El 17 de noviembre de 2018, ciudadanos sin adscripción política y sindical comenzaron a reunirse en un puñado de rotondas de pueblos de provincias de Francia en protesta por la constante pérdida de poder adquisitivo, que tuvo como blanco una tasa ecológica al carburante.

Vestidos con los típicos chalecos amarillos que sirven para dar visibilidad a los peatones en las carreteras, los manifestantes fueron sumando apoyos, lo que alimentó un movimiento que acabó tomando unas enormes proporciones y obligó al presidente, Emmanuel Macron, a dar un golpe de timón en su política.

Año y medio después de llegar al Elíseo, el presidente más joven de la historia reciente de Francia reconoció que el rumbo liberal que había dado al país dejaba descolgadas a importantes capas sociales, incapaces de seguir el ritmo de unas reformas ideadas en elevados despachos parisienses.

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Fue el primer aviso para un político sin partido, sin una estructura territorial y demasiado encerrado en los palacios de la capital, que tuvo que descender al terreno y entrar en contacto con el pueblo para aplacar la crisis.

Antes, asistió impertérrito al ascenso de la protesta, desconectada de partidos y sindicatos, que durante casi año y medio mantuvo vivos bloqueos de carreteras en provincias y manifestaciones, cada vez más multitudinarias, cada sábado en la capital.

“Fue un movimiento original, que logró poner en jaque la política neoliberal del presidente”, asegura a EFE la investigadora de Sciences Po, Magali della Sudda.

Los “chalecos amarillos” dieron el salto a la primera línea mediática y su impacto dio la vuelta al mundo con las imágenes de violencia y degradación urbana que acompañaron a las concentraciones en París.

“Fue una imagen falsa de una realidad mucho más pacífica”, defiende Della Sudda, que acusa a los medios de haber magnificado aquellos actos violentos.

Los icónicos Campos Elíseos invadidos, los enfrentamientos con las fuerzas del orden y el Arco del Triunfo en llamas fueron el punto álgido de una violencia que acabó por desviar el apoyo que hasta entonces tenía un movimiento heteróclito que reclamaba desde medidas en favor del poder adquisitivo, la subida de las pensiones o la generalización del referéndum como método de participación política.

“No tuvo logros reales, pero introdujo en el debate político algunos temas”, señala la investigadora.

El primer confinamiento decretado por el Gobierno en marzo de 2020 para frenar la propagación de la pandemia de covid-19 apagó el impulso de los “chalecos amarillos”, que aunque todavía en la actualidad siguen oficialmente activos, apenas están presentes en la escena política y mediática.

Pero con su eclosión lograron que Macron se viera obligado a introducir todo un conjunto de medidas para mejorar el nivel de vida de los más desfavorecidos, valorado en un primer momento en 17.000 millones de euros, y abandonar algunas iniciativas impopulares como el impuesto ecológico al diésel.

Para el economista Mathieu Plane, director adjunto del Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas, los “chalecos amarillos” supusieron que el presidente liberal tuviera en cuenta a las clases medias y bajas en sus siguientes reformas, indicó a EFE.

El año 2019 fue el de mayor ganancia de poder adquisitivo en un decenio, gracias a iniciativas como la desfiscalización de las horas suplementarias, de la revalorización de la prima de actividad o de un descenso en el impuesto sobre la renta de los ingresos más bajos.

Sus políticas, decididamente dirigidas a estimular el emprendimiento empresarial, se acompañaron desde entonces de gestos para mejorar el nivel adquisitivo de los más desfavorecidos, señala Plane, una trayectoria que se ha mantenido en los años siguientes.

Pero este economista cree que la respuesta del Ejecutivo a la actual crisis de la inflación está muy influenciada por el aviso que supuso aquel episodio social.

Así, señala, en 2022 se destinaron otros 22.000 millones a ese fin, con programas como el tope al precio de la energía, lo que provocó una inversión en la pérdida de poder adquisitivo de los franceses, pero insuficiente para recuperar los niveles anteriores. 

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