Pese a los deseos de Martín, la relación con los empresarios de Santa Cruz parecía deteriorarse conforme avanzaban los días. Su fuerza negociadora con los señores del dinero empezó a disminuir desde el momento en que varios de ellos acudieron al palacio a cobrar las deudas que el gobierno había contraído con ellos desde meses atrás.

El problema se agudizaba porque el nuevo mandatario no disponía de suficiente efectivo en caja para cumplir con los pagos que le demandaban. Por otro lado, los acreedores no siempre contaban con contratos o documentos de cobro que pudieran justificar las erogaciones solicitadas. Ya fuera porque los bienes no se entregaron, o porque las obras no existiesen o no estuvieran debidamente concluidas. Pero también, porque algunas empresas habían sido constituidas con diferentes deficiencias legales o fiscales.

La sana convivencia de los días de campaña se convirtió en una cadena de reclamos, críticas destructivas y acusaciones periodísticas en todos los tonos posibles. La luna de miel entre el entonces candidato y los dueños del capital terminó en denuncias persistentes, que a veces se manifestaron en cartas abiertas publicitadas en periódicos del centro de la república.

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Por si esa situación no hubiera sido suficiente para la débil estabilidad santacruceña, los miles de jubilados y pensionados del gobierno mostraban inquietud y aseguraban la quiebra del instituto estatal de pensiones, haciendo presión para que varios de los líderes sindicales afines a la administración anterior fueran denunciados junto con los funcionarios salientes que causaron los grandes hoyos financieros.

El gobierno de Martín tampoco tenía un camino fácil con los propietarios de los medios de comunicación, que como los demás empresarios, reclamaban deudas viejas y negociaciones para continuar publicando las noticias oficiales. Para ellos sólo existía la vía de la resistencia al negociar rebajas en los costos, insistiendo en que los cobros pendientes siguieran con ese carácter y no fueran cancelados. Pero todo ello no intereso al gobernante. Para sustituir a esos medios tradicionales, el mandatario decidió valerse de la comunicación masiva que le permitían las modernas redes sociales transmitidas vía internet. En respuesta a ese novedoso esquema, los periodistas de Santa Cruz conformaron una segunda línea de enemigos del régimen jonista.

El caldo que nutría la decepción de la población y el tema que diariamente daba noticias negativas, era el despido constante de trabajadores: los petroleros que todos los días engrosaban las filas del desempleo en el sur y la sangría de burócratas estatales, cuyos lugares vacíos absorbían la llegada de personas que en su mayoría no reunían el perfil ni los conocimientos requeridos en los cargos.

La falta de recursos económicos en tesorería, la postura de no pagarle a nadie y la demora para iniciar las acciones de gobierno, lograron que en menos de cien días acabara la emoción, la esperanza y la algarabía por el cambio de administración.

El recio gobernante y sus hijos empezaron a perder los márgenes de maniobra que habían construido antes de tomar las riendas. Y como si no hubiera suficientes conflictos y vicisitudes, los integrantes de su propio grupo político que no fueron invitados al banquete del poder, comenzaron a desertar, a desbocarse y a proferir amenazas contra la familia Jonás valiéndose de artículos y columnas políticas de gustosos medios de comunicación.

Ante ese revuelo, y con el fin de ir atendiendo lo más prioritario, después de varias noches de desvelo, Martín decidió contratar un nuevo empréstito. En forma adicional y para atacar a sus detractores, instruyó a Orestes Chico para que la Fiscalía fuera contra el exgobernador, sus cómplices y todas aquellas personas que hubieran causado las irregularidades en el servicio público que desvelaban los medios.

Para disminuir la impaciencia de la sociedad, identificó en cada región la mayor obra inconclusa y anuncio su reanudación inmediata. Dispuso algunas inversiones para reiniciar las construcciones, realizó nutridos eventos y llevó a cabo conferencias de prensa donde los colaboradores fueron habilitados como fotógrafos y comunicadores, que de manera instantánea hacían la difusión a través de sus propias redes sociales.

Con este estilo comunicacional, la aprobación al gobierno quedó sujeta a la simpatía manifestada por los lectores de las redes sociales en cada publicación. La mecánica fue pronto criticada por los periodistas que argumentaron que así no debía hacerse la comunicación social que la ley indicaba.

Mientras eso ocurría en Manantial, aumentaron los asesinatos en el campo y las ciudades. Las fosas con cadáveres de víctimas desaparecidas, los secuestros y las balaceras, eran las noticias preponderantes en la incipiente gestión que sólo duraría dos años. Porque el de Martín Jonás, era un gobierno por única vez de sólo dos años, producto de un cambio constitucional enfocado a unificar y empatar elecciones federales y estatales. Esa modificación originada en el gobierno federal, le facilitó al patriarca de la dinastía tomar el poder estatal, para desde allí impulsar a sus hijos a la política grande. Primero a la gubernatura, y si las cosas marchaban de acuerdo a lo previsto, a la misma presidencia de la república en un futuro cercano. Gracias a todo este orden de ideas, sería factible alcanzar el viejo sueño de la Casa Jonás.

Otro de los factores que nadie visualizó, era el hecho indiscutible de que la pobreza y la marginación se habían elevado en todo el territorio, debido a que se acumulaban años sin inversiones agropecuarias e industriales, además de que no había fondos para la construcción de infraestructura urbana y regional. La baja de los indicadores en las diversas ramas de la economía no se detenía desde que la empresa petrolera del país mantenía una política de despido de obreros en los estados del sureste, contándose hasta ese tiempo en Santa Cruz a más de veinte mil trabajadores enviados a casa.

En su despacho del palacio, Martín Jonás lamentaba que su gobierno sería reducido a un simple periodo de claroscuros. Estaba dispuesto a presionar a la Fiscalía General de la República para que estrechara el círculo y capturara al prófugo más repudiado de la nación. También entendía que su proyección y mantenimiento en las alturas requería de una estrategia de contención a todos los grupos opositores y de un constante apriete de tuercas al desprestigiado grupo político del cacique gordo.

En esos pensamientos estaba el gobernador, cuando su secretaria le solicitó atender un telefonema importante. Martín Junior necesitaba hablar con él.

—Hola hijo, ¿cómo has estado?

—Buenos días, papá. ¿Cuándo puedo platicar contigo? — preguntó el alcalde de La Barca—. Estoy recibiendo presiones para reunirme con una mujer que afirma tener la solución para el problema de la delincuencia en Santa Cruz. Pero tengo algunas dudas. Requiero tu punto de vista.

—No hagas absolutamente nada hasta que hablemos—le indicó su padre—. Y tampoco te preocupes. Tengo datos que no imaginas sobre el origen de esas llamadas a tu teléfono. Por favor no hables de esto con nadie; lo conversamos el sábado con los muchachos.

Continuará…

LA DINASTÍA DEL DESIERTO 

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