Al igual que la última versión de “Mujercitas” de la actriz y directora de cine estadounidense Greta Gerwig estrenada recientemente, la novela original escrita por la estadounidense Louisa May Alcott hace más de 150 años, fue un éxito rotundo.

Publicada inicialmente en dos partes, los críticos destacaron la frescura y la naturalidad de este relato que describía de un modo muy real la vida de cuatro hermanas de una familia humilde de Nueva Inglaterra, Estados Unidos, antes y después de la Guerra Civil.

Pero mientras que miles de jóvenes seguían fascinadas las vicisitudes de Meg, Jo, Beth y Amy, Alcott no parecía demasiado feliz con su novela basada en líneas generales en su propia familia.

“Nunca me gustaron las chicas ni conocí a muchas, excepto a mis hermanas; pero nuestras obras y experiencias raras pueden llegar a ser interesantes, aunque lo dudo”, escribió Louisa en su diario.

“No estaba contenta de escribirla, porque no era lo que quería escribir”, le dice a BBC Mundo Susan Cheever, autora de Louisa May Alcott, A Personal Biography.

“No estaba contenta cuando la estaba escribiendo, ni estaba contenta cuando la terminó”.

Lo que “Mujercitas” no cuenta

Para Anne Boyd Rioux, profesora de Inglés en Nueva Orleáns y autora de Meg, Jo, Beth, Amy: The Story of Little Women and Why It Still Matters, una de las razones de la popularidad duradera del libro es su realismo.

“Fue la novela más realista para niños que muchos lectores pudieron encontrar”, dice Rioux.

Tanto lectores como críticos quedaron cautivados “por el lenguaje natural del libro y el retrato poco afectado de cuatro jóvenes muy reales, tan diferente a muchas de las novelas piadosas y predicadoras de la época”, añade.

Aún así, muchos detalles de la vida de los Alcott —y en particular de Louisa— no están presentes en el libro y, rescatados por biógrafos e historiadores años más tarde, resultan tan o más fascinantes de leer.

“Un hombre brillante”

Nacida el 29 de noviembre de 1832, Louisa May Alcott fue la segunda de cuatro hijas.

Su madre, Abigail May Alcott, venía de una familia distinguida de Boston. Su padre, Amos Bronson Alcott, “era un hombre muy interesante, brillante, un adelantado para su época pero también muy difícil”, señala Cheever.

Abolicionista, seguidor del trascendentalismo -un movimiento filosófico, político y literario estadounidense-, era además pionero de la educación progresiva.

En una época en que los niños aprendían las cosas de memoria, él fundó una escuela en Boston a la que llamó Temple, donde “había microscopios, reglas, alarmas y demás objetos para ilustrar los principios que estaba enseñando”, cuenta Cheever.

“Gente de todo el mundo venía a ver esta increíble escuela que él había creado”.

El establecimiento finalmente cerró porque “él insistió en aceptar niños afroamericanos. Yo creo que Louisa hubiera hecho lo mismo”, dice la escritora.

Las ideas liberales del padre alimentaron el espíritu libre de sus hijas; alentó por ejemplo a Louisa a escribir sus experiencias personales en un diario y a sus otras hijas a cultivar su pasión por la música, el teatro y el arte.

Así, las cuatro fueron educadas bajo valores democráticos, de igualdad, con la libertad para vivir según sus propios principios y otras ideas totalmente revolucionarias para las mujeres de la época.

“Él era un soñador, un hombre interesante y muy involucrado en la educación y la crianza de sus hijas”, asegura Cheever.

Sin embargo, a raíz de su idealismo, también dejó a la familia, en muchas ocasiones, a merced de grandes dificultades económicas; y tanto sus hijas como su esposa se vieron obligadas a trabajar de lo que fuere para sacar a la familia a flote.

Louisa tomó trabajos de costura, trabajó como enfermera del ejército durante la Guerra Civil y trató de vender historias que ya había escrito a revistas femeninas para contribuir a la economía familiar.

A diferencia de la familia March de la novela, los Alcott eran “pobres como ratas”, describió Louisa en su diario.

La experiencia comunitaria en “Fruitland”

La mayoría de los proyectos idealistas de su padre acabaron —por una razón u otra— en fracaso.

El más estrepitoso fue quizás el más estrafalario de todos: en 1843, Bronson Alcott creó una comunidad utópica en Harvard, Massachusetts, para vivir de acuerdo a los principios trascendentalistas.

En esta comunidad experimental llamada “Fruitland”, la familia vivió junto a otros seguidores de esta filosofía alimentándose casi exclusivamente de vegetales.

Según relata un artículo publicado en la revista Smithsonian, los huevos y la leche estaban estrictamente prohibidos (por respeto a los animales), así como el azúcar y el café (por ser producto del trabajo esclavo en el Caribe), la ropa de lana (por respeto a las ovejas) y la luz de lámpara (para salvar a las ballenas, cuya grasa se utilizaba para producir el combustible para alimentarlas).

Cansada de vivir con frío y hambre en medio de las tensiones suscitadas dentro del pequeño grupo que habitaba la comunidad, Abigail se llevó a la familia a otra parte y la comunidad se desintegró completamente a menos de un año de fundada.

Louisa, la escritora

Aunque por momentos pueda resultarnos difícil sentir empatía por el padre de Louisa, dada la vulnerabilidad a la que dejó expuesta a su familia, fue gracias a su apoyo que Louisa se dedicó a escribir.

Bronson Alcott la alentó a plasmar su imaginación en la escritura sin pensar en la paga, transmitiéndole que las ideas son mucho más importantes que el dinero.

“Esta era gente que no estaba interesada en el dinero, era gente interesada en las ideas”, comenta Cheever.

“Y la misma Louisa estaba muy orgullosa de ello, aunque tuviera que dejar muchas cosas de lado para ganar dinero y apoyar a su familia”.

Así, mucho antes de alcanzar el éxito y la fama con “Mujercitas”, Louisa ya había escrito cerca de 30 novelas de suspenso de forma anónima bajo el pseudónimo literario de A. M. Barnard (un género que le interesaba mucho más que el que acabó escribiendo).

Sin embargo, la preocupación por las penurias económicas de su familia la motivó a escribir el libro que la sacaría de la pobreza para siempre.

Thomas Nile, editor y amigo de la familia, le ofreció publicar un libro suyo -y posiblemente uno de su padre- solo si su contenido era para jovencitas.

Alcott Bronson la conveció y Louise se abocó a escribir.

En poco más de dos meses, después de horas de escribir a dos manos (Louisa se había enseñado a usar la izquierda para poder seguir trabajando cuando se le acalambrase la derecha), la novela estaba lista y, el 30 de septiembre de 1868, vio la luz la primera edición.

Rica y famosa

Todo cambió para Louisa y su familia a partir de ese momento.

“Fue un éxito absoluto, ganó mucho dinero, mucha fama”, afirma Cheever.

En las primeras dos semanas desde que se publicó el primer volumen, se vendieron 2.000 copias. Millones más se han vendido desde entonces, y la novela ha sido traducida a más de 50 idiomas.

“Louisa pasó de ser una mujer enferma, empobrecida, que vivía en la oscuridad y de la que nadie nunca había escuchado hablar a convertirse en una de las mujeres más famosas en Estados Unidos”.

“Todos la adoraban”, recalca Cheever.

Al primer libro le siguieron más, en la misma tónica.

Aunque a Louisa le hubiera gustado retomar su pasión por escribir otra clase de literatura (Cheever cuenta que trató en algún momento de reescribir su primera novela “Moods”, publicada cuatro años antes de “Mujercitas”), sentía que tenía que continuar por la misma vía por el bienestar de su familia.

“Se sentía en deuda hacia su familia, y cuando vio que podía conseguir una gran cantidad de dinero escribiendo sobre estas cuatro hermanas, escribió más libros sobre ellas”, explica la escritora.

Por lo demás, continuó con su resolución de no casarse.

Louisa falleció en 1888 de un derrame cerebral a los 55 años.

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