En un pequeño lapso de dieciséis días, el régimen de Andrés Manuel López Obrador encontró su punto de inflexión. Un periodo que comenzó el 17 de octubre con el monumental tropiezo de la fuerza pública en Culiacán -el “Culiacanazo” de la Guardia Nacional-, y que concluyó el primero de noviembre con la infame toma de posesión del gobernador de Baja California, cuando Olga Sánchez Cordero olvidó su delicada misión como secretaria de gobernación.

En ese breve espacio de tiempo, y como no ocurrió en los diez meses previos de esta administración, las deficientes actuaciones de dos secretarios de estado lograron poner en aprietos al presidente de la república, quien al tratar de justificar o explicar las cosas, no ha hecho más que complicarlas, En relación a ambos asuntos, López Obrador debió pensar en destituir a los dos funcionarios, en lugar de hacer uso de la plenitud del poder omnímodo que cree tener y dar rienda suelta a las habilidades verbales que suelen traicionarlo.

Fue tan grave lo ocurrido en Culiacán ese jueves trágico, como grave ha sido la política del avestruz que impuso el mandatario mexicano, aun en contra de su propia imagen y honorabilidad. Su conferencia mañanera, se ha convertido más bien en una conferencia marañera que ha producido innumerables versiones y decenas de dudas en la población, minando su credibilidad.

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De igual gravedad fue lo ocurrido a la media noche del primer viernes de noviembre, cuando la secretaria de gobernación fue a “legitimar” los cinco años que pretende gobernar un mañoso empresario en Baja California. Sánchez Cordero dejó constancia en las redes sociales su agrado y convicción de que el tramposo esquema, según sus palabras, “va a pervivir”. El gobernador Jaime Bonilla fue electo para un periodo de dos años, pero con marrullerías legislativas pretende extender el mandato por tres años más, contraviniendo la ley superior.

Olga Sánchez Cordero olvidó su trayectoria y puso al nivel del suelo su investidura. Si esa fórmula abyecta se aplica en Baja California, y que los dos años de ese gobierno se vuelvan cinco, podremos pensar entonces que todo es posible con esos modos transformadores estilo 4T, y que por tanto, no sería lejano el tiempo en que los mexicanos puedan observar que sus billetes de 200 se convierten en billetes de 500 pesos.

Por estas razones, por estos casos lamentables, por las críticas crecientes e imparables y por la evidente culpabilidad que implican, quizá es la causa por la que de manera sorpresiva o distractora, haya surgido en AMLO la idea de que en el país se pretende un golpe de estado, como ha dicho, mencionando también que requiere más tiempo para lograr el cambio, y deslizando la necesidad de elaborar una nueva constitución nacional, atacando e insultando antes a los medios de comunicación que por fortuna no se dejan amilanar.      

El 18 de marzo pasado, en el editorial REELECCIÓN PRESIDENCIAL: ENREDARSE EN EL ROLLO, este portal hizo notar entre otras, las siguientes consideraciones:

“La semana pasada hizo más ruido que el que debía hacerse por una supuesta o suprema decisión de Palacio Nacional. Aquella de retirar de los escritos oficiales la vieja y agotada frase final de millones de comunicaciones y oficios generados en los tres órdenes de gobierno en los recientes 100 años: “Sufragio efectivo, no reelección”.

“Pero hay dos condiciones que también deben meditarse. Acaso los resultados, los procedimientos utilizados y las formas de gobierno, mostrados hasta ahora por el lopezobradorismo, hacen pensar que la población mexicana se siente satisfecha, como para entregar así nomás el poder por otros años al partido Morena…”

“México no debe equivocarse, como no lo hará AMLO. La cuarta transformación que procura el político tabasqueño, es un asunto de varios lustros o décadas. Lo que él dejará para que alguien lo siga y lo concrete, son dos cosas: una nueva Constitución y su nombre en la historia como el presidente honesto, demócrata y transformador. No tiene tiempo ni posibilidades para más.”

Las críticas y las voces discordantes continuarán manifestándose. Y no es correcto convertir a las “benditas redes sociales” en arrebatadas turbas enredadas. Tampoco es posible tener un país al gusto en una nación que se ha esforzado por construir sus instituciones y por hacer viables y sustentables esos esfuerzos.

Si el ejecutivo federal quiere en verdad pasar a la posteridad, debe hacer a un lado la soberbia y la autocomplacencia, por lo pronto, haciendo a un lado a Alfonso Durazo y a Olga Sánchez Cordero, por evidente ineptitud e insensibilidad a los nuevos tiempos y a la natural evolución del pensamiento. Andrés Manuel, la persona, debe entender que tiene que gobernar con y para los mexicanos; no puede hacerlo por encima de ellos.

Solo con respeto y mano tersa, López Obrador podrá tener la Constitución Política que requiere para concretar la Cuarta Transformación de la República.

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