México ha rebasado las 45 mil muertes y los 400 mil casos confirmados de Covid-19. Y las cifras se incrementan día tras día, sin que en el horizonte cercano se observe un final en el contagio y en los decesos provocados por la enfermedad.

Nos entristece conocer el creciente número de víctimas y la posibilidad de que fallezcan los que ahora están contagiados con el fatal virus. Nos preocupa saber que millones de personas pierden sus empleos y que otros tantos luchan contra las adversidades para no ver el amanecer sin sus puestos de trabajo. 

Cuando meditamos sobre las cuantiosas pérdidas humanas y económicas que resiente el planeta y las familias en los países, en ese momento nos percatamos de que los principales perjudicados son las niñas y los niños que quedan huérfanos y vulnerables a todas las tragedias de este mundo.

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Pero centrando la reflexión en nuestro país, tenemos que aceptar que la pandemia de coronavirus no es lo único que sufre la nación. Existen otras clases de pandemias y van los ejemplos. Llevamos años soportando y llorando las pérdidas humanas que causa el narcotráfico y la delincuencia en todo el territorio, sin que la autoridad nacional haya podido contra esa lacra. Cuántos huérfanos habrá arrojado esa lucha que en estos 20 años ha perdido la sociedad mexicana. Decenas de miles, seguramente.

Cuántos niños y niñas han sido afectados por la galopante corrupción de los gobiernos del pasado ¿y del presente? Cuántos menores salieron perjudicados con el cierre de guarderías que hizo AMLO después de tomar posesión. Cuántos quedarán al garete debido al incesante fenómeno del feminicidio que nadie para y que el presidente no quiere ver. Cuántos más, enfermos de cáncer o con padres infectados por VIH-Sida, resultaron agredidos en sus derechos elementales, porque la secretaría de salud obradorista decidió cancelar fondos presupuestales y dejar de suministrar los medicamentos que recibían los enfermos. Otras decenas de miles. ¿Alguien puede negarlo?

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Y cuántas niñas y niños están quedando en la orfandad o en la miseria espantosa, a causa del desastroso manejo de la pandemia del coronavirus, que erráticamente lleva y trata de esconder López Obrador y sus pésimos e insanos funcionarios del sector salud, encabezados por López Gatell, el payaso de los números falsos. La evidencia la han dado organismos internacionales y medios de comunicación de esta forma: los procesos fallidos del gobierno mexicano, solo son comparables con los que se siguen en los países más atrasados del orbe.

Cuántas niñas y niños quedaron huérfanos a causa de que la enfermedad y la insuficiente atención médica nacional, se están cebando contra las mujeres, más de 9 mil, como afirmaron esta semana investigadores de la UNAM, quienes señalan a las amas de casa como el segmento ocupacional que tiene el mayor porcentaje en el total de decesos. Quién cuidará y educará a esos niños, o en qué ambiente hogareño jugarán esos niños y niñas, si sus papás, en lugar de atenderlos, deberán ir a trabajar o a conseguir el sustento diario.

Esa es preocupación en las familias y en la sociedad. No en el presidente López Obrador, quien tiene otros datos, otros números de muertos que no le quitan el sueño, porque, como alguien dijera, él no es doctor. El único número—de tipo circense—que le llena los ojos y la razón, es el tema de moda “contra la corrupción” y con irregulares procesos legales: el del exdirector de PEMEX, extraditado desde España a la capital del país. Un ladrón de cuello percudido, que ahora quieren hacer víctima, en una transformación de alto nivel.

El Caso Lozoya, con todo su potencial distractor, es asunto de alta prioridad andresiana, que el mandatario quiere que vean y sigan minuto a minuto los ciudadanos. Mientras tanto, que las empresas sigan cerrando por falta de apoyo gubernamental, que aumente el desempleo y que mueran otros 45 mil contagiados, o los que tengan que morir, eso a él no le importa. 

Que se preocupen y lloren las niñas y los niños que dependen de esos infortunados mexicanos de cuarta.

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