Claude Heller*

Puede decirse que el mundo respira más tranquilo con la elección de Joseph Biden como nuevo Presidente, quien alcanzó los votos necesarios el 7 de noviembre en un proceso sumamente competido y convulso.

La democracia americana resistió los embates de Trump y los llamados para subvertirla incitando a sus partidarios a rechazar los resultados electorales. Sin embargo, hay varias lecciones que retener.

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En primer lugar, el sistema electoral mostró una vez más su anacronismo al basarse en una elección indirecta que abre las puertas a que un candidato que conquista el voto popular puede ser derrotado en el Colegio Electoral en virtud de la distribución inequitativa de los llamados Grandes Electores de acuerdo con la población de los Estados que conforman la Unión Americana.

En segundo lugar, las encuestas que daban a Biden como amplio ganador no cumplieron las expectativas al expresar el voto una América partida en dos. Si bien Donald Trump fue derrotado en las urnas, las bases del trumpismo y todo lo que ha representado seguirán existiendo.

En tercer lugar, por razones de edad, Joe Biden será un Presidente de transición con un solo mandato. De ahí la importancia de Kamala Harris como vicepresidente con un gran potencial político futuro.

La elección de Joseph Biden a la presidencia significa una recomposición de la geografía política del país con las volteretas electorales en varios Estados después de la ola republicana de 2016. Si bien el Partido Demócrata logra la alternancia en el poder ejecutivo y conserva la mayoría en la Cámara de Representantes, el Partido Republicano mantendría el control del Senado lo que reduce su margen de maniobra. A ello se añade que la integración conservadora de la Suprema Corte de Justicia reforzada durante la administración de Donald Trump representará también un contrapeso significativo frente a las iniciativas más liberales del futuro gobierno.

El tono conciliador y moderado del nuevo ocupante de la Casa Blanca marcará otro estilo y le devolverá respetabilidad a la investidura presidencial después de cuatro años de caos administrativo, provocaciones y humillaciones a sus críticos y rivales que derivaron en la profunda división de la sociedad.

En primer lugar, la pandemia del Covid-19 exige una respuesta urgente dada la gravedad de la crisis sanitaria siendo Estados Unidos el país de mayores contagios y de número de víctimas que aumentan dramáticamente. Ello implica una plena atención de las recomendaciones de la comunidad científica, el apoyo a los esfuerzos clínicos para obtener las vacunas, la dotación de recursos y la coordinación del gobierno federal con las entidades del país.

En segundo lugar, la adopción de un paquete de estímulo fiscal negociado con el Congreso es imprescindible considerando el brutal impacto sobre la economía y el empleo tomando en cuenta que la administración Trump y la oposición demócrata no fueron capaces de alcanzar un compromiso antes de las elecciones.

En tercer lugar, y no menos importante, la futura administración deberá reparar en la medida de lo posible las profundas divisiones sociales resultado de la desigualdad, el racismo y el deterioro de las instituciones encargadas del mantenimiento de la ley y el orden que requieren reformas profundas como lo han demostrado los hechos de violencia en el país.

En cuarto lugar, frente al discurso de odio, Estados Unidos debe recuperar su esencia como sociedad multiétnica y multicultural que también se nutre de la migración indispensable para su desarrollo. Una revisión a fondo de un sistema migratorio que está quebrado es una prioridad, igual que la derogación de las políticas inhumanas hacia los migrantes y de las medidas que violan el derecho de asilo contempladas en la Convención sobre Refugiados de 1951.

En quinto lugar, frente al negacionismo de Donald Trump, el futuro gobierno deberá reorientar las políticas públicas ante los estragos del cambio climático y la imperiosa necesidad de desarrollar energías limpias que impacten favorablemente el crecimiento.

La recuperación de un liderazgo internacional

La diplomacia estadunidense tiene la enorme tarea de recuperar los espacios de un liderazgo perdido y la credibilidad de su papel en el mundo.

En cuatro años Estados Unidos abandonó el TPP y el Acuerdo Climático de París en 2017, y el Acuerdo Nuclear P5+1 con Irán en 2018; se retiró asimismo del Consejo de Derechos Humanos, de la UNESCO y de la OMS; lastimó las relaciones con sus aliados de la OTAN y de la UE; desató una guerra comercial con China que contribuyó a la parálisis de la OMC; y alentó el cambio de régimen en varios países con la adopción de sanciones unilaterales en contra de Cuba, Irán y Venezuela.

En el Medio Oriente, la Administración Trump se alejó de las posiciones tradicionales de EU de “amigable componedor” al reconocer la ocupación israelí de Jerusalén (trasladando su Embajada) y de las Alturas del Golán, así como la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados condenadas por las Naciones Unidas.

La nueva administración deberá definir su posición ante una amplia gama de temas. Es de esperarse que asumirá un papel proactivo en la cooperación internacional frente a la pandemia del Covid-19 y la consecuente crisis económica global recurriendo a los marcos institucionales o procesos de concertación existentes tanto en la ONU y la OMS, como en el G7 y el G20. Es de esperarse que la administración Biden vuelva a lo multilateral retomando acuerdos como el Acuerdo Climático de París y el Acuerdo Nuclear con Irán que de hecho fue negociado con sus aliados occidentales además de China y Rusia, países que seguirán constituyendo sus principales prioridades a un nivel global.

No se producirá un cambio espectacular en las relaciones con China con la que comparte una compleja agenda y que seguirá representando su principal rival estratégico. El proteccionismo comercial, la competencia tecnológica, los ataques cibernéticos, las violaciones de la propiedad intelectual seguirán en el orden del día. Más comprometido con los derechos humanos, Washington será más vocal sobre la situación en China incluyendo la de la minoría uigur en Xinjiang que ha sido denunciada como un genocidio en los foros internacionales. La política más asertiva de Beijing en el Mar del Sur, la mano dura en Hong Kong y las amenazas sobre el futuro de Taiwán alimentarán las tensiones con riesgos de conflicto. El mayor protagonismo de China a través de su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda con planes expansionistas en diversas regiones del planeta, su mayor participación en el sistema multilateral y en las operaciones de paz de las Naciones Unidas, su modernización militar y la remodelación de las instituciones financieras representan un desafío para la hegemonía norteamericana.

La relación con Rusia tampoco será muy diferente. Joseph Biden conoce muy bien a Rusia y tiene razones para desconfiar de Moscú teniendo en cuenta su experiencia como Vicepresidente. Durante el mandato de Barak Obama, el gobierno de Vladimir Putin modificó las fronteras europeas con la anexión de Crimea y la desestabilización del este de Ucrania. Asimismo, la intervención militar en Siria a partir de 2015 apoyando al régimen de Bashar al Assad dificultó una solución política de la sangrienta guerra que estalló en 2011 y elevó el perfil de Rusia en los conflictos del Medio Oriente convirtiéndolo en interlocutor indispensable.

Pero además de las diferencias sobre la agenda internacional que se reflejaron en sus enfrentamientos en el Consejo de Seguridad que paralizaron su acción en diversas situaciones, el principal reclamo de Biden ha sido la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016 y aparentemente también en las de 2020 en detrimento de candidaturas del Partido Demócrata.

El realismo político le llevará, sin embargo, a negociar con Rusia en áreas vitales en tanto que se trata de las dos mayores potencias nucleares que han acelerado la modernización de sus respectivos programas armamentistas. La administración Trump abandonó el Tratado de Armas de Alcance Intermedio de 1987 provocando un peligroso vacío. La vigencia del Tratado New START de reducción de armas estratégicas, suscrito en 2010, vence en febrero del año próximo y su prórroga o renegociación es urgente para la seguridad internacional.

Estados Unidos deberá abordar también los riesgos de la proliferación nuclear comenzando con la situación en la península coreana al quedar truncada la aproximación de la Administración Trump con el régimen de Pyongyang el cual continúa con la modernización de sus arsenales susceptible de desestabilizar a la región y amenazar su seguridad. De igual forma, los riesgos de conflictos entre China e India, y Paquistán e India han aumentado en el curso del presente año.

La nueva administración tendrá que intensificar sus esfuerzos en favor de una solución política definitiva en Afganistán que le permitiría retirar sus tropas después de casi veinte años, y también de las guerras en Siria y Yemen evaluando los costos y beneficios de la alianza sin reparos que mantuvo Trump con Arabia Saudita. Estados Unidos mantendrá una presencia militar en las zonas de conflicto en el Medio Oriente como garantía frente al eventual resurgimiento de los grupos islámicos extremistas que desestabilizaron la región desde mediados de la década.

Una nueva aproximación diplomática con Irán que incluya la suspensión de sanciones unilaterales pasará por la exigencia de que Teherán suspenda la reactivación de su programa nuclear a partir de que Estados Unidos rompió el llamado Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA por sus siglas en inglés), y acuerdos que signifiquen el control de su desarrollo balístico y la cesación de la injerencia de Teherán en Iraq, Líbano, Siria, y Yemen.

La política hacia el Medio Oriente seguirá asociada a la seguridad de Israel y a su mayor inserción en la región a través del reconocimiento del Estado judío por un mayor número de países árabes siguiendo la línea de los Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán bajo el impulso del Gobierno de Donald Trump. Sin embargo, no podrá ignorar la cuestión palestina debiendo relanzar un genuino proceso de paz con Israel.

*Diplomático mexicano. Fue Embajador en Japón y Representante Permanente ante la ONU.

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