(SPI).-De la casa marcada con el número 11 de la calle Pino Suárez, en el centro de Xalapa, salió una carroza fúnebre con el cuerpo de Sergio Pitol, un escritor que se volvió parte de la misma ciudad.

El silencio sepulcral de la familia que, a pesar del momento se mostraba fuerte, entera en el interior de la vivienda donde el traductor pasó sus últimos años.

Al conocerse la muerte del nómada, afuera de su morada amigos y medios de comunicación se reunieron para acompañar al escritor en el trayecto a la funeraria.

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Casi cuatro horas desde que se conoció de su fallecimiento, la vida en los alrededores seguía su curso; un puesto de antojitos en la esquina tenía a su clientela habitual que se preguntaba por la presencia de tantas personas fuera de una vivienda.

“Es la casa del escritor”, dijo quien despachaba el modesto puestecito.

El nerviosismo de los familiares era evidente; cuidaron hasta el último momento la dignidad de su querido Pitol, y repitieron en varias ocasiones a los miembros de la prensa que no darían declaraciones.

Frente a la casa las oficinas centrales del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, donde un grupo de maestros celebraban a un compañero y cuando un marchita cantó las mañanitas salieron los restos del maestro Pitol.

Durante la mañana se acercaron algunos conocidos y amigos del autor, que entraron al hogar familiar, pero no así el director de Editorial de la Universidad Veracruzana (UV), Edgar García Valencia, a quien informaron no se le permitiría la entrada a la vivienda.

Acaso por los problemas que la UV ha tenido en años recientes con la familia, ya que suspendieron el pago de regalías de las obras de Pitol desde hace varios meses.

Algunos más decidieron esperar afuera, mostrar su respeto sin incomodar a la familia, como el escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, que se expresó de Pitol como quien merecía haber ganado el premio Nobel de Literatura.

Tras la salida de la carroza, la vivienda volvió a la tranquilidad; los vecinos regresaron a sus hogares tras observar partir a quien por décadas los acompañó con sus tertulias literarias.

El viaje no ha terminado, y las notas del crescendo están por ejecutarse, porque a Pitol Deméneghi lo acompañarán quienes disfrutaron de sus obras, de su personalidad sencilla y de su capacidad para inspirar a quienes atendieron su llamado a leer como un ejercicio hedonista.

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