“¿A quién le dan pan que llore?” es una antigua pregunta convertida en refrán que se actualiza y que puede explicar el aparente éxito de la política social del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La intención de los programas presidenciales de tipo compensatorio del régimen actual se justifica en la lógica simplista de la “justicia redistributiva” que se aplica de manera creciente sin tomar en cuenta las posibilidades de recaudación de ingresos que no sean a través de deuda pública.

Los diversos programas sociales, de los que algún día saldrán a relucir los verdaderos padrones de beneficiarios, causan poca interrogante social debido a que millones de familias están recibiendo periódicamente ingresos sustanciales para complementar las necesidades de gasto familiar, o para uso educativo, capacitación laboral o fines productivos. ¿A quién le dan pan que llore?

Fuera de ese logro difícil de sostener por largo tiempo a causa del bajo ingreso recaudatorio del país, no hay gran resultado del gobierno de AMLO. O en términos positivos y como pregunta, ¿qué se puede decir del crecimiento económico de la nación, de la creación de empleos bien remunerados, de la incapacidad de proporcionar seguridad pública adecuada, del aumento de la criminalidad, de la poca obra pública, de las fallas e insuficiencias del sector salud y del tremendo retraso en el suministro de las vacunas contra el Covid-19? 

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Y cuál será la opinión de la sociedad respecto a los continuos intentos de modificación de la Constitución, de leyes reglamentarias, de intromisión del Ejecutivo en instituciones autónomas y en las constantes verbalizaciones presidenciales -en la Mañanera o en las giras- que dividen a la población y polarizan la vida nacional.

Pareciera que López Obrador olvidó aquel deseo de que la historia lo calificara como el mejor presidente de México. Cómo darle esa calificación a un mandatario que quiere ir por un camino solitario e inventado a su real, autoritario y soberano gusto, vestido de paisajes de ensoñación y de sus otros datos que ya pocos creen. Sus encuestas van a la baja en varias regiones del territoio.

Pero López Obrador tiene una gran oportunidad de pasar a la historia como un presidente demócrata (perdonándosele que no logró sacar buena calificación debido al coronavirus), si el próximo 6 de junio muestra un respeto real y absoluto a las decisiones mayoritarias, permitiendo el triunfo a los candidatos que efectivamente ganen en las urnas, sin haber recibido acciones de represión o estrategias de desaliento del voto, provenientes del palacio nacional.

Deberá recordarse que, hasta ahora, el propio sistema político nacional es el que ha reconocido los triunfos de los candidatos presidenciales opuestos al PRI. Ernesto Zedillo respetó el triunfo de Vicente Fox y Enrique Peña Nieto hizo lo mismo cuando ganó López Obrador en 2018.  

Respetará el actual presidente los resultados reales de las elecciones, facilitando las condiciones de seguridad para que haya votación masiva y libre, sin utilizar los ataques de las bandas delincuenciales y la contención de la Sana Distancia del Coronavirus para disminuir la afluencia de los opositores a las urnas. 

Ya se verá el 6 de junio en el desarrollo de los comicios, en el respaldo al INE y días después en los tribunales que calificarán o sancionarán las elecciones. Ojalá y no pierda la oportunidad de pasar a la historia como un respaldado Jefe de Estado y como un leal demócrata apegado a las leyes.

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