En lugar del punto de inflexión que repiten el presidente Andrés Manuel López Obrador y dos o tres de sus colaboradores, el mandatario debiera encontrar un punto de reflexión profunda. Porque aferrado a sus esquemas mentales o a sus pretextos transformadores, no ha tenido esa meditación tranquila y necesaria que muchos le demandan urgentemente a raíz de los últimos acontecimientos.

Ni con las difíciles circunstancias nacionales a la baja, ni con todo y la contraria opinión pública que le crece día a día en el territorio, el hombre acepta rectificar en lo que no funciona. Según el gobierno no hay problema alguno, porque las cosas marchan de maravilla y la gente vive un mundo feliz, feliz, feliz.

Pero eso es solo un discurso autocomplaciente que él no cambiaría, porque entonces, qué es lo que le diría a su aplaudidor público de “treinta millones” que votaron por él.

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Sin embargo, la realidad no es todo lo halagüeña que esos 30 millones, en declive, tratan de difundir con ayuda de algunas personalidades o voceros, cada vez menos, que escriben, hablan o hasta gritan a través de los canales que disponen, sean medios de comunicación, redes sociales, reuniones pequeñas o incluso en conferencias que dan a audiencias que aún creen en su verdad.

López Obrador ha acertado en algunas cosas, pero no en todas, como él pretende hacer creer. Su discurso de honestidad y lucha contra la corrupción, y los millonarios recursos en las pensiones, no son suficientes y no tapan las innumerables fallas de su gabinete.

La economía no le funciona, como tampoco su estrategia contra la violencia y la inseguridad pública. Se habla de recesión, de estancamiento y de desempleo y bajos ingresos. Los delitos contra las personas no bajan, es al revés, ya que suben, suben y suben.

Y los cárteles del narcotráfico no han escuchado su frágil y bonachona propuesta de “abrazos, no balazos”. Balaceras con bajas sociales estridentes, se han repetido en casi todo el territorio: Minatitlán, Coatzacoalcos, Guerrero, Michoacán, Culiacán, y la última contra la familia LeBaron en Sonora, tienen a la sociedad mexicana con los pelos de punta y con el dedo flamígero apuntando acusadoramente hacía el mandatario.

Los mexicanos claman por cambios en la manera de conducir el país. Pero en respuesta, el presidente López Obrador endurece el discurso y enseña maneras autocráticas y preocupantes. Soterradamente utiliza al Congreso de la Unión para apurar sus cambios tendientes a lograr un mayor control y vigilancia de la vida pública. Habla de una nueva constitución e inventó un autogolpe de estado que provocó risa, al tiempo que avanza la polarización de la gente.

Por fortuna, los medios de comunicación serios, no han caído en la trampa. Mantienen los puntos de vista críticos y objetivos, como siempre han hecho. Por más que se sientan vulnerables por las tenazas de las amenazas y de los ataques sistemáticos que una mano oculta alienta en las redes sociales y que hacen pinza. Amenazas de funcionarios o exfuncionarios de los tres órdenes de gobierno que han sido acusados de corrupción; amenazas de los grupos delincuenciales que desean acallar todo ímpetu democrático y justiciero. Y también las amenazantes autocensuras que muchos se imponen para conservar su integridad o sus esforzadas condiciones económicas. Y los muertos del periodismo afirman este estado de cosas.

El ataque a la libertad de pensamiento y de expresión se está dando y trasciende como una marea que sube incontenible en la costa. Se da en los opinadores morenistas, panistas, priistas y de los demás partidos, que buscan cabida en los medios, como también mediante la sobrevigilancia y seguimiento de redes sociales a trabajadores que se da en algunos gobiernos estatales, como también en las disposiciones gubernamentales que, de manera atentatoria a la libertad de expresión, pretenden limitar las manifestaciones a través de las redes sociales, y que pueden dar motivo a fuertes sanciones disciplinarias. Un ejemplo es un oficio reciente en el ámbito del Ejército (Expediente 67134 del Estado Mayor de la defensa Nacional), que ha trascendido. Y se da con los modernos bots informáticos que crean ambientes nebulosos en torno a problemas.

Las malas autoridades, los líderes sin autoridad moral y los periodistas orgánicos y los que venden su conciencia, apoyan este tipo de manifestaciones que atrasan el desarrollo, que son retrógradas y que proponen escenarios de autoritarismo y ceguera social, ajenos al progreso de la humanidad.

Estas situaciones habrán de motivar que la población pensante esté más atenta a los contenidos de los medios de comunicación, de las redes sociales y de los informes oficiales del Gobierno. La transparencia y la verticalidad nunca podrán estar ocultas al ojo avizor de la sociedad. Ni tenazas amenazantes, ni leyes mordaza podrán ocultar jamás la realidad y la verdad.

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