Mientras los tribunales confirmaban la validez de su triunfo electoral, Martín decidió viajar a un paradisiaco sitio del mar Caribe, donde guardaba entrañables recuerdos de juventud. Unas merecidas vacaciones, después de meses de desvelo, dedicados a tejer alianzas políticas y crear estrategias para alcanzar la gubernatura.

A Patricia le dijo que los jefes del partido exigían su presencia en la capital del país porque deseaban conocer los pormenores de la exitosa campaña. Para terminar de convencerla, hizo publicar sendas columnas periodísticas que lo calificaban como uno de los grandes actores políticos del momento, destacando que su capacidad de convocatoria podía catapultarlo a la presidencia de la república. La cuantiosa votación obtenida en Santa Cruz respaldaba el lógico anhelo de sus crecientes simpatizantes.

En realidad no era una simple ocurrencia; era una idea que le quitaba el sueño desde semanas antes. Sería en aquel idílico lugar de playas blancas y aguas color turquesa, donde revisaría las verdaderas posibilidades de esa propuesta hecha por sus hijos durante las horas previas al día electoral.

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Pero un paseo al edén maya no podía realizarse en completa soledad. Pensando en la mejor estadía, eligió uno de los enclaves turísticos destinados a personas solteras, donde pudiera alejarse del bullicio y las miradas impertinentes, y que además estuviera cerca de las ruinas arqueológicas del Petén, que pretendía visitar.

Llamó a uno de sus amigos del negocio del espectáculo y la vida nocturna, a quien requirió dos jóvenes y selectas acompañantes, cuya belleza complementara el paisaje natural en esos días de reflexión y relajación.

Aquella tarde, cuando cerró la puerta de su búngalo frente al mar y pudo saborear el whisky en las rocas que le llevaron, entendió lo que significa la tranquilidad por haber alcanzado un sueño. Las muchachas que llegarían más tarde en un vuelo desde la capital del país, serían acomodadas en otro búngalo cercano. Había decidido dejarse acompañar por ellas únicamente en las horas y en los lugares que él dispusiera. Para entretenerlas y que no lo molestaran con nimiedades, les regalaría una buena cantidad de dólares; así podrían dedicar el resto del tiempo a las actividades de su preferencia.

Necesitaba del encuentro consigo mismo para poner en orden sus pensamientos. Debía evaluar a fondo planes futuros en los que sus hijos serían los personajes principales de Santa Cruz. Para eso había luchado desde sus años en la universidad. La férrea disciplina que había adoptado como sello personal, le impedía distraerse más de lo debido.

Después de pasar la noche con sus hermosas acompañantes y de realizar la acostumbrada rutina de ejercicio en los primeros minutos del alba, decidió tumbarse en una hamaca y recibir la deliciosa brisa marina. Cuando sintió hambre, ordenó un frugal desayuno de frutas y pan tostado. Su secreta vanidad le obligaba a una alimentación ordenada y medida; desde que cumplió cuarenta años de edad, se impuso la tarea de calcular las calorías de cada uno de los platos que le servían. Esa era la clave de su apariencia vital y siempre joven.

Observando a lo lejos el paso de un catamarán, evocó aquel verano cuando estrenó su primer yate y descubrió ese paraíso. Una travesía iniciada en el puerto de Santa Cruz y que por varios días disfrutó en compañía de una inolvidable mujer que con frecuencia asomaba a sus recuerdos.

Pensó en su prolongado paso por la política nacional, y que por fin había llegado al momento principal, al más ambicionado. Reconoció que en su tablero de juego, las fichas más importantes habían sido sus propios hijos. Las vastas relaciones amistosas, políticas y comerciales que tenían con hombres y mujeres de su generación, fueron determinantes para llevarlo a la victoria frente a sus oponentes. Con carisma y relaciones públicas construyeron una gran red de amigos e incondicionales que sumaron a su causa. Así condujeron a numerosos batallones de jóvenes menores de treinta años, que con enorme entusiasmo usaron su influencia para atraer a más partidarios.

Esa forma moderna de hacer política en favor de Martín Jonás, no la comprendieron los anquilosados y vetustos políticos y militantes del partido en el poder. Ellos jamás entendieron que los actuales, eran los tiempos de las generaciones del tercer milenio, donde eran otros los valores, los intereses y las formas de comunicación.

Pero debía reconocer un aspecto fundamental. A diferencia de otros políticos encumbrados, su mejor riqueza era la consistencia y unidad familiar. Patricia y sus tres hijos constituían la fortaleza que sustentaba el proyecto de vida del apellido Jonás. Ni ella ni las mujeres de sus hijos podían ser tachadas por nadie en ningún aspecto. Eran auténticos ejemplos de trabajo, altruismo, simpatía y discreción.

También estaba consciente de que hacia el interior de su partido político, había tenido que negociar algunas carteras estratégicas, cuidando que los militantes de mayor antigüedad y radicalismo fueran disminuidos y desplazados hacia el éxodo o a posiciones de escasa relevancia. Esta decisión tuvo que ser cuidada y supervisada in extremis, logrando el convencimiento de los responsables de la ideología y estatutos del partido. Los interesados en los negocios, al final accedieron a colaborar, recibiendo el compromiso de participar en los programas y en la construcción de las obras públicas del nuevo gobierno.

Lo que no conocieron ni sus hijos ni la dirigencia, fueron los pactos realizados con importantes personajes del partido gobernante. Por un lado, el grupo de funcionarios del régimen saliente, que estaban involucrados en la corrupción. Uno a uno, los fue llamando para comprometerlos a financiar la campaña, so pena de ser denunciados ante la fiscalía. Al terminar el día, todos accedieron dócilmente. La opinión pública estaba pendiente de sus pasos y arriesgaban perder todos sus bienes. Con un solo toque podrían ser hundidos.

Tampoco dijo nada sobre su secreta alianza con el alcalde de la capital del estado, que era hijo de un viejo allegado. A cambio de apoyarlo en revisiones de auditoría y fiscalización, el munícipe permitiría que los promotores del voto por Martín Jonás, caminaran sin problemas por el territorio a su cargo. Sin embargo, este ambicioso personaje, zorrunamente negoció lo mismo con el otro candidato de oposición. Cuando concluyeron los comicios, sus colaboradores se habían entregado a sus brazos, argumentando que sólo habían cumplido indicaciones emitidas por uno de los senadores de la república.

Este inesperado descubrimiento, mostró que la traición había surgido entre los principales actores del partido en el poder y sus equipos, a sabiendas de que su líder y todavía gobernador, estaba en el trance de ir a dar con sus carnes a la cárcel, teniendo que soportar el hartazgo y desdén de la población.

Martín reflexionaba en la serie de circunstancias que se movieron alrededor de su triunfo electoral. De dos cosas estaba convencido hasta el momento. Una vez tomara posesión del cargo, modificaría el añejo y costoso sistema de relaciones con la prensa estatal. Pero lo que no podía esperar más, era la negociación con el clero, con los militares y con las fuerzas económicas del estado.

Bebió un coco con ginebra y percibió nuevos bríos. Satisfecho de la productiva meditación, tuvo la sensación de que el poder le daba energía. Cerró la puerta del búngalo y se dirigió a donde lo esperaban sus dispuestas invitadas.

Continuará…

LA DINASTÍA DEL DESIERTO 

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