Aquí se ha afirmado que el sexenio gubernamental de Cuitláhuac García será el sexenio del coronavirus, debido a que la pandemia está matando social y económicamente a Veracruz. Tampoco este es un periodo de luces en la administración pública o una etapa de obras que pudieran recordarse.

El estado no ha tenido suerte en sus gobernantes recientes. Para no ir tan lejos, hablemos de la presente década y tan solo habría que evocar las pillerías de Javier Duarte y las promesas incumplidas de Yunes Linares para ejemplificarlo. 

Las muestras de la mediocridad de la cúpula de gobierno se reflejan día a día en la realidad estatal, en las mesas de las familias, en las noticias de los medios de comunicación y hasta en las redes sociales que encueran a todos, a pueblo y a gobierno, a jóvenes y viejos, a buenos y malos, a pobres y ricos y, en lo político, a verdes, amarillos, rojos, azules y guindas o a todos aquellos que gustan portar atuendos multicolores.

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Y cuando no hay obras y acciones gubernamentales que se noten en el territorio, comienzan a percibirse o a recordarse los asuntos pendientes, los problemas sin resolver, los compromisos no cumplidos, los anuncios estrambóticos y las mentiras distractoras o los proyectos irrealizables.

Dos temas rondan la actualidad veracruzana en este mes de agosto que está acabando. El primero, que encabeza el rotundo fracaso estatal en materia de seguridad pública e impartición de justicia, es el aniversario del incendio intencional del bar Caballo Blanco en Coatzacoalcos, ocurrido hace un año y donde murieron 30 personas. Un año, tras el que siguen las investigaciones y quizá como noticia de avance, se desliza o se filtra que entre los muertos estaban dos autores intelectuales o materiales del brutal crimen.

Pero ese es un caso que representa a todos los no resueltos o no afrontados con éxito en Veracruz: los numerosos feminicidios, el cobro de piso, el secuestro y la desaparición de niños y jovencitas, también el incremento de delitos de toda clase. Entre los nuevos casos que conmueven a la capital del estado, la desaparición de cinco jóvenes en Palo Gacho, Emiliano Zapata. ¿Omisión, irresponsabilidad o incapacidad?

Y si pasamos al tema de los grandiosos distractores del sexenio cuitlahuista, tenemos que mencionar el proyecto del tren metropolitano que ahora denominaron tren ligero de Xalapa, y que ya algunos visualizan sobre las vías como en un sicodélico viaje alimentado con sustancias alucinógenas.

El tema lo tripuló primero el secretario de SEDESOL Guillermo Fernández, quien hace meses presentó una “seria” convocatoria vía Facebook para hacer el “proyecto”. Hace pocos días comenzaron a divulgar la participación del gobierno federal y ya algunos hablan de ese asunto como “la obra del sexenio”. 

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Pero una cosa es que posiblemente inicien los estudios de preinversión, para poder pasar a la etapa de estudios de factibilidades técnicas, jurídicas y financieras, y otra muy distinta, empezar a realizar el proyecto ejecutivo de la obra para estar en posibilidades de licitar e iniciar la construcción.

En estos días los promoventes de la idea (que no es mala, pero sí lejana en el tiempo para concretarse), incluyen el trayecto de 30 kilómetros de Xalapa a Xico, quizá evocando aquella obra ferroviaria entre los dos puntos, que hace más de 120 años inauguró el presidente Porfirio Díaz.

El Tren Ligero, como obra de este siglo, podría tener alguna factibilidad turística y de traslado comercial de personas en ese trayecto. Pero primero habría que ver, si resultan mayores los beneficios que los costos, para poder interesar a inversionistas de alto nivel. 

Las obras ferroviarias no son emprendimientos sencillos desde el punto de vista técnico y financiero. Y México tiene otras prioridades en el corto plazo, acentuadas ahora por la imparable pandemia que invade al país.

Así es que hablar de ese tren en la forma en que lo están haciendo, constituye una auténtica ligereza promovida con fines de entretenimiento en año de crisis previa a una elección. 

No son tiempos de viajes ilusorios. Un recorrido así sería como un viaje con tremendos e impactantes contrastes en el horizonte: por un lado, un fatídico caballo blanco con patas ensangrentadas, y por el otro, un olvidado fantasma de finales del siglo XIX, que trata de revivir glorias pasadas.

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