Con los antecedentes de la debacle duartista y de la simulación yunista y después de escuchar el reiterado mensaje andresiano de la honradez de Cuitláhuac García, parece que esta entidad federativa se ha convertido en la sede nacional de la honestidad en la administración pública. 

Es tanta la insistencia verbal en esa virtud que concede AMLO a su disciplinado discípulo, que el estado podría no alcanzar ningún progreso, pero sí contar en el futuro con el primer salón de la fama de la honestidad, al estilo de los salones de la fama del beisbol, del futbol, del internet o del rocanrol.

Y hablando del conocido gusto del presidente por el deporte de la pelota caliente, se sabe que López Obrador es un mandatario que sólo quiere tirar jonrones o pegar de hit, mirando para otro lado cuando su equipo tira puras bolas malas o quiere ganar solamente mediante el complicado robo de bases sin saber cómo tirar obuses a los jardines o sacar la esférica del campo. 

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Acaba de estar en el sur de Veracruz, y para evitar problemas o críticas sociales, su gente administró la presencia de periodistas y de la gente. Habló maravillosamente de sus sembradores de vida y de que el desarrollo del istmo va a pasos agigantados, mientras la secretaria federal Rosa Icela nos daba la risible noticia de que bajaron todos los indicadores de delincuencia en el territorio jarocho. Para rematar la jornada de fin de semana, le colocó a Cuitláhuac García su medalla número once de honestidad. Hasta se llenó de orgullo veracruzano hablando de esa honradez tipo aura que solo él le ve al gobernador veracruzano.

López Obrador no quiso saber nada de los que esperan justicia a causa de asesinatos masivos, de secuestros, de desapariciones y feminicidios, de cobros de piso o de incendio de negocios en el sur de Veracruz. Y es probable que la honradez que evoque el jefe de la república, sea una frase proferida por el propio Cuitláhuac, reconociendo frente al que manda, que no puede dar mejores resultados porque es la hora en que no se halla como gobernador, recordándole a su líder que cuando fueron a darle la candidatura a su casa, desde ese momento aclaró que le costaría mucho trabajo dar la talla. Porque en el tema de las honestidades, esa sería la única honradez que podría reconocérsele al gobernante estatal.

El presidente mexicano usa mucho el calificativo de la honestidad, lo aplica como muletilla inconsciente para defender a sus subordinados. Basta recordar al honesto Ahued en Aduanas y las diez ocasiones previas que machacó con el tema de la honradez de Cuitláhuac. Y orando porque el pueblo se trague el cuento, este a su vez ha copiado el discurso de la honestidad, para referirse a su equipo entero en el gabinete. Y con aplauso incluido.

Veracruz se ha vuelto beisbolero y honesto, pero solo por decreto presidencial de alcance verbal. Por eso, y para estar a tono, el estado bien merecería un buen salón de la fama de la honestidad.

Y lo dijo el maestrín: “Cuídate de quien siempre te dice que te quiere mucho. Tarde que temprano sabrás qué tanto te quiere, porque eso de que con el tiempo las cosas se olvidan, no deja de ser una monserga.”

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