A lo largo de la historia la mayoría de las civilizaciones ha desarrollado un gusto especial por las bebidas alcohólicas. Egipcios y sumerios ya elaboraban cerveza hace más de 12,000 años, los romanos celebraban sus festines con vino especiado, los vikingos brindaban con hidromiel y sabemos que los celtas destilaban cebada y centeno para obtener una bebida a la que llamaban “agua de vida” y que hoy conocemos popularmente como whisky.

Sin embargo, mucho antes de que todas estas culturas confeccionasen sus propias bebidas alcohólicas, nuestros ancestros –el linaje de primates del que descendemos– ya ingerían alcohol hace unos 10 millones de años.

Esta es la teoría propuesta por el biólogo de la UC Berkeley, Robert Dudley que, durante las últimas décadas, ha investigado esta atracción del ser humano por el alcohol.

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En 2014 reunió buena parte de su trabajo en un libro donde proponía una idea interesante y bastante lógica: nuestra atracción por el alcohol surgió hace millones de años, cuando nuestros antepasados ​​simios y monos descubrieron que el olor del alcohol los conducía a frutas maduras, fermentadas y nutritivas.

Aquella idea se dio a conocer como la hipótesis del mono borracho.

Poco después de plantear su hipótesis, un estudio analizó la evolución de la enzima conocida como ADH4n, que metaboliza el alcohol, en primates actuales y extintos. La conclusión es que esta enzima, una de las encargadas de metabolizar el etanol contenido en las frutas, apareció hace unos 10 millones de años, un dato que representa un buen apoyo para la hipótesis del mono borracho. En nuestros días, se acaba de publicar un nuevo estudio extraído de la propia naturaleza y que podría ser el empujón definitivo que necesitan las tesis de Dudley.

Este nuevo trabajo dirigido por la primatóloga Christina Campbell de la Universidad Estatal de California, Northridge (CSUN), ha descubierto que los monos araña de manos negras (Ateles geoffroyi) buscan activamente e ingieren frutas que están lo suficientemente maduras como para haber fermentado, que contienen hasta un 2% de etanol. Los autores recolectaron frutas consumidas y desechadas por estos monos en su hábitat natural, la isla de Barro Colorado en Panamá. Encontraron que la concentración de alcohol en la fruta que estos monos consumían estaba típicamente entre 1% y 2%. Además, y para asegurarse, también recogieron orina de estos monos en libertad y encontraron que contenía metabolitos secundarios de alcohol.

“Por primera vez, hemos podido demostrar, sin lugar a dudas, que los primates salvajes, sin interferencia humana, consumen etanol a través de las frutas fermentadas”, explica Campbell en la nota de prensa oficial de Berkeley.

Quedan aún muchas lagunas por completar, aunque Campbell se aventura haciendo algunas suposiciones interesantes sobre este comportamiento. “Es probable que los monos coman la fruta con etanol por las calorías, ya que obtendrían más calorías de la fruta fermentada que de la fruta no fermentada. Más caloría significa más energía”. También añade que no es probable que se estén emborrachando, ya que su estómago se llena antes de alcanzar niveles embriagadores pero “sí que debe proporcional beneficios fisiológicos o quizá también haya beneficios antimicrobianos”.

Este es solo un estudio y por supuesto se necesitarán más investigaciones pero supone un buen apoyo a las ideas del mono borracho de Robert Dudley donde la propensión de los humanos a consumir alcohol es antigua y “se remonta a esa misma afinidad, arraigada en los primates frugívoros por el etanol natural dentro de la fruta madura”.

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