Desde el inicio de la campaña presidencial y hasta estos días, han sido intermitentes y contradictorios los guiños y señales entre AMLO y el sector empresarial. Los dueños del dinero, nacionales y extranjeros, han ido dando bandazos sin recibir hasta ahora una confirmación de su importancia en los actuales planes de gobierno.

Uno de los morenistas vinculados con ellos, el neoleonés Alfonso Romo, quien funge como Jefe de la Oficina de la Presidencia, ha debido arreglar y componer reiteradamente las relaciones con los hombres de la iniciativa privada. Pero debe recordarse que Romo fue uno de los damnificados políticos con los cambios de señales que López Obrador hizo respecto al proyecto aeroportuario de Texcoco. Esas variaciones de humor y de pensamiento, no lo dejaron bien parado ante los capitalistas que realizaban la obra cancelada, Carlos Slim entre ellos.

El día de ayer, ya pospuesta por 45 días la amenaza de los aranceles que pretende imponer Donald Trump a los productos mexicanos, resurgió Alfonso Romo frente a los consejeros regionales del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) e hizo algunos posicionamientos, invitando nuevamente a los empresarios nacionales y de otros países.

Alfonso Romo señaló que Pemex, el Tren Maya y los proyectos del Istmo de Tehuantepec requieren de inversión privada; dijo también que México está comprometido con el libre mercado y busca convertirse en un paraíso de la inversión. Dijo que si el país quiere crecer al cuatro por ciento, no hay más opción que invitar al sector privado. Para rematar, expresó que “a Texcoco no se le mueve ni un pelo”, y que “el día que sienta que no hay confianza (de López Obrador), me regreso a Monterrey a caballo”.

Más valdría a la nación y al propio Romo, que su jefe no lo baje de su cabalgadura antes de llegar a la meta. En el mundo del siglo XXI, ningún tipo de crecimiento razonable y acorde con las necesidades sociales se puede lograr sin la participación de la inversión privada. AMLO parece que lo entendió a punta de arancelazos trumpianos.

En Veracruz, los asuntos de las empresas y de la inversión se están manejando de manera mercurial, al estilo y costumbre de Cuitláhuac. La dependencia estatal más importante para la economía aún no tiene cabeza visible. El poderoso grupo empresarial Nachón, apenas pudo colocar a uno de sus alfiles como encargado de la Secretaría de Desarrollo Económico, y lleva diez días pujando porque le den el nombramiento definitivo. 

Seguramente la almohada del ejecutivo estatal no ha podido determinar si Enrique Nachón García -renombrado saltimbanqui del lustro- debe ascender a los guindas altares morenistas, después de haber disfrutado los azules cielos de Yunes Linares y las rojizas alboradas de Duarte de Ochoa.

Ojalá y que el más alto aspirante a secretario cuitlahuista, no escuche de su jefe un “¡Lástima, Margarito, porque este señor que me mandó el presidente, llegó para quedarse donde tú querías!”

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