La primera gran crisis del gobierno de Cuitláhuac García Jiménez se dio durante los días de Semana Santa de este 2019. La primera semana mayor de su gestión le representó una penosa caída y una milagrosa resurrección, operada sin contratiempo alguno por su descubridor y sostén principal, el propio presidente de la república, de visita oficial por Veracruz.

El novel gobierno cuitlahuista de menos de cinco meses, ha sido pródigo en los problemas y las deficiencias, las burocráticas, totalmente adjudicadas a él, y las socioeconómicas y de inseguridad pública, originadas desde años antes por otros, y de las que nadie puede culparlo.

Pero tanto en las culpas propias de Cuitláhuac, como en aquellas que el hombre ha debido apechugar, quizá solo por estar en el lugar equivocado, es una realidad que el sentir, la percepción, la murmuración y la acusación social coinciden: en su falta de claridad, conocimiento y compromiso, aunadas a una peligrosa dosis de soberbia, insensibilidad y resentimiento.

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Por esa razón, la semana mayor jarocha fue una abrumadora manifestación de señales mayores enviadas a los veracruzanos por Cuitláhuac, y por el mandatario nacional. Y cuáles son esas señales mayores.

La primera gran señal se dio cuando la pugna entre dos grandes cárteles evidenció la terrible inseguridad que vive el estado, mayoritariamente en la zona sur. La segunda de ellas fue que el asesinato de 13 personas en una fiesta privada había corrido vía internet, junto a la rabia de los ciudadanos, la impotencia de la gente de Minatitlán y la acelerada manifestación de las redes sociales de gran parte del estado, que inmediatamente se le fueron encima a Cuitláhuac que, para su infortunio, esa noche del viernes, había sido retratado apoyando al equipo de los Tiburones Rojos que jugaba en el puerto. 

La tercera señal fue la reiterada posición de los funcionarios relacionados con la gobernanza, la seguridad pública y la fiscalía: desorganización, desconcierto, lentitud e irresponsabilidad. Tanto, como si el mandatario estatal, tuviera que conducirse sin uno de los brazos, por estar inutilizado o gravemente afectado.

La cuarta señal fue el hecho de que el presidente Andrés Manuel López Obrador, viniera -desentendiéndose de la justa expectación estatal- a manifestar e impulsar la orden o petición de serenarse, de tranquilizarse, el domingo, con el ofrecimiento de que el indignante tema requerido por todos, sería tratado no ese día, como se esperaba, sino hasta la conferencia mañanera del lunes.

La quinta señal fue la enésima ocasión en que se usa al pasado, a los anteriores, a los corrompidos, para hacer valer, que las autoridades actuales no causaron el problema, cosa que todos saben y aceptan.

La sexta señal fue que Cuitláhuac García, experimentó el domingo una especie de resurrección, cuando el presidente lo calificó de estupendo gobernador y honesto ser humano. Pudo constatar un milagro de resurrección, cuando las benditas redes sociales ya hablaban hasta de renuncia. Días antes habían hecho circular un meme que hacía alusión a un cumpleaños y a que el gobernador por fin había cumplido algo. 

Pero la mayor señal que envió el ejecutivo federal con sus palabras, tuvo dos caras: la primera, que lo que importa, más que los hombres, es el proyecto, su proyecto. La segunda, que, utilizando su estrategia y la Guardia Nacional, él espera apaciguar al país y a Veracruz en seis meses. Por lo pronto, el jalapeño alcalde Hipólito -uno de sus malos publicistas- ya se mostró incrédulo y reconoció que el tema de la seguridad es cosa seria, no como la amenaza de auditorías y señalamientos contra los americanistas.

Veracruz no puede esperar más para que lleguen los tiempos felices. Ojalá y esos seis meses, que pide, le den la razón a AMLO, junto con todos los votos que algo así merecería.

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