La semana pasada hizo más ruido que el que debía hacerse por una supuesta o suprema decisión de Palacio Nacional. Aquella de retirar de los escritos oficiales la vieja y agotada frase final de millones de comunicaciones y oficios generados en los tres órdenes de gobierno en los recientes 100 años: “Sufragio efectivo, no reelección”.

Más que pensar en que esa era una moderna decisión administrativa de la cúpula, algunos sectores la tomaron como bandera para hacer ruido innecesario y atacar al presidente de México, como si este pensara en reelegirse para eternizarse, al estilo de los dictadores latinoamericanos de los últimos siglos. 

Andrés Manuel López Obrador viendo el escándalo, ofreció que este lunes se comprometería por escrito a no hacer ningún movimiento para reelegirse, asegurando a todos que él terminaría su gestión a finales de 2024, tal como estableció con su voto el pueblo sabio.

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En realidad, no parece que existan condiciones en el país para hablar de una reelección, con todo y que el Congreso lleve como adornos representativos a las guindas morenistas. La idea suena más a utopía y rollo corriente.

Primero, se debe reconocer que México no es Cuba, ni tampoco Venezuela. México es un país grande, donde todo mundo trata de ser líder o, cuando menos, no dejarse engañar más.

En segundo lugar, la nación tiene como vecino a uno de los imperios más poderosos de la actualidad. Para qué hacernos pequeños y disminuirnos y poner a la patria en peligro.

En tercer lugar, los grupos políticos y los sectores productivos y sociales no permitirían formalizar una decisión de tal naturaleza y ligereza.

Pero hay dos condiciones que también deben meditarse. Acaso los resultados, los procedimientos utilizados y las formas de gobierno, mostrados hasta ahora por el lopezobradorismo, hacen pensar que la población mexicana se siente satisfecha, como para entregar así nomás el poder por otros años al partido Morena. Es cierto que su base electoral es grande y consistente, pero en México existe una oposición real a ese estilo impuesto por Andrés Manuel. Una oposición que, en un momento dado, puede volverse uniforme y leal a un liderazgo que encuentre una bandera factible para oponerse decorosamente al presidencialismo avasallante que pudiera pasarse de la raya y de la paciencia ciudadana.

Por otro lado, y recordando aquella sabrosa lectura de la dictadura perfecta, que nos vino a decir en la cara el escritor Mario Vargas Llosa, y también las evidentes señales de un acuerdo PRI-MORENA, bautizado por los críticos como “El Primor”, para qué necesita el país una reelección, si es un hecho que tirios y troyanos autóctonos han sabido ir de la mano y beneficiarse de los nuevos tiempos de la Cuarta Transformación.

México no debe equivocarse, como no lo hará AMLO. La cuarta transformación que procura el político tabasqueño, es un asunto de varios lustros o décadas. Lo que él dejará para que alguien lo siga y lo concrete, son dos cosas: una nueva Constitución Política y su nombre en la historia como el presidente honesto, demócrata y transformador. No tiene tiempo ni posibilidades para más.

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