Alguien escribió que López Obrador odia a Carlos Salinas porque en muchas cosas se parece a él. Para empezar, debe recordarse que como ha sucedido con AMLO, en el sexenio de Salinas de Gortari también se habló de reelección. El mandatario del neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio, creó en su época una estructura llamada Solidaridad, con objetivos de mantener y fortalecer el sistema que representaba. Y en los tiempos actuales nadie duda que Andrés Manuel fundó al partido MORENA para conservar el poder por mucho tiempo.

Pero en este mes de agosto están sucediendo cosas que hacen pensar a algunos que este último propósito pudiera venirse abajo. Esto no ocurrirá, no porque la izquierda no esté formada por tribus políticas proclives a la desarticulación, a la indisciplina y al aislamiento, sino más bien porque el gran líder que es López Obrador lo impedirá a toda costa. 

Y es en ese momento donde al tabasqueño le aparece el gusto salinista por hacerse sentir, hacerse presente en todas las fiestas y en todas las decisiones políticas nacionales. La conferencia mañanera es su pasarela diaria y particular. Los dos personajes son hombres con estricta esencia política y que solo viven para esa actividad, que brinda grandes dividendos, también. Primero está lo político, antes que lo económico, dijeron por ahí.

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Esta semana los reflectores han aparecido en el Senado de la República, entre Ricardo Monreal y Martí Batres, dos grandes generales de la izquierda mexicana. La derrota de Batres, quien no pudo reelegirse en la presidencia de la Mesa Directiva por movimientos estratégicos de Monreal—y gracias a cañonazos, acusa el perdedor—, ha ocasionado todo tipo de comentarios en ambos bandos, que anuncian o sugieren una primera división del partido morenista.

Pero estas virulentas reacciones las conoce perfectamente el presidente de la república, y quizá hasta pudiera estarlas provocando desde la oscuridad. No le conviene el fortalecimiento de ninguno de los grandes actores que lo acompañan, es mejor que estén separados y divididos, practicando entre ellos las guerras floridas que enseñaron los mexicas hace más de quinientos años.

AMLO necesita un partido a modo, para encabezarlo otra vez y ser el líder moral y dueño exclusivo, cuando deje la presidencia de la república a Claudia Sheinbaum, su manejable candidata para sucederlo. Enarbolando la bandera partidaria, entonces se abocará a reagruparlos a todos en un súper partido, procediendo a establecerse como el gran tlatoani o factor que pueda decidir también la sucesión de Claudia, o del que gane la elección. Y por qué no, un Fidel Castro o casi, casi, un nuevo Carlos Salinas, si Dios le presta vida. 

Dicen que en política no hay casualidades, sino solamente causalidades. Andrés Manuel no piensa en su reelección presidencial. Lo que desea es ser recordado como el ideólogo, el gran demócrata y el impulsor de la transformación del México del siglo XXI. Y no quiere que nadie le arrebate el partido MORENA, su máxima creación y vehículo para trascender en la historia.

En un partido político solo hay responsabilidad ideológica, allí no hay ninguna necesidad de demostrar la congruencia entre la ideología y las realidades económicas y sociales de una nación.

Andrés Manuel es el único que puede integrar y comandar tribus y liderazgos. Nadie más que él tiene autoridad moral sobre todos ellos.

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