La llegada de intelectuales y científicos a México durante el exilio español contribuyó al desarrollo y avance de áreas como las ciencias sociales, humanidades, genética y botánica, coincidieron Javier Garciadiego Dantán y Ana Barahona Echeverría, integrantes de la Junta de Gobierno de la UNAM.

Al participar en la conferencia “El exilio español en México”, organizada por la Facultad de Derecho, su director, Raúl Contreras, indicó que a 80 años de este encuentro “es una oportunidad para tener presente que aun en la noche de totalitarismo, la luz del conocimiento y la razón son faros”.

En tanto, Fernando Serrano Migallón, profesor de la misma instancia, comentó que fue un rompimiento con el pasado. El exilio estaba compuesto de todas las ideologías y profesiones, un 10 por ciento de esas 40 mil personas que llegaron eran intelectuales en el más amplio sentido de la palabra; una parte de ellos se sumó a la UNAM y otra similar al IPN.

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Riqueza intelectual

Al cumplirse 80 años de la llegada a nuestro país de un grupo de españoles exiliados, Garciadiego y Barahona recordaron el papel de los académicos refugiados que dictaron cátedra en aulas de esta casa de estudios y del IPN. Además, mencionaron, en ese proceso se fundó la Casa de España, que ayudó a decenas a llegar a nuestro territorio, y se incrementaron las ediciones del Fondo de Cultura Económica (FCE).

En mayo de 1939, a bordo del buque Sinaia, llegaron a Veracruz escritores, filósofos, entomólogos, pintores, poetas, académicos, juristas y compositores. Pero un año antes, en 1938, arribaron los primeros refugiados y se fundó la Casa de España (que más tarde se convirtió en El Colegio de México), espacio administrativo que ayudó a decenas a venir a nuestro país, relató Garciadiego.

En 1934 se creó el FCE en respuesta a la crisis económica de 1929 y para preparar a economistas que contribuyeran a paliar los efectos de una crisis financiera en el país; con la presencia de los exiliados se favoreció el incremento de la edición de obras: hasta 1939 eran apenas 29 libros.

A Casa de España llegaron los 12 primeros españoles (1938), antes del barco del exilio (1939), entre ellos el poeta León Felipe; José Moreno Villa, crítico e historiador del arte; el jurista Luis Recaséns. Posteriormente el filósofo José Gaos; el poeta Enrique Díez Canedo; el histólogo Isaac Costero; el historiador Adolfo Salazar; y la filósofa María Zambrano, entre otros, “el elenco era extraordinario”.

También fueron acogidos Eugenio Ímaz, Wenceslao Roces, Ramón Iglesia Parga y Adolfo Álvarez-Buylla.

Entre 1940 y 1945, ya con el aporte español, el FCE editó 226 libros, lo que representó un crecimiento editorial de 800 por ciento en áreas como política, historia, filosofía y economía. “Así, pasó de ser una editorial de temas económicos, a una de temas de ciencias sociales y humanidades, lo que representó que la llegada de los intelectuales españoles fuera oro molido”, remarcó Garciadiego.

El FCE debe mucho al exilio español, fue una reversión del atraso académico en México. Con estos libros y autores que empezamos a conocer el país se occidentalizó, porque estábamos imbuidos del pensamiento nacionalista producido por la Revolución Mexicana. Así, también América Latina entró en contacto con tres de los cuatro pensadores del siglo XX: Marx, Weber, Haidegger, el cuarto sería Freud. Si la Casa de España, la UNAM y el IPN abrieron sus puertas a los exiliados, ellos nos abrieron las ventanas”, subrayó.

Desarrollo de la ciencia

En tanto, Barahona Echeverría, académica de la Facultad de Ciencias (FC), donde fundó el área de Estudios Sociales de la Ciencia y Tecnología, expuso que el exilio español fue una influencia positiva para la ciencia mexicana.

La llegada de científicos supuso una inyección de personalidades instruidas, que de inmediato tomaron riendas de laboratorios, potenciaron disciplinas en desarrollo y contribuyeron a la formación de nuevas generaciones de investigadores”, en especial en tres instituciones de educación superior en ciencias de la vida: las escuelas nacionales de Ciencias Biológicas del IPN, y de Agricultura Chapingo, además del estudio de la botánica en la UNAM.

Lograron que se desarrollaran disciplinas que ahora vemos como si hubieran existido siempre, abundó la especialista en historia de la ciencia en México durante la Guerra Fría; en genética; bioética y biodiversidad, así como en epistemología histórica.

Los exiliados tuvieron gran influencia en el afianzamiento y expansión de esas disciplinas; el despegue de la investigación biológica en el país tuvo lugar a partir de 1939, con el establecimiento en ese mismo año de la Facultad de Ciencias en la Universidad Nacional, y posteriormente de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Poli, pero también con la llegada de un número nutrido de los mejores investigadores españoles.

La Escuela Nacional de Ciencias Biológicas se benefició con la incorporación de Ignacio Bolívar Urrutia, Cándido Bolívar, Dionisio Peláez y Carlos Velo, así como de los biólogos Manuel Castañeda Agulló, Francisco Giral, Serafina Palma, Adela Barnés y Federico Bonet.

De los exiliados españoles, sólo nueve eran ingenieros agrónomos, entre ellos Adolfo Vázquez, José Andrés de Oteyza y Baringa, y José Andrés de Oteyza y de la Loma.

Faustino Miranda trabajó como profesor en diversas escuelas secundarias y en 1941 fue nombrado profesor del Instituto de Biología de la UNAM, donde organizó el Jardín Botánico, fundado en 1959. Identificó más de 70 nuevas especies y géneros de plantas”, resaltó.

Sus trabajos científicos lo convirtieron en una autoridad mundial en la flora de esa región, sobre todo a raíz de la publicación de dos volúmenes sobre La vegetación de Chiapas (1951), referente clásico de la botánica.

“Los científicos exiliados rápidamente se adaptaron y formaron una comunidad de intelectuales especializados en diferentes áreas de la ciencia, y favorecieron el desarrollo de diversas disciplinas de la ciencia mexicana”, concluyó Barahona.

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