Gabriela reconocía que tuvo que irse al fin del mundo o muy cerca de él. A pesar de la sensación de lejanía que percibía, le reconfortaban los años de esplendor que ahora compartía con sus seres queridos. Las extensas llanuras de la Patagonia y la cercanía con la Tierra del Fuego la hacían sentir confiada; la escasa población de la pampa argentina le proporcionaba el refugio más seguro que hubiera podido imaginar. Lo mejor de todo era que por fin tenía a su lado al hombre ideal, que como ella, también moría por los caballos. Ni en sus ensoñaciones más disparatadas había conjuntado tanta dicha; la compañía de Manu y la amorosa protección de sus padres, así como las risas infantiles de sus hijos, vestían esa idílica época en medio del silencio e inmensidad de las tierras australes.

Pero la tranquila quietud del campo se rompe de manera intempestiva una mañana. El cartero ha dejado un sobre bajo la puerta de la entrada principal de la estancia. Un trabajador lo entrega a Gabriela que lo abre presurosa. Lo envía su leal amigo que cuida el chalé de Orense. En una tarjeta le dice que un importante diario de Madrid ha sacado la noticia que desvela una serie de gastos realizados por ella cuando era la primera dama de Galicia. Además de saludarla cariñosamente, le aconseja que no se preocupe, porque a nadie ha sorprendido esa información. Concluye afirmando que la nota no tuvo el eco esperado en ese país y que sólo la tomó en cuenta un modesto portal de noticias de internet. Junto a la tarjeta le envía la página del periódico madrileño.

En ella dan a conocer la noticia de que durante su primer año en el gobierno de Galicia, la primera dama gastó cerca de ocho millones de euros en el pago de dentistas, compras suntuosas como ropa, joyas y accesorios femeninos, hospedajes en resorts invernales en Suiza y en hoteles de lujo en Río de Janeiro y Sao Paulo durante el carnaval de ese año en Brasil. Refiere con detalle sus arduas jornadas de shopping en tiendas exclusivas como Bergdorf Goodman, La Galería, El Corte Inglés, Hermes, Neiman Marcus, Saks Fifth Avenue y Max Mara. El periódico señala que los gastos se cargaban a una tarjeta platino adicional que le había proporcionado Mouriño, su intermediario financiero en esos años, con un promedio de gasto mensual cercano a los setecientos mil euros.

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¿Qué pasa hija?, le pregunta intrigado Matías. ¡Nada, papá, tranquilo!, contesta Gabriela con un gesto displicente. ¡De que van estos gallegos, que siguen dando guerra con la gestión de Alex! Ya deben tener aburrida a la población. ¡Qué pereza! Voy a dar indicaciones para que no me manden basura y tonterías de España. ¡Se morirían, si supieran que no va a suceder absolutamente nada! Todo está bajo control y con los candados suficientes. ¡Entregué mucha pasta para asegurarme de ello!

¡Relájate, Gaby!, puedes enfermar. Sí, papá, debo acostumbrarme a estas insignificancias; esto sucede con la gente famosa, responde. Lo sé hija. Y además eso no es completamente cierto, remató ella. Sólo me demuestra la ambición y las pillerías de los periodistas. ¡A todo le sacan provecho! Ese periódico, que es de empresarios independentistas catalanes, tiene toda una investigación donde yo sembré datos erróneos. Y con esto, compruebo que la van ventilando mediante migajas, a cuentagotas, para vender mejor, pobres tontos. De dónde sacan lo de Brasil, si esos gastos los pagó la empresa que quería las concesiones del agua de La Coruña y la instalación de la petroquímica en Pontevedra. Sus dueños nos regalaron el yate, ¿recuerdas?

¡Pobres imbéciles!, continuó Gabriela. Qué pasaría si supieran que los seis años de gestión de Alex tuve en mis manos los tokens de todas las cuentas recaudadoras. Así tenía que ser; yo era la verdadera tesorera de la Xunta. Todavía recuerdo la cara de espanto de Tomás de la Regué y de Aguilera cuando supieron que yo manejaba las transferencias bancarias. Y el silencio cómplice de Cuevas de Almanzora. Hasta el día que me canse de dar explicaciones y puse ahí a Taruk. Él sí me entendía, sólo me miraba embelesado. ¿O será que me complacía?…mmm, qué tonto, quizá.

Así tenía que ser, papá. Recuerdas cuando diseñamos nuestro plan financiero, al otro día de que mi madrina aprobó a Alex para presidir la Xunta. Fue extraordinaria tu idea de mover capitales a través de Mouriño y Cisneros, aquellos viejos amigos de la universidad. Acuérdate cuando completamos nuestros primeros diez mil millones, mientras Alex estaba en Babia. Está demostrado que no pasa nada, cuando les repartes a todos. El generalísimo nos enseñó a hacer bien las cosas hace más de ochenta años. Para qué complicarnos. Si no quieres problemas, obliga a todos a meter la mano. Fue el primero que lo dijo y que lo hizo. Ese es el secreto. ¿Quién te puede perseguir cuando todos están patinando en el fango?

Me fascina escucharte, hija. ¡Eres una chica brillante! Me regresas a mis años mozos, cuando tuve la primera empresa. Desde épocas milenarias está escrito que el éxito es para los atrevidos, para los inteligentes. Los pusilánimes jamás tendrán nada que valga la pena. Estoy muy orgulloso de ti. Has puesto nuestro apellido en lo más alto. Me da gusto. Qué bueno por ti y por tus hijos, lo mereces.

¿Por qué no vamos a comer, papá? Venga, invítame no seas duro. Esta charla me provocó apetito.

Continuará…

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