La pluma de Sergio Pitol fue una bisagra entre dos brillantes generaciones. La primera formada por Juan Vicente Melo, Julieta Campos, Salvador Elizondo, José de la Colina y Elena Poniatowska, nacidos en los primeros años de la década de los treinta. Fue un grupo prolífico que comenzó a publicar en la adolescencia tardía.

Pitol, sin embargo, necesitó viajar para perder el pudor a publicar. Meses antes de cumplir los 20 años salió por primera vez al extranjero. En Caracas escribió varios poemas. “Decir que eran deleznables sería elogiarlos”, escribió. Fue hasta 1957, cuando tenía 25 años, que sus primeros cuentos vieron la luz en una revista dirigida por Juan José Arreola. Con ello se empató a la generación de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis.

Por muchas décadas la presencia de Pitol en el panorama literario mexicano fue una ausencia. Elena Poniatowska afirma que eligió el servicio exterior porque fue la única carrera que le permitió ganarse la vida viajando. “Creo que por 25 años no supimos de él sino a través de sus cartas”, confesó.

Fueron, en realidad, 28 años de un periplo a través de China, Bulgaria, Hungría, España, Francia, la Unión Soviética y Checoslovaquia. En cada escala gestaba una inquietud que cargaba como bagaje al siguiente destino. Su Trilogía de la memoria, editada por Anagrama y compuesta por El arte de la fuga (1996), El viaje (2001) y El mago de Viena (2005) combina sus memorias de viaje con ensayos y fragmentos de borrosas fronteras entre realidad y ficción.

La trilogía se formó de apuntes garabateados en cuadernos y diarios compilados en decenas de hoteles. Pitol confesó lo extraño que era para él trabajar en “casa”. “Escribir en el mismo espacio donde uno vive, equivalió durante casi toda la vida a cometer un acto obsceno en un lugar sagrado”, relató.

A esos años se le deben traducciones al español de una veintena de autores, entre ellos Henry James, Joseph Conrad, Robert Graves, Jane Austen y Witold Gombrowicz. También tuvo una particular afección por autores rusos, muchos de los cuales tradujo al castellano por primera vez.

Monsiváis afirmó que el tema obsesivo de la obra de Pitol era “los mexicanos fuera de sus espacios naturales”. A pesar de su distancia física con México el escritor veracruzano conservó intacto el pulso sobre la sociedad mexicana, a la que parodió genialmente. Domar a la divina garza (1989), la segunda obra de su Tríptico del Carnaval, es una muestra de esto. Su personaje principal, Dante C. de la Estrella, un repugnante abogado lleno de lugares comunes narra su encuentro con la traductora de Nicolás Gogol, el hecho más importante de su vida.

El tríptico lo completan El desfile del amor (1984), ganadora del Premio Herralde de novela, una especie de thriller compuesto por recortes de nota roja, y La vida conyugal (1991), una parodia del matrimonio y la vida en pareja.

Tomado de El Páis

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