Parece que Carlos Loret de Mola se está convirtiendo en el “destapacaños” de la 4T. Primero expuso a Pío López Obrador con los paquetes de billetes para la campaña; y ahora a la influyente prima que fue beneficiada por PEMEX: el viernes pasado el periodista dio a conocer que la empresaria Felipa Obrador obtuvo de la paraestatal varios contratos por 365 millones de pesos y todos ellos por adjudicación directa.

Y el que aprovechó el inoportuno descubrimiento fue Felipe Calderón, el expresidente más criticado por las masas morenistas, quien socarronamente publicó en Twitter este provocador mensaje: “¿Qué pasó tocaya; no va a decir ni pío?”.

El travieso tuit calderonista comenzó a circular con profusión en las redes. Casi en paralelo, el gobierno federal tuvo que comunicar que Pemex había cancelado los contratos con la señora Felipa. En honor a la verdad, cabe decir que la sociedad no sabe si esta persona es una de las prestadoras de servicio habituales de la empresa petrolera, a la que el parentesco tabasqueño pudiera estar perjudicando.  

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La circunstancia actual está evidenciando con plenitud que los molestos y costosos males de la corrupción, de la deshonestidad, del nepotismo, del conflicto de intereses y de las irregularidades administrativas están en todos los gobiernos, en todos los sectores y en todas partes. Y no se encuentran solo en el equipo de enfrente, sino también en el propio, y quién sabe en qué magnitud. 

Pero lo ocurrido a una persona como Felipa, que quizá ni siquiera es tan cercana al núcleo central de la familia presidencial, retrata a la perfección los nocivos efectos de la estrategia de polarización social que imprime en el ambiente nacional López Obrador cada día desde su conferencia mañanera dividiendo a la población. La tesis maniqueísta “Nosotros somos los buenos y ustedes son los malos, somos distintos” es totalmente equivocada e injusta cuando se quiere generalizar. Y cuando lo ostentan con orgullo, apenas te miran a los ojos.

A la manera de aquellas célebres filípicas del griego Demóstenes (sus eficaces discursos contra el rey Filipo II de Macedonia), el presidente López Obrador, desde su época en que era un sencillo y afable Andrés Manuel, ha emprendido estratégicas acciones desacreditadoras y peroratas machaconas contra personas y todo aquello que odia o que le resulta vendedor entre la gente que lo sigue.  El propio Felipe Calderón es uno de los blancos preferidos por el inquilino de palacio nacional, a quien por angas o por mangas siempre encuentra motivos para poner en evidencia o acusar de los ácidos males de la nación.

Felipe Calderón no se arredra y parece retar al jefe del ejecutivo. Por cada acción, pone una reacción. Y si lo hacen mártir, su movimiento con Margarita gana, no pierde. Esa es su lógica.

Ojalá y este tipo de hechos, surgidos de la nada “por accidente” o con fría intención, hagan meditar al presidente de México. Y a propósito de filípicas y “felipes o felipas”, hay que hacer notar que en el horizonte cercano no se percibe que el rey Felipe VI de España tenga pensado venir a pedir perdón a los mexicanos (por la conquista de los españoles hace 500 años), como exige mediáticamente el jefe Andrés Manuel.  

El movimiento lopezobradorista sigue drenando el pantano del agua estancada -en la que se ha convertido la política- y continuará sin restaurar la dignidad humana.

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