Jesús Lezama

Que las cosas van mal en México, eso es algo indiscutible, como lo es el hecho de que la indefinida 4T va a terminar derrotada. El presidente López Obrador ha sido vencido por su hijo José Ramón López Beltrán, del que nadie sabe a qué se dedica y mucho menos, de dónde tiene recursos económicos que le permiten vivir como una persona fifi o un criticado aspiracionista. 

López Obrador miente. No terminó con la corrupción –la ha incrementado con los nuevos juniors 4T-, y la “austeridad republicana” es sólo un rollo discursivo utilizado para mantener hipnotizadas a sus ovejas. En los gobiernos de Morena, que inician y se controlan desde palacio nacional, la ambición es sumamente vulgar y letal. Hay un presidente fuera de sus estribos. La destrucción de la transformación lopezobradorista comienza con su propia cuña, la que aprieta.

José Ramón López es ahora el símbolo de la corrupción en el sexenio lopezobradorista. Un joven que pasó de lo verde a lo podrido, que se dedica a lo que menos puede, es rico y tiene un papi presidente de México. Es el que con sus actos tiene “moralmente derrotado” a su padre, un presidente incongruente y hablador, que en campaña -y en sus tres años de mañaneras, más no de gobierno- se ha dedicado a atacar a sus adversarios, políticos, líderes sociales, periodistas e intelectuales, sin sustento alguno.

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Joserra López aplastó a sus tíos Pío y Martín, corredores de bolsa y de aportaciones para el movimiento. Nos hizo olvidar los miserables contratos que Pemex adjudicó a doña Felipa Obrador, prima del presidente; el imperio inmobiliario y enriquecimiento del impoluto Manuel Bartlett; las casas de Irma Eréndira Sandoval; la Casa Blanca de la Gaviota de Peña Nieto; y lo más grave, derrumbó el discurso anticorrupción de AMLO.

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En dónde está aquello de que, con un par de zapatos, con doscientos pesos en la bolsa, y de que entrar a la “pobreza franciscana” era el modelo adecuado para vivir. Fueron puros cuentos para ingenuos. “Houston, we have a problem”, es el lema que cubre el horizonte nacional. Los López no son austeros, son rolleros. Su estilo “honesto”, que se lo crean sus fieles y ciegos seguidores, sus aplaudidores, los voceros y propagandistas a destajo que enmudecieron, que fueron rebasados por la realidad y empequeñecidos periodísticamente hablando.

López Obrador patalea en arenas movedizas, y entre más habla, más se hunde. Si el rollo de que “al parecer la señora tiene dinero” es una argumentación torpe y pedestre, también demuestra la frivolidad de un presidente que soñó con pasar a la historia de México como un gran líder. Su resentimiento, sus mentiras y la corrupción rampante siguen demostrando que los políticos son como los chiqueros: todos son iguales, lo único que cambia es el cochino.

Se terminó la retórica fuerza moral del presidente. Pero, aunque esté en la lona, López Obrador es un animal político nato, contrario a los políticos animales nacos que ha impulsado para manipularlos, como el caso del gobernador de Veracruz Cuitláhuac García, el más malo de los imitadores de AMLO.

La putrefacción ha puesto de rodillas a López Obrador, como lo fue a Luis Echeverría a José López Portillo (que también tuvo su José Ramón), a Carlos Salinas o a Enrique Peña, expresidentes exhibidos por la corrupción familiar encubierta bajo el manto presidencial.

El odio, el rencor y las mentiras se apoderan de un presidente que está fuera de control. México debe tener mucho cuidado. Los mexicanos deben cuidar el porvenir.

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