMLO para criticar a los gobiernos anteriores y a sus actores, fue lo que en gran medida le hizo ganar adeptos y votantes que lo llevaron al triunfo electoral en julio de 2018.

Sin embargo, bastó un solo año de gobierno para que Andrés Manuel comprobara que muchas ideas que tenía y que defendió a ultranza, no podían ser aplicadas porque el mundo es de realidades y no de utopías. Cuando las cosas no le resultan suele sacar sus “otros datos” como mecanismo de defensa ante las realidades. Con el fin de salirse con la suya, el ejecutivo federal prefiere mostrar sus propias cifras, aunque estas no sean las oficiales.

Como presidente de la república ha podido llevar a cabo algunas de sus transformaciones más acariciadas. La principal es la que tiene que ver con la redistribución de la riqueza. La que se traduce en las pensiones para los adultos mayores, las becas para ninis y los apoyos económicos a los discapacitados. De alguna manera, este flujo enorme de recursos públicos hacia las familias mexicanas, tendrá que reactivar las economías regionales que, de otra manera, no tendrían la llegada masiva de ese dinero que ahora reciben puntualmente.

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Fuera de esos aciertos, sus otros proyectos no terminan de cuajar y convencer a la sociedad. El mandatario ha debido recurrir a encuestas parciales y cuestionadas (incluso por la ONU) para poder encaminar los macroproyectos de su gobierno como el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya.

Otro aspecto criticado es el del tema ambiental, asunto que está siendo menospreciado y nulificado para echar a andar esos proyectos de infraestructura. La protección ambiental parece que es letra muerta en esta administración. Otros asuntos casi enterrados en el presupuesto federal son los de la ciencia y la cultura, ramas que le han ocasionado alejamiento de las personalidades de esos sectores, que antes lo aclamaban.

Un aspecto más, de especial relevancia, es el de la salud. Empeoraron los servicios sanitarios y hospitalarios en general y se volvió una trampa mortal para el sector salud el tema de la adquisición consolidada de medicamentos. La señora Buenrostro, que pasó de fallida compradora suprema y oficial mayor de Hacienda, a responsable absoluta del SAT en estos días, llevará sobre su conciencia, a quién sabe cuántos difuntos, a causa de que los desafortunados fallecidos no tuvieron medicinas en casos de cáncer, VIH, Sida y otras enfermedades crónico-degenerativas. 

López Obrador habló durante dos décadas de su honestidad y de la corrupción ajena, de los abominables asesinatos del narco, de la impunidad y la justicia. Sin embargo, la lucha anticorrupción—que debiera ser un esfuerzo estratégico para el desarrollo nacional—representa ahora el más sonado fracaso para el jefe de gobierno, no obstante, su personalísima posición de austeridad, no cuestionada hasta ahora, pero que no todos los jefes morenistas muestran en el gobierno federal y en los estados. 

Andrés Manuel rescató del olvido una obra del escritor Alfonso Reyes sobre la moral y la ética, que en su origen en 1944 se llamó Lecciones de moral, y que desde esa época denominaron Cartilla Moral. Un documento para enseñar sobre esas disciplinas a los mexicanos, que estuvo guardado por décadas. Esta Cartilla Moral morenizada se ha entregado a destajo (dicen que seis millones de libritos) a beneficiarios de programas sociales federales y constituye una buena intención transformadora, solamente. Ojalá que esos beneficiarios la lean. Pero debe decirse que, gracias a sus acciones, muchos de los funcionarios del país han demostrado que no les interesan las puritanas lecciones de Andrés Manuel.

La masiva entrega de libritos de moral recuerda regímenes políticos en China, Alemania, España y otras naciones más, en las que se utilizó o se utiliza el adoctrinamiento de la población, pero no para conducir un cambio benéfico, sino estrictamente con fines de manipulación.   

Porque en el tema de la moral, de la ética y de la estrategia anticorrupción del gobierno actual, los resultados observados en el primer año, comprueban que no siempre hay congruencia entre las palabras y las acciones.

Como prueba de esta percepción, ahí están los rescates políticos de El Napo de la minería, de la Maestra Elba Esther; las increíbles fallas en seguridad por el “Abrazos, No balazos” y el “Culiacanazo”. En el atropello de la Ley, sobresale el amigable “Bonillazo” de Baja California, la sucia forma en que la Oficina de la Presidencia impuso en la CNDH a la señora Rosario Piedra, mandando al diablo la ley que reglamenta a esa institución, y ahora, la increíble absolución que acaba de regalarle a uno de sus allegados, a Manuel Bartlett, el director de CFE, por décadas el enemigo número uno de la izquierda mexicana, con quien ahora pasea el jefe morenista.

Cómo recibir lecciones de moral cuando el lector de esa Cartilla percibe cosas tan extrañas y diferentes. López Obrador ha traicionado sus ideales machacados por años en villas y ciudades, aplicando el autosabotaje de su intención de convertirse en el mejor presidente de México.

Feliz Navidad y los mejores deseos para el 2020. Este espacio se reactivará el próximo 7 de enero.

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