Desprenderse de lo viejo para entrar en el año nuevo es una metafórica costumbre que está bastante arraigada en algunos rincones de Italia, México, Perú o Venezuela. En el país transalpino, y más concretamente en sitios como Nápoles, Calabria o Sicilia, se arrojan por la ventana objetos de todo tipo (incluso muebles, por lo que hay unas horas establecidas ad hoc), mientras que en determinadas regiones de los países latinoamericanos citados se suele quemar un muñeco de trapo relleno de petardos. El caso mexicano resulta especialmente interesante porque recuerda una antigua tradición azteca: la Ceremonia del Fuego Nuevo.

En realidad, ese ritual no se realizaba cada año sino cada 52, que era cuando terminaba un ciclo en el calendario. En el mundo nahua prehispano el cómputo del tiempo se llevaba a cabo mediante un sistema doble. Por un lado estaba el Xiuhpohualli, un calendario solar que contaba 360 días divididos en 18 metztli o meses de 20 jornadas cada uno (por eso los españoles los denominaron veintenas), a los que al final se sumaban los nemontemi, cinco días extra considerados aciagos. Los mayas empleaban algo parecido que llamaban Haab.

Por otro lado estaba el Tonalpohualli, dividido en 20 trecenas o semanas de 13 días cada una que sumaban un total de 260 jornadas. Si el anterior era un calendario cronológico, éste tenía un carácter religioso, no basado en la astronomía, de ahí que cada día simbolizara un concepto existencial: Principio, Consistencia, Decisión, Concreción, Realización, Introspección, Inquietud, Desarrollo, Búsqueda, Equilibrio, Reposo, Claridad y Conocimiento. A su vez, cada trecena se asociaba a una divinidad y a un punto cardinal. Como en el caso anterior, los mayas tenían su versión, el Tzolkin.

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Lo interesante, aparte del hecho de que el Xiuhpohualli era unas horas más exacto que el calendario gregoriano europeo, está en que uno y otro interactuaban como un engranaje formando lo que se conoce en náhuatl como Xiuhmolpilli o Rueda Calendárica (se desconoce el nombre maya). Esa rueda completaba su giro cada 52 años solares y 73 rituales formando un ciclo. Al término de éste y para evitar confusiones, en el Período Clásico (entre nuestros siglos IV y X) los mayas añadieron una periodización de mayor alcance en la que se incluía la Rueda Calendárica: el Baktún o Cuenta Larga, que equivalía a 394 años y empezaba a contar desde el 13 de agosto del 3114 a.C. para terminar el 20 de diciembre de 2012 (ésa fue la razón por la que ese año hubo aquella fiebre milenarista).

Sin embargo, los mexicas no adoptaron la Cuenta Larga y, en consecuencia, en lugar de temer el fin del mundo en 2012 lo esperaban cada vez que acababa un ciclo de 52 años. La casualidad quiso que los españoles llegaran precisamente en uno de ellos pero ésa es otra historia. Lo que nos interesa hoy aquí es saber cómo afrontaban la terrible perspectiva de asistir al final de la existencia cada poco y qué hacían para evitarla. Y la respuesta es la Ceremonia del Fuego Nuevo, con la que intentaban restablecer el equilibrio en el universo.

La cosmogonía mexica consistía en un complejo andamiaje de conceptos orientados al mantenimiento del orden universal a través de la interactuación del Hombre con los dioses y la naturaleza. Puesto que el calendario se basaba en la observación del sol y éste se identificaba con Huitzilopóchtli durante el día, para salir cada mañana era necesario alimentarlo; y como además, para mantener esa armonía era necesario devolver a las deidades una parte de lo que habían ofrecido para facilitar la existencia humana, su propia sangre, por lo que los sacrificios humanos que se les hacían tenían ese sentido retributivo.

Pero cada 52 años se acababa ese orden y ello implicaba actuar en consecuencia. Se apagaban todos los fuegos, de manera que las ciudades quedaban en la oscuridad total para favorecer la ceremonia que vendría a continuación. El clero, ataviado con ropajes de divinidades y caminando solemnemente, iniciaba al atardecer una procesión a un cerro denominado Huixachtecatl, que se encontraba en Iztapalapa (antigua ciudad culhua de la parte meridional del lago Texcoco), en cuya cima estaba el santuario indicado para celebrar el evento; de hecho, Huixachtecatl significa Cerro de la Estrella porque esa noche la atención se fijaba en el firmamento, ya que se pensaba que si Yohualtecuhtli (Aldebarán) no pasaba el cénit terminaría la era del Quinto Sol y con ella el mundo.

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