En 1991 se lanzó, para las consolas Amiga y Atari ST, Another World, diseñado casi por completo por una sola persona, Éric Chahi. El juego ocupa un lugar privilegiado en la historia del medio por sus avances en presentación cinematográfica y la capacidad de la narrativa de establecer un vínculo emocional con el jugador sin recurrir al uso de palabras.

Hacía gala de una portentosa dirección artística que sacaba el máximo partido de la limitada tecnología, lo que le granjeó un puesto entre los catorce juegos iniciales para la colección Arquitectura y Diseño del Museum of Modern Art de Nueva York. Another World fue un gran éxito comercial e influyó de manera decisiva en legendarios diseñadores como Hideo Kojima o Fumito Ueda, pero en las tres décadas que han transcurrido desde su lanzamiento su autor apenas se ha prodigado con nuevos títulos. Paper Beast es el tercero que ha diseñado desde entonces. Como alma inquieta multidisciplinar que es, Chahi parece regresar al medio solo cuando tiene algo que decir.

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La conjura de imaginería surrealista está orientada a reflexionar sobre la aparición de vida artificial en la sopa primordial del Big Data

La idea para el juego surgió mientas trabajaba en el desarrollo de una simulación volcánica para un museo de Isla Reunión dedicado al estudio del Pitón de la Fournaise, uno de los volcanes más activos del mundo, al mismo nivel que el Etna o el Estrómboli, y cuya última erupción comenzó el pasado 25 de octubre. Chahi estudió a fondo las maneras en que la lava salía disparada de la caldera y se abría paso por la ladera de la montaña, deformando el terreno a su paso y modificando el ecosistema. Esto le llevó a considerar las aplicaciones jugables que podrían tener mecánicas basadas en la alteración del terreno y cómo se podrían crear sinergias con la vida animal y vegetal. Con un programador brillante que conoció en el museo, François Sahy, se lanzó a fundar el estudio Pixel Reef en la ciudad francesa de Montpellier para crear una experiencia reflexiva, de ritmos pausados y de contemplación de la naturaleza, aunque sea digital.

El comienzo de Paper Beast no podría ser más confuso. En una interfaz digital se inicia una simulación de colapso estelar basada en computación cuántica. Cuando el ordenador se pone a trabajar nos pide permiso para acortar el proceso mediante diferentes formas: comprar créditos, compartir los datos en las redes sociales, compartir los resultados y, en última instancia, dedicar parte de nuestra red neuronal durante el sueño. Nos negamos a todo, y mientras esperamos el ordenador cuántico nos dice si queremos pasar el tiempo con una aplicación musical. Lo hacemos y nos sumergimos en una interfaz de sonido, repleta de formas volumétricas y confeti celebratorio a ritmo de rock japonés. De repente un fallo de sistema rompe la interfaz y aparecemos en lo que parece el interior de una tienda de campaña con un reproductor de música en el suelo del que sigue saliendo la canción. Quitamos las telas de las paredes, gracias a los controladores de realidad virtual que permiten manipular objetos como si fueran una caña de pescar, y descubrimos que estamos bajo una especie de jirafa hecha de papel que se sobresalta al percibir nuestra presencia. A nuestro alrededor, un paisaje árido y desolado que podría haberse inspirado en obras como La persistencia de la memoria o El gran masturbador. Las nubes del cielo se arremolinan formando letras y números. En ningún momento se nos dan instrucciones sobre cómo progresar. Todo se basa en la experimentación y en la observación del entorno, descubriendo las funcionalidades de las criaturas de este origami surrealista.

Poco a poco se va revelando un juego de puzles que guarda sorpresas en cada esquina. La cinta magnética del casete del reproductor se deshace sobre la arena y cobra vida como un ser de vinilo. Unas serpientes funcionan como mangueras de desguace y permiten succionar arena o agua para abrir paso. Unas tortugas de enormes caparazones expiden arena en grandes cantidades, creando presas y caminos que pueden ser usados por otros animales. Tormentas de arena, hielo, fuego, grandes depredadores o inundaciones son solo unos pocos peligros que acechan a estas criaturas, fenómenos físicos naturales que modifican el terreno y obligan al propio ecosistema a adaptarse, como sucede en isla Reunión bajo el mandato del Pitón de la Fournaise. Todo este derroche de creatividad y este virtuosismo en la conjura de imaginería surrealista está orientado a la reflexión sobre la aparición de vida artificial en la sopa primordial del Big Data. Cómo la interacción y el cruce de inmensas cantidades de datos provocan intersticios donde las anomalías, como rayos en la noche, inician un proceso evolutivo en los vaivenes de una orografía en constante movimiento.

Paper Beast, disponible en PlayStation VR y en PC desde la semana pasada, es una creación en realidad virtual que también merece el contexto museístico del que disfruta Another World en el MoMA. La dirección artística es brillante, la metáfora pertinente, la creatividad desbordante y sabe sacar el máximo partido del lenguaje de la realidad virtual, presentando un mundo original con sus propias reglas pero con una innegable coherencia interna. Una obra digna de admiración.

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