Martín cerró la puerta de la biblioteca después de colocar el seguro. Reparó en la inutilidad del hecho y en su obsesiva preocupación porque nadie le interrumpiera. Movió la cabeza al recordar que Patricia conservaba la virtud de respetar sus tiempos y su gusto por la soledad. Pero además de ello, esa tarde su esposa no estaba en casa. Había salido a una de sus acostumbradas citas con amigas.

Antes de dirigirse a la mesa de trabajo, se acercó al librero y de una aljaba tomó un dardo que dirigió con fuerza a un blanco colocado en la pared a tres metros de distancia. Un cuadro de madera con varios círculos concéntricos recibió el impacto en el espacio correspondiente al segundo de ellos. Martín soltó una maldición y un gesto de fastidio cuando comprobó la desviación y la escasa profundidad del golpe. Le pareció que los años vividos le estaban cobrando factura.

Necesitaba concentrarse en lo que haría el día siguiente: la fecha en que protestaría como gobernador de Santa Cruz, y con ello, dar inicio a su gestión al frente del poder ejecutivo estatal. Estaba obligado a pronunciar el mejor discurso de su vida ante los diputados y demás concurrencia. Tenía que ser una pieza impecable, puesto que sería escuchado por los líderes políticos y económicos que había convocado al palacio legislativo, junto a los poderosos representantes del clero. Por esa razón, él mismo dispuso la ubicación de los invitados más distinguidos. Y para que la sociedad percibiera señales de esperanza, los obispos estarían sentados junto a la familia Jonás.

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Habían transcurrido diez semanas desde que el tribunal electoral validó la elección. Era el requisito para que el presidente de la república recibiera al nuevo gobernador en la sede de los poderes federales y le brindara el respaldo irrestricto, sugiriéndole enviar a la población un mensaje de unidad y tranquilidad. Antes de esa reunión, el ministro de hacienda le comunico la imposibilidad de operar un rescate financiero; el gobierno central no estaba en condiciones de proporcionar recursos extraordinarios a los estados del país.

Siguiendo la instrucción presidencial, Martín dio una conferencia de prensa en la que dibujó su estilo de liderazgo y sus compromisos de gobierno. Primero ofreció sostener reuniones con el ministerio de gobernación con objeto de brindar seguridad al estado y acabar con la delincuencia organizada. Después se comprometió a no elevar impuestos ni gestionar préstamos con la banca. También dijo que su administración pagaría a todo aquel al que se le debiera. Asumió el compromiso de guardar la debida relación con los medios de comunicación serios, desalentando a aquellos señalados de crearse de un día para otro. Por último, resaltó que ejercería un gobierno austero y transparente.

En la penumbra de la biblioteca recordó que esa conferencia había tenido un positivo efecto en la población, que por otra parte, recordaba que él insistía en el encarcelamiento de su antecesor. Fue tanto su entusiasmo, que emocionado por los resultados de ese encuentro con periodistas, durante el desayuno dominical con la familia entera, les mostró el editorial del periódico Ahora y aquí, que en su parte medular decía:

“En realidad, son más de ocho millones de santacruceños, los burlados y defraudados por el corrupto gobierno del cacique gordo. Todos los sectores productivos están sufriendo mermas. El pueblo de Santa Cruz exige el reintegro de lo robado. La cárcel será sólo un avance en el reclamo de justicia.”

“La sociedad santacruceña busca en Martín Jonás un auténtico líder y un proyecto viable, una frase motivante y una imagen que logre cohesionar a la población que no encuentra una senda confiable hacia un destino seguro. Ojalá así sea, porque sabemos que en el pesimismo únicamente existen caminos que conducen al desencanto…Si no se encuentra un liderazgo real, la corrupción y la impunidad harán que el estado continúe cargando una pesada cruz. Los santacruceños tendrían que sostenerse a partir de su capacidad de resiliencia.”

Cincuenta días antes, el cuestionado gobernante decidió abandonar el cargo y huir del país, creando tremenda confusión a nivel nacional debido a que nadie aclaraba si estaba denunciado penalmente o no. La prensa y la televisión hablaban día y noche del caso y calculaban que durante su administración, el desfalco al erario era equivalente a dos presupuestos anuales.

Por esa razón Miguel admiraba la oportuna intervención de Hernán en la capital del país, ya que en su periodo como senador, había sido el primero en denunciar las tropelías del ambicioso gobernante y el irregular manejo financiero de los recursos públicos destinados a la salud de los más necesitados.

Martín era consciente de que vendrían tiempos complicados para él. Era el momento de demostrar que tenía los tamaños para realizar un proyecto en dos vías: hacer un buen gobierno y continuar construyendo el camino a la sucesión para uno de sus hijos.

Hasta ese momento no le preocupaban los insidiosos comentarios que se hacían en torno a la integración de su gabinete. Pensaba que ese era un tema menor; así le parecía debido a que sólo él y sus hijos tomarían las decisiones relevantes, que los colaboradores tendrían que acatar sin objeción alguna. Por esa causa, la mayoría de los cargos se dieron a amigos y conocidos de la familia. Sólo así podría construirse un proyecto sucesorio en favor de Miguel Junior, quien hasta ese momento era el alcalde de La Barca.

La excitación de las horas previas al evento de asunción, le impedían conciliar el sueño esa noche. La emoción y la adrenalina del momento le orillaron a hacer estas confesiones a Patricia: “Señora mía, el de mañana, será el mejor discurso de mi vida. Te doy la primicia de que después del acto protocolario en el congreso, iré en bicicleta al zócalo central frente al palacio, donde daré un vibrante mensaje. Y aunque el trayecto es de bajada, ese será el inicio de nuestra subida a otros tiempos, querida, a los grandes tiempos de nuestros hijos. Te lo prometo”.

Continuará…

LA DINASTÍA DEL DESIERTO 

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