Acorde con los tiempos lopezobradoristas, el poder legislativo federal dio una muestra más de sumisión ante el poder ejecutivo, y de manera fast track, la madrugada del sábado aprobó una serie de disposiciones para que la Guardia Nacional quedara adscrita a la Secretaría de la Defensa Nacional. 

El hecho se consumó gracias a la mayoría morenista de la Cámara de Diputados, que diligentemente obedeció la rígida consigna trazada desde el sillón principal de Palacio nacional. Ahora, a los ejércitos nacionales, se suma la Guardia Nacional, supervisada y controlada por SEDENA y con un general como titular. El mundo civil se achica y crece el aparato militar, justo lo que López Obrador decía detestar en 2018. Un verdadero giro de 180 grados, que descuadró a sus filas de seguidores, genuflexionados como ovejas tras un silbido montuno.

Todo se acomoda para que AMLO tenga las condiciones para ceder el gobierno a su corcholata predilecta, al parecer la señora Claudia Sheinbaum. López Obrador armó primero un ejército de Servidores de la Nación para recorrer el país y aprobar y entregar los programas sociales. Al mismo tiempo colocó en el SAT a Raquel Buenrostro para apretar todo aquello apretable desde el punto de vista de los impuestos y las auditorías de hacienda.

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Después organizó un grupo de élite “intelectual” con Epigmenio Ibarra, un guatemalteco-mexicano, productor de telenovelas y series de narcos, que es el cronista, documentalista y editorialista de lujo para todo lo que se ofrezca en imagen y mensajes políticos viralizables. En la figura de Jesús Ramírez, su coordinador de comunicación social, tiene todo un aparato periodístico para realizar tranquilamente sus conferencias mañaneras de aplauso fácil y, según cuentan algunos analistas de la Ciudad de México, además supervisa a un estratégico batallón de granjas de bots informáticos para multiplicar los mensajes del jefe y para contener y deshacer honras y prestigios de aquellos críticos del sistema.

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Y como al jefe de gobierno no se le puede contradecir, el jefe de la república acaba de lanzar una andanada de señalamientos a cuatro de los integrantes del Poder Judicial (que él propuso hace poco, y que ahora, como pueden ser honestos con su responsabilidad, dice que se equivocó al nombrarlos) para que aprueben sus propuestas relacionadas con la constitucionalidad de la prisión preventiva oficiosa, que su gobierno impulsa, como una medida desesperada para que a los aludidos no se les ocurra salirse del dictado palaciego en el debate del próximo 5 de septiembre que tendrán los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

Pero eso no es todo. Parece que en diversas regiones del país cunde la idea de que los morenistas quieren impulsar un nuevo imperio. El sábado pasado, la Asociación Mexicana de Psicología y Desarrollo Comunitario difundió un ácido artículo titulado “Cuarto Informe de Gobierno Federal: El traje nuevo del emperador”, acusando que con el gobierno de la 4T, la salud mental está en retroceso, ya que el informe presidencial defiende los proyectos del ejecutivo, aumentando las brechas sociales, y mencionando además que su política es errada, vinculándola a la seguridad y a la procuración de justicia, sin avances en el derecho a la salud mental.  

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En el tema de la SEDENA, esa fijación militarizada de AMLO, seguramente con miras a sujetar la sucesión presidencial, recuerda al primer emperador chino Qin Shi Huang, que vivió en el siglo III antes de Cristo, quien unificó los reinos de China, y quien, a su muerte, aparentemente temeroso del otro mundo, se hizo enterrar con un ejército de miles de soldados de terracota, junto a carros de guerra y caballos fabricados de ese material cerámico, los cuales se siguen descubriendo en excavaciones arqueológicas en las míticas tierras del lejano oriente.  

¿Será que aquí se construye un imperio que puede ser de terracota? 

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