El domingo pasado el presidente de la república utilizó el verbo domar para referir los avances conseguidos respecto a la pandemia del coronavirus. En un video matutino, López Obrador agradeció a la gente porque se cumplen las medidas, al pie de la letra, recalcó, señalando que por eso no se saturaban los hospitales y que había una disponibilidad de 70% de camas de terapia intensiva, con ventiladores y con especialistas. Concluyó la frase con un “Vamos bien, porque se ha podido domar la epidemia”.

A la población mexicana le gustaría que las cosas sucedieran en positivo, como lo desean el mandatario nacional y la sociedad entera. Sin embargo, su esperanzadora actitud no tiene visos de que se convierta en realidad. Por el contrario. Las cifras de contagiados oficiales no concuerdan con los hechos, con las noticias y con lo que se comunica crudamente día y noche a través de las benditas redes sociales del pueblo bueno y sabio. 

Lo que los ciudadanos están percibiendo del ejecutivo federal, es que sus palabras corresponden a un político que vive en eterna campaña, más que a un responsable y preocupado jefe de estado que busca y encuentra soluciones viables con su gabinete.

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Lo peor de todo es que ahora se sienta personaje de circo, olvidando que a veces la fiera se vuelve hacia su domador o entrenador, devorándolo o dejándolo en calidad de cadáver.

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Covid19, la epidemia viral que causa enfermedad y muerte por encima de 200 mil fallecidos en el mundo y arriba de tres millones de infectados, es una temible lacra que recuerda a los cuatro jinetes del Apocalipsis y que, por si fuera poco, según afamados médicos e investigadores, hace pensar en que cuando se le vence en los hospitales o domicilios, aún así, el virus suele reaparecer tiempo después causando iguales o mayores peligros letales. Hasta ahora no hay como domar a esa enfermedad.

La expresión triunfalista de Andrés Manuel, es como otras anteriores, incierta y desafortunada. Los ciudadanos recuerdan, por ejemplo, el manoseado e irresuelto asunto de los huachicoleros. A pocas semanas de haber iniciado esa vistosa y publicitada acción presidencial, un día inopinadamente, AMLO salió con que ya había vencido a los ladrones de PEMEX y que ya no había más huachicoleo. Hasta estos días el tema del robo de gasolinas persiste en el país, aunque desde luego, sin mayor comentario en Palacio. 

Otra presunción más, ha sido la repetitiva cantaleta de que ahora sí ya no hay corrupción y todo es austeridad franciscana, situación que no encaja en nada con las irrisorias consultas a modo para aprobar grandes proyectos de infraestructura, o también con los no pocos contratos adjudicados de manera directa para compras millonarias desde que inició el sexenio obradorista.

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Otro caso igual de inexacto y falso, el de los reiterados avances de la costosa Guardia Nacional, con instalaciones primeras en lugares como Minatitlán y Coatzacoalcos, donde la delincuencia continúa señoreando los territorios urbanos o rurales y matando miles de mexicanos. El Culiacanazo de Ovidio ocasionó un brutal coscorrón internacional a la fallida iniciativa del ineficiente Alfonso Durazo.

Por estas razones, escuchar que se está domando al coronavirus, más que creerlo, evoca en alguna medida al libro El varón domado, un revelador ensayo que dibuja al hombre dominado o controlado por una circunstancia tan fuerte, como puede ser la mujer y sus fortalezas, según Esther Vilar, la autora. 

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