Este mes Veracruz rebasó los dos mil días esperando resultados del gobierno del estado. En ese lapso ha habido tres gobernadores. Javier Duarte de Ochoa empezó con su programa Adelante y utilizándolo como bandera en la primera mitad de su gestión (2010-2013), entregó láminas, cementos, camisetas, gorras y zapatos y cuentos chinos operados por Vicente Benítez y otros desvergonzados mercaderes que hicieron fortuna a costa de los presupuestos estatales. 

Escasas obras públicas realizaron los secretarios duartistas, ya que el dinero importante fue desviado a personalísimos fines, aprobados en las habitaciones de su esposa Karime Macías, la ambiciosa dama de la abundancia. Durante sus tres años restantes, las dependencias ya no recibieron recursos, o si llegaron, fueron reintegrados a opacas cuentas con propósitos de desvío, ya referidos por la Auditoría Superior de la Federación, el ORFIS, las declaraciones ministeriales de los funcionarios denunciados de ese régimen, y por todos los medios de comunicación estatales y nacionales.

Después de Duarte llego al palacio Miguel Ángel Yunes Linares, quien por dos años manejó un discurso de odio, de venganza y de castigo a los ladrones que robaron a Veracruz. Ayudó a encarcelar a varios duartistas y recuperó algunos bienes que utilizó para complementar su discurso y para organizar la sucesión en favor de su hijo. Al final falló como gobernante y en su meta política; también desfondó la credibilidad que le quedaba. Pocas obras y exceso de rollo, fue la conclusión de su bienio. El auditor Antonio Portilla lo acaba de denunciar ante la Fiscalía General de la República con las pruebas suficientes. Así se completaron cinco años con pérdida para Veracruz.

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En diciembre de 2018 hizo su entrada triunfal Cuitláhuac García Jiménez. Se acabarían las irregularidades, el odioso nepotismo yunista, los discursos vacíos y la negligencia ante la creciente delincuencia y los crímenes. Apoyado por AMLO, el presidente casi veracruzano, cuyos ancestros vivieron en la cuenca del Papaloapan, el nuevo gobernador haría gala de sus medallas académicas y de su probada honestidad, para reconstruir a Veracruz, y regenerar el atrofiado tejido social, causantes de tanta desgracia y pobreza.

Este fin de mes se cumplen siete meses y faltan cinco para cumplir un año. Nadie sabe que es lo que Cuitláhuac va a decir en su primer informe el 15 de noviembre próximo, porque nadie sabe, acaso su gente, donde están las obras, donde están los programas y donde están las acciones realizadas en beneficio de los veracruzanos. Eso sí, los presupuestos siguen ejerciéndose, despacio y completitos, como se acostumbra en Palacio.

Y qué han hecho los colaboradores principales del gobernador, los secretarios de despacho. Lo saben bien los empleados viejos y nuevos, aunque poco quieren hablar. Poco, porque muy poco hay para informar en materia de resultados. Y los chismes ya están en boca de todos, gracias a las benditas redes.

Esa es la triste realidad para Veracruz. Ensoberbecidos y omisos, salvo honrosa excepción, los jeques y jefes cuitlahuistas viven y se conducen en la esférica plenitud de la incompetencia y la opacidad, salvados gracias a que, como dice aquel poderoso señor de los dichos, los chascarrillos y los apodos, los inconformes y los periodistas les hacen lo que el viento a Juárez, el héroe predilecto de estos tiempos.

Por lo pronto, al día de hoy, Veracruz lleva 2026 días perdidos, esperando resultados de gobierno. Pero ya llegarán las elecciones. Seis años de podredumbre y sequía revientan hasta el hilo más resistente y confiable.                                                                                                 

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