Pasaron las elecciones municipales en los estados de Veracruz y Durango, y en todo el país, la elección del Poder Judicial del domingo primero de junio. Y los resultados han motivado todo tipo de comentarios e interpretaciones de parte de los jefes de la política nacional y de todos los actores involucrados en el proceso electoral, además de las diferentes opiniones de la odiada y desdeñada “comentocracia” mexicana, como han calificado desde el principal edificio del Zócalo de la Ciudad de México.

Pero la población participativa en el tema político, que desafortunadamente cada día es menor, también se ha referido a otro tipo de circunstancias: primero, la sorpresiva salida a la calle del expresidente López Obrador, cuando después de muchos meses de ostracismo, se apersonó a su casilla en Palenque, cruzó breves palabras con algunos votantes en la fila y haciendo uso de su acordeón, destinó los minutos necesarios para cumplir con ese derecho constitucional.

Para los medios de comunicación del país ese fue el platillo principal de esas elecciones, dado que prácticamente todos coincidieron en señalar la baja participación de los votantes en la elección del Poder Judicial. 

Ni siquiera el morenismo en pleno se volcó a las casillas, como muchos esperaron en vano. Pero la presidenta de la república lo vio como un triunfo digno de alabanza y satisfacción, abusando de la autocomplacencia, con dichos triunfales que a muy pocos convencieron. Al final del día, y como ya todos sabemos, los números de esa media noche para las elecciones municipales no resultaron tan positivos para Morena en Veracruz y Durango.  

Y de inmediato comenzó la esperada acción cupular de buscar a los culpables del fracaso. Muchas mentes pensaron en Andrés Manuel López Beltrán, quien previamente se había paseado coordinando todo, y que después de tan magro logro electoral, con enjundia andresiana, aprovechó la tormentosa coyuntura, para pedir al respetable que ya no lo llamen “Andy”, además habló de un legado ¿que debe abanderar? y resaltó que su padre es “el mejor presidente que ha tenido México”. 

Si lo hizo por consejo paternal para hacer ruido en la plaza y minimizar el fracaso del día, resultó ser cándido y obediente hijo. Pero si lo hizo, porque él se siente chiquito cuando escucha que alguien lo llama Andy, en lugar de Andrés Manuel, esto ya debe preocupar a sus admiradores y evoca a una interpretación de carácter psicológico. 

Pero, en cualquier modo, Andy ya “andó”, y es la triste conclusión de este junio. Y fue por partida doble: los pésimos resultados de la elección del poder judicial (13% de participación nacional) y la infantil petición de que no lo llamen Andy. Olvidó que al niño Andrés lo comenzaron a llamar Andy de manera cariñosa, acariciadora y cercana. 

Un hipocorístico no debe preocupar a nadie que tenga un desarrollo físico, humano y profesional normal, una autonomía sana para gestionar su vida y una autoestima suficiente y para conducirse de manera positiva en la familia y en la sociedad.

Si fuera de otro modo, el mundo estaría lleno de hombres y mujeres, de seres humanos  “auto disminuídos”. Y ninguno de ellos podría aspirar a ser mandatario de un país. 

Esta inoportuna declaración de Andrés Manuel junior hizo recordar el chiste aquel de “Levántate, Lázaro. Y Lázaro andó” 

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