Así lo dice Francisco en la entrevista realizada por Monseñor Dario Viganò y publicada en su último libro: “La mirada: puerta del corazón. El neorrealismo entre memoria y actualidad” (Effatà editorial). El Pontífice nos invita a redescubrir, a través del cine, la educación de la mirada pura y la importancia de preservar la memoria a través de las imágenes. Compartimos una síntesis de la entrevista realizada por el autor al Papa Francisco en la apertura del libro.

– En su magisterio se refiere a menudo al cine: a veces le oímos mencionar tal o cual película. ¿De dónde viene esta particular relación con el cine?

Mi cultura cinematográfica se la debo sobre todo a mis padres. Cuando era niño, iba a menudo al cine local, donde proyectaban tres películas seguidas. Es uno de los mejores recuerdos de mi infancia: mis padres me enseñaron a disfrutar del arte en sus distintas formas. Los sábados, por ejemplo, mi madre, mis hermanos y yo escuchábamos las óperas que se emitían en Radio del Estado (ahora Radio Nacional). Nos hacía sentarnos junto al aparato y, antes de que empezara la emisión, nos contaba el argumento de la ópera. Cuando estaba a punto de comenzar algún aria importante, nos advertía: “Estén atentos, es una canción muy bonita”. Era algo maravilloso. Luego estaban las películas en el cine, para las que mis padres aplicaban el mismo método: como hacían con las óperas, nos las explicaban para que nos orientáramos.

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– Y fue en este contexto donde nació su relación con el neorrealismo italiano…

Sí, entre las películas que mis padres querían que conociéramos estaban las del neorrealismo. Entre los diez y los doce años, creo que vi todas las películas con Anna Magnani y Aldo Fabrizi, incluida “Roma ciudad abierta”, de Roberto Rossellini, que me gustó mucho. Para nosotros, los niños de Argentina, esas películas fueron muy importantes, porque nos hicieron comprender profundamente la gran tragedia de la guerra mundial. En Buenos Aires, conocimos la guerra sobre todo a través de los muchos migrantes que llegaron: italianos, polacos, alemanes… Sus historias nos abrieron los ojos a un drama que no conocíamos directamente, pero también fue gracias al cine que adquirimos una profunda conciencia de sus efectos.

– Usted ha definido a menudo el cine neorrealista como una “catequesis de la humanidad” o una “escuela de humanismo”. Son expresiones muy finas con las que atribuye un valor universal a esta cinematografía. ¿Dónde está la relevancia de estas películas?

Las películas del neorrealismo formaron nuestros corazones y aún pueden hacerlo. Diría más aún: esas películas nos enseñaron a mirar la realidad con otros ojos. Aprecio mucho que este libro recoja este aspecto fundamental: el valor universal de ese cine y su relevancia como herramienta importante para ayudarnos a renovar nuestra visión del mundo. ¡Qué necesidad tenemos hoy de aprender a mirar!

La difícil situación que vivimos, profundamente marcada por la pandemia, genera preocupación, miedo, desánimo: por eso necesitamos ojos capaces de atravesar la oscuridad de la noche, de levantar la mirada más allá del muro para otear el horizonte. Hoy es tan importante una catequesis de la mirada, una pedagogía para nuestros ojos que a menudo son incapaces de contemplar en medio de la oscuridad la “gran luz” (Is 9,1) que Jesús viene a traer. Una mística de nuestro tiempo, Simone Weil, escribe: “La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se dan a través de una mirada, Dios está presente en el punto en que las miradas se encuentran”. Por ello, la reflexión sobre la mirada se abre a la trascendencia. Qué maravilloso sería redescubrir a través del cine la importancia de la educación en la mirada pura. Justo como ha hecho el neorrealismo.

– Además de proporcionar una pedagogía de la mirada, el cine, en general, también tiene un gran valor social…

El cine fue y es un gran instrumento de agregación. Especialmente en la Italia de la posguerra, contribuyó de manera excepcional a la reconstrucción del tejido social con tantos momentos de agregación. Cuántas plazas, cuántos cines, cuántos oratorios, animados por personas que, al ver una película, trasladaron esperanzas y expectativas. Y a partir de ahí recomenzaban, con un suspiro de alivio, en las ansiedades y dificultades de la vida cotidiana.

También fue un momento educativo y formativo, para reconectar relaciones consumidas por las tragedias vividas. Incluso hoy, mirando más allá de las dificultades del momento, el cine puede mantener esta capacidad de agregación o, mejor aún, de construcción de comunidad. Sin comunión, la agregación carece de alma.

Portada del libro: “La mirada: puerta del corazón. El neorrealismo entre memoria y actualidad”.

– Pero, ¿cómo puede este cine enseñarnos a mirar?

El cine neorrealista es una mirada que provoca la conciencia. I bambini ci guardano (Los niños nos miran) es una película de 1943 de Vittorio De Sica que me gusta citar a menudo porque es muy hermosa y rica en significado. En muchas películas, la mirada neorrealista ha sido la mirada de los niños sobre el mundo: una mirada pura, capaz de captarlo todo, una mirada clara a través de la cual podemos identificar inmediata y claramente el bien y el mal. Recuerdo las palabras de mi hermano Jerónimo, arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, a propósito de una de las realidades más duras de nuestro tiempo: “Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer inmediatamente, en su totalidad, la ‘quiebra’ de la humanidad” (Discurso en el campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).

En muchas ocasiones y en muchos países diferentes, mis ojos se han encontrado con los de niños, pobres y ricos, sanos y enfermos, alegres y sufrientes. Ser mirado a través de los ojos de los niños es una experiencia que todos conocemos, que nos llega a lo más profundo del corazón y nos obliga a hacer un examen de conciencia. El cine neorrealista ha universalizado esta mirada de los niños: su mirada, que es mucho más que un simple punto de vista, nos interroga aún más hoy, cuando la pandemia parece multiplicar las bancarrotas de la humanidad.

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