Por Omar Piña
Intentemos desplegar el origen de la práctica de incluir alimentos en las ofrendas que conmemoran a los muertos. Primero hay que situar la coincidencia de “festividades” y el ajuste de los calendarios mesoamericanos y cristianos. Ese dato inicial adorna con nostalgia la creencia de que todo se convino de una manera casi milagrosa, providencial. Lo cual tiene variaciones si consideramos que esa época de las ofrendas alimenticias se corresponde con el final de las cosechas, es decir, que hay alimentos variados y están a punto de formarse las alacenas.
Las primeras manifestaciones de poner ofrendas en la realidad novohispana apenas están documentadas por quienes lo vivieron y no están detalladas con exhaustividad. Se deduce que tuvieron funciones básicas de establecer vínculos políticos y se materializaron como víveres que se regalaban en conmemoración de los muertos y quizá eran muestras de alianzas. Básicamente consistía en que los indios proveían de comida a los frailes y sacerdotes:
Las ofrendas de los “días de muertos”, que tenían lugar después de la cosecha, eran una manera tanto de expresar las deudas con los difuntos como de representar la fidelidad de la comunidad al dios español y a sus sacerdotes… esas ofrendas eran una de las mayores fuentes de ingreso de los curas (Lomnitz; 2013:131).
Consideremos que frailes y sacerdotes eran administradores de la muerte en un tiempo donde los indios murieron por miles.
Tratemos de acomodar en “nativos” y “españoles” a las dos grandes agrupaciones de la estructura poblacional en las primeras décadas posteriores a 1521. Como residentes conquistados los indios fueron el sector que experimentó una desenfrenada destrucción física, cultural y moral. Los soldados españoles que fueron sus conquistadores no tuvieron empacho en vejarlos: mataron a destajo, despojaron de cuanto consideraron útil, violaron a sus mujeres y cometieron una destrucción material inmoderada. Ocurrió fuera de las posibles contenciones de cualquier ley. Ante la serie de humillaciones, los que intentaron regular el desastre fueron los frailes.
Para el siglo XVI los que profesan el cristianismo tenían la creencia de que el alma es inmortal. Lograr el descanso perpetuo o el castigo más allá de la muerte dependía de que el individuo se mantuviera en el afuera o el adentro de la devoción. Y en teoría, el organismo moderador de premiar o sancionar ese comportamiento era la Iglesia. Cualquier práctica que se hiciera para estar “adentro” del sistema normativo era administrada por el cuerpo eclesiástico, que recibía un pago a cambio de sus servicios.
Los indios adoptaron el cristianismo y se adhirieron a él como una alianza política. Los frailes aceptan las ofrendas exuberantes porque las necesitan, pero mantienen la sospecha de que atrás de esos homenajes hay idolatría. En 1553 un tonsurado advierte que hay maíz, gallinas, mantas, comida pero que los indios se atraviesan la lengua, los brazos y las orejas con espinas.
La realidad es que fueron unos cuantos evangelizadores para miles de indios en un proceso sanguinario. Y según los informes de los propios frailes, los indios aceptaban la imposición del bautismo pero desconocían los rudimentos de las prácticas cristianas y muy pocos sabían las oraciones devocionales básicas.
Para mascar a fondo:
Lomnitz, Claudio (2013), “El purgatorio y los antepasados en el Estado apocalíptico temprano”, Idea de la muerte en México, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, pp. 94-133.










