Por más que se quiera enmascarar o suavizar el fracaso de Ricardo Ahued en el gobierno de López Obrador, su discreta incursión menor a un año en la dirección de aduanas le dejó solamente pérdidas y amarguras.

El destino alcanzó al exdirector aduanero y le jugó una mala pasada con sus propias palabras. No acabar con la corrupción sería un fracaso de los morenistas, había afirmado con claridad absoluta en una entrevista a mediados de 2018.

Y el error debe aceptarse porque es plenamente humano; esta vez el empresario y político xalapeño se equivocó en toda la línea. A pocas horas de haber anunciado su dimisión en aduanas, reconoció que la corrupción allí era muy fuerte y que era fácil caer en ese problema. Y el fallo lo confirmó el presidente, quien avisó que ahora sí iba a realizar una limpia en la institución. Y por si no fuera suficiente sal a la herida, el mismo AMLO recalcó lo que ya se le escucha como muletilla favorita cuando habla de los veracruzanos: Ahued es una persona honesta e íntegra, como dijo siete veces de Cuitláhuac García.

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Como al final se comprobó, pocos le auguraban a Ahued un paso con calidad directiva en esa compleja instancia, ya que el hidalguense carece de conocimientos en materia aduanera y de experiencia real en las lides del comercio internacional. Y como le ha sucedido antes en otras incursiones políticas, como con los panistas, como en el congreso estatal, o con el exgobernador Fidel Herrera, tampoco esta vez supo manejar con inteligencia la relación de trabajo con Raquel Buenrostro, quien evidentemente molesta, lo exhibió como persona mayor y hasta con un posible e inmovilizador contagio de coronavirus.

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Existe un antecedente que debe evidenciarse, porque no es asunto menor. El buen paso que había adquirido Ahued Bardahuil en el senado, se lo destruyó con un autosabotaje que molestó a la nomenclatura morenista: el pecado capital de insistir y mostrar temprano interés por la gubernatura de Veracruz, dando alas a sus seguidores y admiradores temporales, que quieren que Cuitláhuac se haga a un lado para que Ricardo llegue al palacio de gobierno en Xalapa, el primero de diciembre próximo. 

Aunque quizá haya algo de cierto en esa idea audaz que no es simple sospecha. Que el empresario hubiera conseguido mover la tómbola el viernes en palacio nacional, obteniendo el salvoconducto para la candidatura a repetir como alcalde en Xalapa, de la mano de Morena.

Ahued sabe perfectamente que su salida de aduanas es una dolorosa e inoportuna derrota, un traspié que lastima su soberbia. Porque se debe reconocer que nadie en sus cabales toma un cargo de ese nivel, para salirse o evadirse antes del año, por los pretextos o razones como los que ahora quieren difundir seguidores, publicistas o adversarios.

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De Ricardo Ahued se repite mucho y con mucha intención, que es un hombre honesto. Probablemente sí lo sea, pero hubiera gustado más a los xalapeños, y sería motivo hasta de orgullo provinciano, haberle conocido acciones positivas de él en el gabinete obradorista, cambios transformadores y de vanguardia con resultados de trabajo en aduanas, y hasta el hecho de que el presidente lo tuviera en alta estima y respeto, o que trascendiera que este sorprendente y desaprovechado señor de las virtudes, perteneciera al grupo de colaboradores más cercanos y reconocidos del jefe de la nación. Pero eso fue solo un sueño, porque por esta vez no se pudo.

A los análisis periodísticos les falta la parte más sensible, la de las entrelíneas que deben mover a reflexión y meditación de cuarentena: o Ahued se convenció de que no estaba bien allí -que puede ser comprensible-, o lo renunciaron, o lo empinaron, o no pudo con el paquete, o terminó de colmarle la paciencia al mandatario nacional. 

Parece que por allí va la cosa. Ahora, a calmar las calenturas de la desesperada hermandad de empresarios del centro histórico de Xalapa, donde el hidalguense gusta consolarse y ensayar discurso. Y con ese amigable respaldo, asegurarse por dónde hace buen aire, y por dónde lo reaceptan, pudiendo ser en el PAN, o en el PRI, o con Dante, o con el PRD, o con una coalición de todos ellos, los que, al no tener prospectos viables, decidan respaldar esa candidatura conjunta que exige dos cosas. O como proclama, esperar la generosidad morenista, en los tiempos personalísimos de AMLO. 

Que Ricardo viene por cuatro años, como reiteran sus promotores, es posible, pero más bien parece que en ese periodo se dedicará a construir una candidatura a gobernador, por el partido o partidos que lo inviten. Y si se insiste en el escenario de los cuatro años, lo que tienen que hacer sus apoyadores, es entender que no solo está Ahued, sino que hay varios suspirantes con posibilidades, que también podrían ser empresarios como él, o políticos, o líderes sociales, o incluso intelectuales. Nombres para competir, sí hay, nadie debe olvidarlo.

Sin embargo, para los nacidos fuera del estado y de padres no veracruzanos, interesados en la gubernatura, como Manuel Huerta, Rocío Nahle o Ahued, se requieren tres cosas ineludibles: una, la escalera grande y la chiquita, que menciona La Bamba; dos, la posesión de grandes recursos populares y de financiamiento para repartir en abundancia y, tres, la necesaria y urgente modificación a la Constitución Política del Estado de Veracruz.

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Como sea al final del día, y solo respecto al puesto que perdió el empresario del mes de abril en Veracruz, tanto López Obrador como Raquel Buenrostro, el alter ego presidencial, se constituyeron en insorteable aduana no superada por Ricardo Ahued.

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