En 1816, Simón Bolívar pretendía avivar la revolución en el Caribe. El ya bautizado Libertador había fijado la venezolana isla de Margarita como siguiente paso de su estrategia, donde ese mismo año terminaría proclamando el nacimiento de la Tercera República de Venezuela y la liberación de Hispanoamérica del yugo español. Pero en vez de apresurarse por la ruta más directa, el eficaz militar ordenó hacer una breve parada en la isla de Saint Thomas. Lo que en principio parecía una operación para abastecerse de reclutas, era en realidad un descanso para recoger a su amante, Pepita Machado.

Para desasosiego de Bolívar, su querida ya había zarpado rumbo a Haití. La noticia le causó gran pesar y ordenó a un puñado de sus hombres subirse a una embarcación e ir en búsqueda de la mujer. Durante más de dos días, el encolerizado ejército revolucionario estuvo anclado en la costa de Santo Domingo aguardando la llegada de Pepita. Una jornada y una noche más permanecería la expedición en calma mientras el Libertador y dandy se retiraba a sus habitaciones con su amante.

Sus altos mandos, malhumorados, amenazaron con abandonarle, algo a lo que solo se atrevería su primo Florencio Palacios. “Así como Marco Antonio había enfurecido a sus generales al retrasar una guerra por quedarse en el lecho con Cleopatra, Bolívar ahora enloquecía a sus oficiales con su libido insaciable”, relata la novelista reconvertida en historiadora Marie Arana en su biografía sobre el ambicioso e idealista comandante, Bolívar. Libertador de América (Debate).

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Esta obra, publicada en 2013, estaba dirigida a un público anglosajón y ahora se edita en castellano. En ella, la autora peruana ensalza al carismático Bolívar, le dibuja como a un héroe imperfecto y contradictorio y no solo recurre al tópico del “George Washington de América del Sur”, sino que también le equipara a otros grandes conquistadores de la historia como Aníbal o Napoleón. Con un estilo cinematográfico y ameno, Arana construye un relato bien hilado y lleno de detalles curiosos pero con demasiados pasajes recurrentes y partidistas sobre malvado y opresor Imperio español.

Bolívar, apodado por los soldados como “Culo de Hierro” por su legendaria resistencia a galope —se calcula que recorrió unos ciento veinte mil kilómetros a lomos de un caballo— y nacido en el seno de una familia aristócrata, fue un hombre ilustrado, capaz de citar a Julio César en latín o a Rousseau en francés. También se reveló en un conversador ingenioso y en un bailarín soberbio; pero a pesar de quedar viudo en la juventud y realizar un juramento de soltería, entre sus facetas más oscuras sobresale la de mujeriego insaciable, heredada de su padre, todo un depredador sexual.

Después de la muerte de su esposa María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se había casado en Caracas en 1799, y una larga estancia en España, Bolívar se mudó a París, donde viviría año y medio. Allí aprendió, en palabras de su biógrafa, “cuánto —y cuán poco— significaban ahora las mujeres para él. Durante el resto de su vida se sentiría irresistiblemente atraído hacia ellas, pero encontraría sorprendentemente fácil conquistarlas y descartarlas”.

Allí mantuvo un affaire con la condesa Fanny du Villars, a quien llamaba “prima” tras descubrir ambos una conexión genealógica remota nunca demostrada y que en el futuro le endosaría a Bolívar la supuesta paternidad de uno de sus hijos. Pero no sería la única, como bien recordaba uno de sus generales años después, ya en los campos que presenciaban la revolución: “Con su gran aprecio por el placer y especialmente por el placer carnal, fue verdaderamente extraordinario escuchar al Libertador enumerar todas las bellezas femeninas que había conocido en Francia, con una meticulosidad y precisión que daban fe de su fina memoria”.

Democracia utópica

En el plano militar, los éxitos de Bolívar fueron implacables —consiguió la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela—; pero su tiránico gobierno le empujó a morir agraviado, incomprendido y difamado en todas las repúblicas que liberó. Tendrían que pasar unos años para que su figura se convirtiese en leyenda, propulsada todavía más por la mesianización que comandó Hugo Chávez, el líder venezolano que le dio a su país el apellido del Libertador.

“Sus fracasos como político se esfumaron. Sus éxitos como libertador adquirieron notoriedad. En efecto, sus logros eran irrefutables. Fue él quien difundió el espíritu de la Ilustración, llevó tierra adentro la promesa de la democracia, abrió las mentes y los corazones de los latinoamericanos a lo que podía llegar a ser”, relata amablemente Marie Arana.

Sin embargo, eso resultó ser una utopía de la que el propio Bolívar era consciente: “Llegó a creer que los latinoamericanos no estaban preparados para un gobierno verdaderamente democrático: abyectos, ignorantes, recelosos, no comprendían cómo gobernarse a sí mismos, habiéndoles arrebatado sistemáticamente esa experiencia sus opresores españoles”. Es decir, se necesitaban más tiranos y dictadores. Como él.

Aunque el relato de Arana es benévolo con Bolívar y le tilda de sujeto histórico extraordinario, también cita sus decisiones más cuestionables y las ocasiones en las que abandonó por completo sus ideales justicieros. “Rehízo un mundo”, pero a costa de una brutal guerra en la que no dudó en ejecutar y traicionar a alguno de sus generales u ordenó masacrar a ochocientos prisioneros españoles por no contar con suficientes guardas para evitar un motín. No le salió redonda su idea de construir una democracia sobre un modelo de guerra.

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