Alex llegó a Caracas, convencido de que era el lugar perfecto para esconderse un largo tiempo. Así se lo habían informado sus amigos del bajo mundo en Casablanca. Le habían dicho que esa ciudad poseía el nada honroso calificativo de ser el lugar más peligroso del planeta. También le habían asegurado que él no correría peligro alguno si aportaba una cuota mensual a los militares del gobierno. Siguiendo el consejo, fue lo que hizo durante la primera noche en Venezuela.

Sin embargo, las cosas no estaban sucediendo como lo había planeado. Por razones que no alcanzaba a comprender, conforme pasaban las semanas se sentía más inseguro. Cada transeúnte que se cruzaba en su camino le parecía un enemigo potencial o un policía encubierto.

Para complicar más las cosas, el populoso barrio Pinto Salinas, donde tenía su refugio, no dejaba de presentarle su más espantosa cara. Todos los días desde las seis de la tarde el ambiente se tornaba riesgoso para quienes se animaban a salir a la calle. Era común escuchar balaceras, maldiciones, ambulancias y hasta estallidos de granadas.

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Pero lo que estaba resultando más estresante y peligroso era el hecho de que antes de que concluyera el segundo mes de vivir en ese país, ya lo habían visitado varias personas para exigirle una aportación voluntaria que le aseguraría una estancia tranquila.

Esa noche la preocupación y la inseguridad no lo dejaban dormir. En realidad, esa era una de sus viejas debilidades, dado que el insomnio lo venía acompañando desde sus años juveniles. Era un insomnio por nerviosismo, que de acuerdo con su psicólogo de cabecera en Madrid, requería una pequeña trampa para vencerlo todas las noches. Hablar en voz alta le ayudaría a olvidarse de la ansiedad y a conciliar el sueño. Y en efecto, el apoyo psicoterapéutico le resultaba apropiado y satisfactorio. Había encontrado el camino. El efecto obtenido era similar a lo que sucedía al bebé cuyo balbuceo le produce un estado de tranquilidad y bienestar.

Para esos estadios de tensión y desasosiego era suficiente hablar en voz alta y estar pendiente de su propia respiración y de sus movimientos. Y justamente, así le sucedía aquella noche.

¡Maldita sea mi estampa!—farfulló nervioso—. No puedo estar pagándole a cada mafioso que venga a cobrarme por dejarme vivir. A este paso voy a acabar con todo lo que conseguí en Galicia. Llevo años entregando cuotas mensuales y estoy acabando con mi capital y mi paciencia. Prácticamente, desde que me ofrecieron apoyo para la nominación y recursos para financiar la elección. Cuantos créditos tuve que suscribir para devolver ese dinero, ya ni lo recuerdo. Primero, para dejar en ceros los préstamos que adquirió el tío. Después los de las negociaciones y reestructuras financieras con los que se hincharon Gabriela y Matías. ¡Hijos de puta! Y ahora, estos gilipollas. ¡Parece un cuento de nunca acabar!

¿Será que hasta el Presidente de Gobierno tiene que pagar cuota?¿O será que él, es el gran jefe de las mafias? Resulta increíble el grado de corrupción en que vivimos, y por lo que observo, el problema está en todos lados. Pero…bah, nada importa; al final, la masa es la que siempre paga. ¿Para qué preocuparse? El buen pastor es el que sabe conducir a su rebaño en la dirección correcta.

¿Cómo habrá terminado la gestión “El Oriental”? Recuerdo su cara de preocupación, cuando le pedí el helicóptero para viajar a Pontevedra. “Sí, señor, cuente con ello”, me dijo obsequioso. Fue la última ocasión que lo vi. Espero que haya entregado las últimas cuotas. Si no lo hizo, ya debe estar pagando las consecuencias. Ellos no perdonan. Pero zorrunamente aceptó el reto. ¡Él mismo se labró su cruz! Lo venció la vanidad por pasar a la historia. ¡Y todo por cuarenta y cuatro días, ja,ja,ja, no supo en qué embrollo se metió! ¿Habrá descubierto que es un grave error llegar al poder cuando ya no hay presupuesto para resolver los problemas? Lo importante es lo que obtengas en metálico por estar en el cargo. Porque gloria sin fortuna, no sirve de nada. Hasta he llegado a pensar que la discreción y los buenos modos estorban. En fin, caro pagará su ambición.

Si las noticias que me llegaron son ciertas, tendré que reconocer que “El Chulo” tuvo razón. ¡El Oriental es un iluso, al creer que pasaría a la historia sin pagar derecho de piso! Su designación fue una recomendación magistral, la última gran aportación intelectual de Gabriela: “¡A ese oriental, le falta su medalla, no lo olvides, es un tipo acomplejado, al que le sobra ingenuidad”, me dijo un día que volábamos al sur de la provincia.

Pero, para qué pensar en eso. Yo ya estoy del otro lado. Ya hice lo mío. Será mejor que asegure las puertas y trate de dormir un poco. Mañana pensaré en otro sitio menos costoso y más seguro. Quizá Centroamérica sea el mejor lugar. Nicaragua, por ejemplo.

Continuará…

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