La desfachatez y ambición desmedida de los generales venezolanos provocaron la apresurada salida de Alex hacia la ciudad de Panamá. Las extorsiones que sufrió en Pinto Salinas mermaron los fondos y la tranquilidad del ex gobernante gallego. Esa circunstancia y el fallido escondite en uno de los barrios pobres de Caracas, terminaron por convencerlo de que era equivocada la idea de que podía camuflarse en un lugar determinado, sólo por el simple hecho de mezclarse con un grupo de delincuentes de baja estofa. Ese tardío descubrimiento lo orilló a salir de Venezuela.

Cuando por fin entró al apartamento de la Avenida Balboa en la ciudad de Panamá, pudo sentirse aliviado y seguro. Pensó que la metrópoli centroamericana lo acogería sin ningún problema, desde el momento en que vio a transeúntes de distintas latitudes, paseando por las calles de manera despreocupada.

El movimiento de personas, mercaderías e inversiones en la zona del canal, proporcionaría el refugio idóneo para esconderse un largo tiempo. Y tenía la ventaja que desde ese sitio, podría dar seguimiento a sus cuentas y multiplicar las inversiones que aún poseía. Adicionalmente y gracias al formidable ambiente turístico de esa pequeña nación, encontraría condiciones suficientes para reponerse de las semanas de aburrimiento y terror que pasó en el país bolivariano, preocupado de que sus autoridades decidieran entregarlo a la policía española.

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Lo primero que le sorprendió fue el hecho de haber encontrado un interés inusitado por el deporte del futbol, en un país distinto a España. Como le ocurriera antes en su tierra, donde ahora residía se percataba del extraordinario entusiasmo de la población por el partido final del campeonato de liga de futbol entre los equipos Tauro y Plaza Amador, que se jugaría en el pequeño estadio Maracaná.

Quizá empujado por la soledad en que tenía que sobrevivir, y deseoso de aliviar tensiones acumuladas, esa noche decidió asistir al encuentro futbolístico que habría de verificarse al mediodía siguiente.

Cuando llegó al estadio ese domingo después de desayunar, de inmediato se contagió del entusiasmo y la adrenalina de los espectadores. El griterío ensordecedor se hizo mayor en el momento en que el animador empezó a nombrar a los jugadores que entraban a la cancha. La gente movía los brazos y alzaba los puños al cielo. En ese instante catártico, Alex percibió el mareo en su cuerpo y una sensación de que se encontraba en otro sitio.

La mente lo llevó al Santiago Bernabeu, rodeado de sus colaboradores más cercanos en sus épocas de gloria como Presidente de la Xunta de Galicia. En ese tiempo bastaba con subir a un helicóptero y trasladarse a Madrid temprano. Por extrañas razones, recordó al fiel contador Aguilera, el segundo responsable del Tesoro en Galicia.

El ambiente que lo envolvía en Panamá, era la misma vieja emoción que vio en el contador aquella ocasión cuando lo invitó, a él nada más, para que lo acompañara al clásico Madrid-Barza. El pobre Aguilera parecía infartarse cada vez que los blancos se acercaban a la meta blaugrana, comandados por Ronaldo. Ese día no pasó nada, pero el colaborador casi muere de verdad, cuando Alex lo llamó días después a su despacho y le obsequió los boletos de un palco VIP para siete personas, para la siguiente temporada en el Nuevo Chamartín, la casa del Real Madrid.

Como todas sus grandes ideas, esa vez la sugerencia de Gabriela había sido genial, reflexionó Alex, aturdido por la algarabía panameña. Ese simple detalle, que costó la minucia de cien mil euros, fue la inversión del siglo para la pareja gobernante. La experiencia de Aguilera en los temas financieros de la Xunta, puesta por él mismo, en manos del matrimonio, fue desde entonces, la llave para apoderarse de los recursos del presupuesto de Galicia en toda la gestión.

Y es que nunca fallaba la fórmula franquista de hacer participar a los colaboradores en la corrupción, pensó Alex. “Un simple palco en Madrid y la costumbre de supervisar con ligereza y disimulo la operatividad de la Tesorería a cargo de Aguilera, llenó a éste de grandes dividendos, mientras que a nosotros nos dejó una fortuna inacabable”.

Aparte de las metidas de mano de Aguilera, Alex se enteró de las segundas nupcias del colaborador, y de que éste había tenido el descaro de ofrecer a sus invitados una lujosa cena, ¡amenizada por la cantante Alaska! Supo de los automóviles de importación y los constantes viajes a Dubai que regaló a sus hijas mayores, con cargo al erario. También de las residencias y chalets que adquirió en varias urbanizaciones de Santiago, La Coruña, San Sebastián y Madrid.

Con Gabriela había reído a carcajada batiente cuando les informaron que el pícaro tesorero acostumbraba ir al banco cada viernes por cajas de huevo campero, repletas de billetes de grandes denominaciones. ¡Qué tipo, jajaja, un verdadero caradura! Pero en ese tiempo decidieron no decir nada a Aguilera. Era conveniente su participación y firma en todos los documentos que después revisaría el Tribunal de Cuentas. Y es que al final, era sólo un daño menor, comparado con las ganancias que ya para ese tiempo Alex y Gabriela estaban recibiendo por las cuentas bancarias y valores bursátiles en Suiza.

Un estruendoso vocerío despertó de su ensueño a Alex. “¡Gooool!, ¡Gooool!”, gritaba a todo pulmón la muchedumbre enloquecida. El ruido del estadio y un fresco líquido cayendo sobre su espalda, regresaron a Alex de su viaje de más de ocho mil kilómetros, devolviéndolo inmediatamente a la realidad. Alrededor de él, la gente saltaba enérgicamente sobre el piso, ocasionando una fuerte vibración a la estructura del inmueble.

Como no era ni su fiesta ni su equipo, decidió abandonar el estadio antes que todos. Subió a un taxi y se trasladó a un restaurante de mariscos donde pidió una cerveza y la carta. Imbuido todavía por los pensamientos del pasado, evocó al ambicioso tesorero, preguntándose qué habría sido de él. Todo mundo lo consideraba un tipo honestón, reconoció Alex. ¿Por qué lo habré recordado este día? ¡Uff! ¡Espero que no lo hayan detenido hoy!

Continuará…

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