Desde enero de 2018 el movimiento morenista se asomó en varios municipios del territorio estatal. La nueva época política nacional se comenzó a mostrar a través de los alcaldes victoriosos en la elección previa. A partir de ese momento, los de Xalapa, Coatzacoalcos y Poza Rica habían dibujado sus posibilidades directivas y sus estilos de liderazgo; también habían enseñado el cobre. 

No era mucho lo manifestado por ellos durante los meses antes de la elección presidencial. Salvo alguna excepción -el de Orizaba y dos o tres más-, casi todos los ediles manifestaron deficiencias en los estilos para gobernar y en el modo de entregar cuentas y resultados. Y lo siguen haciendo, independientemente del partido del que provengan.

Aún con esos déficits, Andrés Manuel López Obrador logró un triunfo avasallante el primero de julio anterior. Se colocó a cuestas a sus candidatos a gobernador y los llevó a las mieles del triunfo. Así llegaron varios gobernadores a acrecentar el poderío de MORENA, Cuitláhuac García Jiménez, entre ellos.

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Entró el nuevo gabinete, y junto a ellos, la esperanza de un cambio y la ilusión de mejora en todos los sentidos. Pasaron los días y se han cumplido siete meses de gobierno cuitlahuista en Veracruz. 

Y qué es lo que se lleva realizado en estos 210 días. Primero, una lucha encarnizada y fallida para hacer renunciar o destituir al Fiscal Winckler. Después, el despido de miles (por desgracia miles, más que cientos de trabajadores) de empleados en las distintas dependencias y organismos.

Lo grave de todo es que se tienen pocos resultados positivos de gobierno. Cerraron el Museo Interactivo de Xalapa MIX, para colocar allí oficinas burocráticas. Se organizó y financió un festival de la salsa en Boca del Rio. Se licitaron algunas obras, que de inmediato fueron cuestionadas en su opaca asignación. Se terminaron otras que venían de la gestión yunista. 

Se compraron patrullas policiacas que hicieron más ruido que vigilancia, debido a la acusación de sobreprecios. Con montos millonarios se adquirieron medicamentos a simple dedazo a un empresario farmacéutico que además es súper delegado del bienestar en Jalisco. Por varias instancias del gobierno estatal surgieron evidencias irrefutables de nepotismo en los altos niveles, situación que cínicamente fue negada por la misma cúpula.

Quizá para emular al jefe de la república y celebrar un año de morenismo, la semana pasada, el gobernador Cuitláhuac, algunos de sus secretarios y sus benditas redes sociales, difundieron pomposos “resultados” de gobierno. En turismo, una hermosa flor soltó una perla: llegaron a tierras jarochas cientos de miles de visitantes extranjeros que reactivaron la economía y la larga lengua de la secretaria del ramo. El grupo Nachón, a través de su punta de lanza en SEDECOP, lleva realizadas importantísimas reuniones con las que ya se consiguieron cuantiosas inversiones que harán florecer el empleo en Veracruz, superando incluso el agobiante y transparentado florecimiento de Xalapa, de Hipólito y de sus desafinados cultivadores del son.

Y lo más destacable de este primer año: según el alto mando, ya se mejoraron todos los indicadores de seguridad pública.

Pero no es tan sencillo que las palabras se fijen como flechas en el blanco. Un primer balance deja en riesgo la posición de equilibristas del secretario de gobierno y de la contralora general, a quienes les ha tocado hacer el trabajo sucio, sacar el pecho y bailar con las más feas y feos.

Los demás secretarios se conducen en completo secreto, fantasmales en sus pasos y en sus resultados, debido a que no hay pericia o no hay dinero. Quién sabe si el presupuesto lo guardan para las elecciones que vienen, o todavía no saben cómo aterrizar las ideas y con cuáles reglamentos y proyectos deben ejercerse.

Por lo pronto, el comandante supremo y sus generales dieron esos avances. Eso dicen, el gobernador y sus secretarios. Habrá que preguntarles a los veracruzanos, qué es lo que opinan de esos alegres y veraniegos dichos.

 Algo hay cierto. Después de un año color guinda, el ganador absoluto y el que no sufre de riesgos y tropiezos, de fastidiosas normas o de críticas ciudadanas, es el súper delegado Manuel Huerta Ladrón de Guevara. A él le toca repartir los dineros que religiosamente envía a la población el mandatario nacional. En su oficina y en sus estadísticas políticas, partidarias y sociales, todo se traduce en ganar y ganar.

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