Por Héctor González Aguilar

La caída del imperio mexica, ocurrida a principios del siglo XVI a manos de Hernán Cortés, es un hecho histórico de importancia vital cuyas consecuencias se reflejaron en la sociedad, la política y la economía del mundo occidental. Gracias a su triunfo sobre los mexicas, España se catapultó hacia la cúspide del poder mundial; y al mismo tiempo que se termina toda una era para las culturas mesoamericanas, ocurre el doloroso alumbramiento de la actual nación mexicana.

Aunque lo que hoy entendemos como México no se relaciona mucho con la realidad de aquella época; entonces, los únicos mexicas –o mexicanos- existentes eran los habitantes de Tenochtitlan y los de Tlatelolco, pero eran más conocidos como “culhúas” porque ellos se decían herederos del linaje de Culhuacán, ciudad que presumía descender de la grandiosa cultura tolteca.

Cierto, los mexicas tenían un imperio, lo habían creado junto con dos naciones vecinas, Texcoco y Tacuba; y realmente era grande, aunque nunca tanto como el México de hoy. El imperio estaba formado por pequeñas naciones sometidas; a su alrededor coexistían otras más, algunas bajo la influencia del imperio, como Cempoala y Cotaxtla y otras completamente independientes, como Tlaxcala.

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Pues bien, el hecho histórico de la caída de Tenochtitlan se fue transformando en un drama que nos ha generado a los mexicanos un trauma de identidad que después de dos siglos de análisis, y a pesar de intelectuales como Samuel Ramos u Octavio Paz, entre otros, no se ha podido eliminar. 

Este drama, además de ser estudiado por la Historia y la Sociología, ha sido tomado por la Literatura como fuente inagotable de relatos. Los escritores, según sus preferencias, han exaltado las cualidades de los protagonistas, tanto del lado español como del lado mexica; de tal modo que al día de hoy todos tenemos una idea, tal vez no muy objetiva, del papel que desempeñaron tanto Hernán Cortés como Moctezuma y Cuauhtémoc.

En los últimos años ha resaltado otro personaje: Malinalli, la intérprete de Cortés; a la Malinche, como se le conoce, se le adjudican cualquier cantidad de roles: desde la inteligente traductora a la fogosa amante seducida por un conquistador blanco y barbado, desde la ínfima esclava hasta la mujer de la nobleza que le dio la espalda a su propia raza para dar inicio al mestizaje.

En este drama también están presentes los actores negados, aquellos a quienes se les menciona solamente para recriminarles algo: los tlaxcaltecas; de hecho, los menos favorecidos.

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Durante la conformación del drama, en el siglo XIX, se buscaron las razones que llevaron al imperio de Moctezuma a caer ante los españoles; alguien inventó el cuento de que los tlaxcaltecas habían traicionado a los mexicanos. Esta idea se difundió incluso en los libros de historia oficial por muchos años. 

Los argumentos de semejante felonía son harto cuestionables, por lo que la redención de los tlaxcaltecas llegó, al menos en el papel. En el Congreso Mexicano de Historia realizado en 1951 en la ciudad de Xalapa, el 28 de julio, los historiadores mexicanos hicieron una importante declaración: la actuación de Tlaxcala durante las guerras entre Hernán Cortés y el imperio mexica no puede ser calificada de traición porque Tlaxcala era una nación libre e independiente y era, además, enemiga de Moctezuma. 

Este deslinde de responsabilidades no fue, de ninguna manera, suficiente, el mal estaba hecho, el mito de la deslealtad había permeado tanto en el imaginario de los mexicanos que incluso en el cuento “La culpa es de los tlaxcaltecas” –de Elena Garro- la protagonista, Laura, manifiesta que ella es traicionera porque los tlaxcaltecas lo fueron; y eso que fue publicado en 1964.

Dicen que no hay mal que dure cien años, seguramente estamos en la excepción de la regla, pues la idea persiste en este siglo. Incluso ahora, que se celebran los 500 años de este famoso drama, todavía aparecen artículos periodísticos en donde se discute la actuación de la república de Tlaxcala durante la conquista. 

La caída de Tenochtitlan no es un asunto archivado, hay mucho por entender y mucho por revalorar aún, tenemos que superar, o aceptar, varias cuestiones para que asuma su auténtico valor como hecho histórico y pierda su categoría de drama.

Uno de esos pendientes es el de acabar con el mito de la traición tlaxcalteca hacia los mexicanos. No existe, no hay tal.

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