Fernando Gutiérrez Barrios fue un personaje turbio de la política mexicana que, presuntamente, estuvo detrás de los más terribles crímenes de estado en las últimas décadas.
Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y Carlos Salinas de Gortari fueron tres de los presidentes más repudiados de los últimas décadas. Entre ellos se acumula un imaginario de represión, masacres, desapariciones, crisis financieras y corrupción. Pero estos tres personajes tienen otro factor común: el hombre de la mascada y la mirada elegante, el dandy de la política nacional, el militar convertido en mercenario, el jefe de lo secreto, de los que callarán para siempre y de los gritaron hasta sofocar la tortura, Don Fernando Gutiérrez Barrios.
Para entender la complejidad de este personaje que dominó la política nacional desde las sombras por más de cincuenta años, es necesario observar su vida en la vida de un partido. Porque Gutiérrez Barrios es el centro de la lucha entre los modernos y los antiguos, entre los tecnócratas que representaban el cambio neoliberal en los albores de los noventa y los viejos dinosaurios de la revolución.
La permanencia de los dinosaurios
Gutiérrez Barrios fue el enlace entre la nueva tendencia liberal educada en escuelas estadounidenses del PRI (con Carlos Salinas de Gortari, Emilio Lozoya, José Córdoba Montoya, Jaime Serra Puche y Manuel Camacho Solís, entre otros); y los dinosaurios que heredaron los ideales del Licenciado Miguel Alemán: Madrazo, Bartlett, Manlio Fabio, Echeverría, Del Mazo, Montiel…
Era un hombre chapado a la antigua que creó su propio reino de terror y nunca se culpó por sus acciones. Un hombre que, como muchos en su partido, se escudaba en el deber dictado, el de la nación, de la “paz social”, la “estabilidad política” y el “progreso”. A nombre de este progreso, de la paz para futuras generaciones, Fernando Gutiérrez Barrios participó en la eliminación de una generación entera. Hombres, mujeres y niños, estudiantes, campesinos, guerrilleros y civiles que, en Guerrero y en todo el país, no dejaron un rastro.
El pueblo donde nació Gutiérrez Barrios se llama Alto Lucero. Nombre poético que viene, sin embargo, de un recuerdo revolucionario: el municipio de Alta Gracia adoptó en 1930 el nombre de una revolucionaria totonaca que buscaba prohibir las misas en el lugar (o, al menos, así lo novela Fabrizio Mejía Madrid en su perfil de Gutiérrez Barrios). El nombre sobrevivió a los revolucionarios y luego volvió a cambiar: en 1991, se rebautizó al municipio como Alto Lucero de Gutiérrez Barrios.
Hijo de un paletero, Gutiérrez Barrios no tiene muchas ambiciones en la vida: quiere servir a su país de la manera más noble que conoce, en el ejército. En 1943 ingresa al Heroico Colegio Militar en donde se graduará sin destacar. Su único atributo insoslayable es que es leal, patriótico hasta el tuétano y jarocho hasta la locura.
“Sentía, y de muchas maneras lo sigo sintiendo, que ingresar al Ejército Mexicano era la manera más noble de servir a mi Patria. Ser guardián de la soberanía nacional, custodio de la bandera y garante de las instituciones revolucionarias, me comprometía, me realizaba -como se dice ahora-, y constituía todo mi proyecto de vida.”, dijo en una entrevista con Gregorio Ortega.
Estos atributos le bastan para ganarse la confianza de otro jarocho en las eras paranoicas que siguieron a tantos asesinatos de figuras prominentes en la política. Así, sin ser un destacado de la academia militar, Gutiérrez Barrios acabó en el entorno del presidente de México.
“Durante el sexenio del licenciado Miguel Alemán, se creó un organismo de seguridad nacional, que en principio fue para proporcionarle seguridad personal al primer mandatario, complementado con un pequeño grupo de analistas políticos que le informaban con oportunidad, antes de las giras de trabajo del Presidente de la República por las diversas entidades del país, con el propósito de que conociera cuál era la situación que prevalecía tanto en lo económico como en lo político y social, en cada lugar que visitara (…). En mi caso, Gregorio, fui llamado a formar parte de se cuerpo de seguridad.”
Como en una evidente consecuencia del viejo priismo, un cuerpo de guardaespaldas personales del presidente se convirtió en el organismo encargado de la seguridad de toda la nación. Y en el nacimiento de la inteligencia mexicana moderna se encontró, de pronto, el joven hombre que surgió de una paletería humilde en Alto Lucero, Veracruz:
“Ese órgano de seguridad (guardaespaldas y consultores del presidente) cambió y se estableció, ya no como un aparato de seguridad personal del Presidente de la República, ya que en esa misión fue sustituido por el Estado Mayor Presidencial, sino como un organismo de inteligencia para informar oportuna y verazmente, en forma cotidiana, al Presidente y al Secretario de Gobernación, de los diferentes problemas, así como el origen y causa de los mismos, para que con esta información se pudieran prever la evolución de los conflictos, evitar colapsos económicos y sociales, manteniéndolo informado en relación con la vida de la nación y las fuerzas sociales. Esa función, propiamente, era la de cubrir un espacio vital de la política que es la seguridad nacional.”
Como pueden leer, Gutiérrez Barrios también hablaba como viejo priista: un lenguaje que se columpia entre la precisión no deseada y la verborrea confusa. En todo caso, en sus palabras encontramos un concepto fundamental para entender las funciones de este personaje en la historia de México: la idea de un nuevo órgano de seguridad nacional.
El premio de la tragedia
En 1950, Gutiérrez Barrios ingresa a las filas del PRI y abandona definitivamente su carrera como militar para ejercer el servicio público durante los siguientes cincuenta años. En 1952, ya es Jefe de Control Político de la Dirección Federal de Seguridad (DFS); en 1958, se convierte en Subdirector Federal de Seguridad; y entre 1964 y 1970, ya es Director Federal de Seguridad. Es decir que Gutiérrez Barrios encabezó todos los organismos de inteligencia y seguridad nacional durante el sexenio de Díaz Ordaz; durante el comienzo de los movimientos estudiantiles; durante la masacre del 2 de octubre y durante las olimpiadas que le siguieron, impávidas.
Gutiérrez Barrios se convirtió después en el Subsecretario de Gobernación de Luis Echeverría lo cual quiere decir que fue premiado con uno de los más altos puestos en el gabinete después del ascenso de Echeverría frente a sus competidores por la presidencia (principalmente Alfonso Corona del Rosal y el Dr. Martínez Manatou). Así, todo parece indicar que Gutiérrez Barrios fue premiado en el escalafón del presidencialismo más acérrimo por su papel en la represión de los estudiantes de 1968.
Es imposible saber a ciencia cierta qué fue lo que sucedió en Tlatelolco esa tarde fatídica del 2 de octubre. Lo que sí podemos saber es que el grupo paramilitar del Batallón Olimpia estaba al servicio de Luis Echeverría. Así lo especificó la orden de aprehensión que se dictó contra el ex presidente en 2006:
“En forma conjunta con otras instituciones, perpetró una conducta que trajo como consecuencia los hechos de 1968, pues por medio de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) se constituyó un grupo armado, denominado Batallón Olimpia. (…) Luis Echeverría ordenó que los miembros de ese batallón se presentaran en el mitin del 2 de octubre de 1968, y en forma coordinada con otras fuerzas armadas, iniciaran el fuego cruzado, entre ellos y los elementos del Ejército, y con otros contingentes, con la intención de aprovecharlo para disparar contra los estudiantes y la multitud congregada, perpetrando delitos contra la vida de un número considerable de personas, y con el propósito de destruir totalmente al grupo nacional identificado como ‘movimiento estudiantil’ del 68”.
En ese momento, por supuesto, Gutiérrez Barrios era el Director Federal de Seguridad y el Batallón Olimpia respondía a sus órdenes. No es difícil pues, suponer que esta masacre terminó por sellar la designación de Echeverría como el siguiente presidente de México y que Gutiérrez Barrios fue premiado por su participación en el fin trágico del conflicto. En todo caso, algunos de los reportes más completos de lo que sucedió ese día en Tlatelolco nombran a Gutiérrez Barrios en la planeación coordinada del tiroteo:
“A las 7:00 horas, inició la planeación de la operación “Galeana”.- En el despacho del Secretario de la Defensa Nacional, General de División Marcelino García Barragán (donde llevaba varios días sin salir), reunido con su Estado Mayor, su Secretario Particular y Ayudantes. Llega el Capitán Fernando Gutiérrez Barrios, Director Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación, al despacho del Secretario de la Defensa Nacional con información. Se realizó enlace telefónico del Secretario de la Defensa Nacional con el General Luis Gutiérrez Oropeza, Jefe del Estado Mayor Presidencial, realizado por el Director Federal de Seguridad, para la obtención de departamentos vacíos en el edificio “Chihuahua” donde el Ejército metería a una Compañía.”
Después del 68, durante la férrea represión a todos los movimientos sociales que se radicalizaron en los años setenta, Gutiérrez Barrios se encargará de formar las infames Brigadas Blancas. Cuando Echeverría dio la orden de mantener la paz social “cueste lo que cueste”, esta brigada cometió atrocidades que hacen que el mote de Guerra Sucia parezca un eufemismo de mal gusto. Para buscar a guerrilleros renombrados en Guerrero como Genaro Vázquez y Lucio Cabañas o los integrantes de la Liga 23 de Septiembre, las Brigadas Blancas torturaron y desaparecieron a toda una generación. Se habló de violaciones con ratas, tablas para ahogar, maderos para romper mandíbulas, agujas bajo las uñas y cualquier cantidad de innombrables vejaciones; se habló de paquetes con decenas de cadáveres tirados al mar, con piedras, desde aviones militares sobre la bahía de Acapulco; se habló de horrores cometidos contra infantes.
Detrás de cada una de estas atrocidades están hombres entrenados para la contrainsurgencia en Estados Unidos y Panamá: Acosta Chaparro, Nazar, De la Barreda, Cuenca, Tanuz… Y detrás de todos estos nombres está el talante político intachable, la apariencia de Mauricio Garcés astuto de Fernando Gutiérrez Barrios, el oscuro personaje detrás de la mano más dura del PRI.
La tumba de los secretos
En los años antes de su retiro, Gutiérrez Barrios seguirá siendo una figura prominente en la política nacional como Gobernador de Veracruz. Desde ese escaño demostró, con enormes actos políticos retacados de acarreados, que Salinas sólo podría ganar con su apoyo en el tercer estado con más electores del país. Cuando Salinas ganó -en esa dudosísima elección de 1988- aparecieron los premios y los escarnios: le quitó a Ramón Aguirre la gubernatura de Guanajuato para dársela a Vicente Fox; le quitó el sindicato de maestros a los herederos de Carlos Jonguitud Barrios y se lo dio a Elba Esther Gordillo; y a Gutiérrez Barrios, por su masiva participación en la movilización de votos y operaciones políticas desde Veracruz, le dio la Secretaría de Gobernación. Un viejo lobo de mar se metía hasta la cocina de los nuevos integrantes del PRI; un dinosaurio nacionalista entre tecnócratas revolucionarios.
Hasta el final de su vida, entonces, Gutiérrez Barrios fue un personaje cercano de los actos políticos más oscuros de la historia mexicana reciente. Este hombre sabía qué sucedió la trágica tarde del 2 de octubre en Tlatelolco; sabía quién disparó en la masacre de Corpus Christi en 1971; sabía qué pasó en el secuestro y asesinato del Kiki Camarena; sabía qué negociaciones hubo para formar al primer Cártel de Guadalajara; sabía, muy probablemente, quién mató a Luis Donaldo Colosio y por qué… Este hombre hubiera podido resolver los más oscuros secretos detrás del poder mexicano, pero Gutiérrez Barrios nunca habló.
Su discurso vacío, en el que no encontramos ningún gesto de arrepentimiento, está lleno de florituras; esas florituras que acompañan un estilo que hizo época y que describió a la perfección Fabrizio Mejía Madrid:
“Fuera de servicio, Fernando, el Pollo, aprendería un estilo para demostrar una idea de la apariencia que borrara su origen humilde. Le copiaría el bigotito recortado, el copete, las mancuernillas, los trajes a medida, los calcetines de resorte y las lociones al propio presidente Alemán. A lo largo del sexenio observó sus maneras sutiles, la forma en que apenas movía los dedos, cómo se acomodaba la corbata para no prestar atención, pero sobre todo la idea de que la inmovilidad demostraba poder y control sobre el mundo. (…) El estilo de Gutiérrez Barrios se convirtió en el de la falsa elegancia del alemanismo, que entre fiestas, casinos flotantes y champaña escondía la corrupción de los “modernizadores”.”
El estilo impenetrable de Gutiérrez Barrios esconde todos los secretos de uno de los hombres con más poder en los últimos cincuenta años; de un hombre que podía hacer desaparecer a cualquier mexicano con un chasquido de sus elegantes dedos. Pero, como todo hombre, Gutiérrez Barrios murió solo. Su suerte llegó cuando estaba acostado en una fría mesa de operaciones, el 30 de octubre del 2000, meses después de la primera derrota electoral de su partido. Se dice por ahí que Don Fernando nació con el PRI y murió con él.
Entre sus enredadas palabras quedará siempre la duda de lo que se llevó a la tumba. Una duda que, para él, nunca fue conflicto:
“Yo empecé a hacer política casi sin saberlo, porque tomé mi pase a las áreas de seguridad como una comisión militar más. Con el paso del tiempo, con el trato con los grandes políticos de entonces, primero me atrajo y luego me apasionó la política, y desde entonces, hace más de cuarenta años, se convirtió en el eje de mi vida…;y sí, ¿qué quieren? Soy un animal político”.