Con la cabeza rapada, una espesa barba y setenta y cinco kilos de peso, Alex recorría las calles de Casablanca mezclándose entre la multitud. La población estaba acostumbrada a tratar con gente de distintos orígenes y lenguas. Podía decirse que la convivencia humana en esa urbe cosmopolita era similar a lo que los viejos libros decían respecto a la legendaria ciudad de Babel. Las personas podían confundirse en medio de la algarabía aunque se sintieran completamente solas.

Habían transcurrido muchos meses desde que se vio obligado a salir furtivamente de Galicia, haciendo a un lado su responsabilidad en el gobierno de la Xunta debido a una denuncia por corrupción que sus enemigos le enderezaron. Decidió internarse en Portugal llevando a cuestas la inseguridad que lo empujaba hacia el sur. Cuando por fin cruzó por Gibraltar comprobó que no lo reconocieron los agentes de la policía internacional y los servicios de inteligencia españoles.

Lo primero que hizo cuando se estableció en Marruecos fue tomar una decisión crucial: modificar su apariencia y trabajar su voz para hacerla más gruesa. Para lograr el cambio completo hizo lo necesario para olvidarse de la obesidad que cargaba. Lo demás fue fácil. Además de adelgazar, adoptó una pose intelectual y se acostumbró a los anteojos y a vestir ropas modestas. Con esa identidad, sus vecinos pronto se convencieron de que, como había informado, era un simple escritor que trabajaba como corrector de estilo en el periódico más importante de la ciudad.

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El empleo le servía para enterarse de lo que acontecía al norte de España, especialmente las noticias gallegas. Su nueva actitud le ayudaba a protegerse de los curiosos, quienes encontraban congruente su estilo callado e introvertido y el hecho de que casi siempre estuviera solo.

En realidad, la idea de ser escritor lo había rondado desde años antes, aunque como decía Gabriela, parecía una ocurrencia estúpida ya que él jamás tendría las luces para convertirse en un autor de éxito y de beneficios literarios. Recordó cuando ella le dijo que escribir era la manera más elegante de vivir en la pobreza.

Pero los años que pasó en las alturas del poder le hacían pensar que estaba en condiciones de escribir un libro. Creía que sus remembranzas e historias de vida alcanzarían para componer un buen volumen. Cada capítulo estaría salpicado de anécdotas y experiencias que podrían resultar de interés para los lectores.

Durante sus desvelados viajes nocturnos atravesando países, había construido una propuesta de guión a seguir, desde luego, siempre alrededor de lo que sería el hilo conductor. Éste no podía ser otro que su propia vida desde la triste niñez hasta los asombrosos tiempos de esplendor en Santiago y su pacto político con el personaje principal de La Moncloa.

Sin embargo, cuando pensaba en el contenido de los primeros capítulos sobre su infancia y adolescencia, surgían los primeros problemas. Le parecía difícil decidir entre hablar de su propia biografía o si acaso sería mejor aderezar esa época convenientemente. Pero siempre llegaba a la misma conclusión: “Si va a ser un libro sobre mi vida, no puedo contarla con mentiras. Cómo pretender dejar un legado en un libro lleno de falsedades”.

Pensó en su horrible orfandad en la tierna infancia. Las veces que lloró en silencio escuchando las burlas de sus compañeros de clase. Se preguntó si podía existir otra actitud en un muchacho que no tuvo un padre que brindara un modelo a seguir y que pudiera enseñarle a enfrentar los problemas.

Recordó las innumerables ocasiones en que los otros niños le decían que tenía cara de mono. Aquellos años en que lleno de vergüenza tuvo que ayudar a su madre a vender en los pueblos el pan que ella cocía en el horno de leña. Le avergonzó su insaciable gula y su manía de atracarse enfrente de todos como si la comida sirviera para sustituir el amor y los afectos.

Eran momentos de dolorosos cuestionamientos personales. ¿Por qué la boca siempre me ha traído problemas? Mis placeres o mis dolores ocurren a través de la boca. ¿Será, porque no tuve la oportunidad de decirle a mi padre que lo quería? ¿O porque no pude despedirme de él cuando murió, como todos hacen?

Evocó el momento cuando conoció a Gabriela. Le había parecido una muchacha dulce. Al poco tiempo empezó a controlarlo todo haciéndole sentir que a ella debía sus éxitos.

Repasó la serie de exigencias que siempre mostró. Su costumbre de involucrar a su familia en todo lo que hacían como pareja. Recordó la funesta y permanente sombra de Matías sobre sus espaldas y proyectos. Pensó en las eternas palabras de su esposa. “Todo lo que eres y todo lo que tienes nos lo debes a mi padre y a mí; tienes una deuda impagable con nosotros, nunca lo olvides”.

Lo que más le molestaba era reconocer que podía tener razón. Su vieja relación con Heri, un ex compañero de la universidad en Madrid, les había permitido entablar una estratégica relación con el que después se convertiría en el jefe de gobierno español. Y también por sugerencia de Gabriela, Alex le había entregado fuertes sumas de dinero para campañas del partido en todo el país.

Cerca de mil cajas de huevo de gallina campera se habían enviado por aire para aceitar a los líderes regionales y pagar la publicidad de los candidatos. ¡Esa sí había sido una decisión de huevos! Y ahora ese traidor lo perseguía por cielo, mar y tierra.

Fue cuando descubrió la maldad de su esposa. Sospechaba que ella misma lo había entregado con el fin de salvar los capitales e inversiones inmobiliarias que poseía por todo el mundo en contubernio con Matías. Se convenció de ello el día que vio las melosas fotografías de Gabriela y su entrenador en el campo de equitación.

Ya tendría tiempo para acabar con ella. Para su fortuna, a miles de millas de distancia tenía un refugio inaccesible con todos los adelantos tecnológicos: una guarida segura y un guardadito para operar la venganza.

Aunque sabía que los meses siguientes le darían cientos de renglones a la novela, saboreaba el desenlace que había maquinado para las páginas finales. Mordió una manzana y se preguntó si sería capaz de publicar su libro.

Continuará…

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