Después de meses de sobresaltos y de sufrir los agobiantes e infructuosos llamados de auxilio de Alex, Gabriela pudo vivir tiempos gloriosos junto a Manu. Sus hermanas y cuñados habían regresado a atender las empresas en Galicia. Pero su madre aceptó gustosa quedarse una temporada con ella en Londres para encargarse del cuidado de los niños. Esa afortunada circunstancia le permitía acompañar constantemente a Manu en sus actividades deportivas de la Gold Cup de Polo.
En ocasiones ella terminaba rendida y con terrible jaqueca a causa del ajetreo diario, ya que después de las horas destinadas a su pareja, al regresar a la suite del hotel que tenían como residencia en el país británico, sus hijos le exigían ir a las plazas comerciales o a alguna distracción infantil. Por eso agradecía la complicidad de su incansable madre, quien era su principal apoyo para que ella pudiera fortalecer y afianzar su relación con el apuesto deportista.
Durante las semanas que llevaban en Inglaterra, había conformado un abundante guardarropa adquirido en Harrods y otras tiendas de alta gama. Le complacían las tertulias y reuniones que con frecuencia organizaba con las mujeres de los jugadores del equipo argentino, quienes solían acompañarlos a los diferentes torneos alrededor del planeta. El polo resultaba un gran aliciente y distracción para esas mujeres, como descubrió ella misma.
Y cómo no disfrutarlo, si el entorno de ese deporte brindaba una incesante pasarela, a la que sólo accedían damas de alcurnia y poder económico. En ese ambiente exclusivo, en el que casi siempre se veía a la gente de la realeza internacional, había podido lucir las costosas joyas que le regalaba Alex y que tanto criticaron los rústicos paisanos gallegos.
Sin embargo, esa noche cuando regresaron al hotel, Gabriela se notaba inquieta y malhumorada. En el lujoso restaurante donde cenó con Manu, encontró a un grupo de españoles que no dejaron de mirarlos y cuchichear entre ellos. Ese desafortunado encuentro le dejó un ácido sabor de boca, ya que sintió el desdén y el repudio con que la miraron. Se llegó a preocupar cuando con algún disimulo, uno de los comensales empezó a tomar fotografías con el móvil, percibiendo que habían plasmado su imagen en una de ellas.
Por esa razón, cuando quedó sola, se sirvió un whisky y se sentó frente al espejo, mientras se preparaba para dormir. Entonces, pensó que iba a ser difícil deshacerse de su historia. Que no era tan sencillo enterrar todo lo vivido junto a Alex. Parecía que siempre la perseguirían situaciones o circunstancias molestas como las que acababa de experimentar en ese restaurante.
Casualmente, esa mañana su fiel asistente que cuidaba sus propiedades en Orense, le había informado las últimas noticias relacionadas con la persecución que existía sobre su ex marido preso en Guatemala. Habían detenido en Galicia a cuatro o cinco de los ex colaboradores más importantes, y por otro lado, no cesaban las amenazas y rumores de encarcelamientos adicionales.
Fue cuando recordó las estrategias financieras instrumentadas junto a Mouriño y Cisneros, así como los pormenores que trataba de enterrar y olvidar. Por ejemplo, los enjuagues a que se prestaron el tesorero Taruk y la ingenua directora de la Beneficencia, quienes también se llevaron jugosa tajada, creando decenas de empresas ficticias, a las que pagaron bienes que nunca se entregaron.
A su mente llegaron los procesos administrativos que ordenó desde las sombras, y que les permitieron –a ella y a Alex–, agenciarse millonarios recursos económicos durante toda la gestión, utilizando una plantilla de cinco mil profesores inexistentes, de cuyas plazas laborales, nunca se pagaron los impuestos fiscales que ahora buscaba y reclamaba el Tesoro español. Pensó que esa era una verdadera bomba de tiempo que agregaría años de condena a su ex marido y a no pocos funcionarios despedidos por el nuevo Presidente de la Xunta.
Se terminó de quitar el maquillaje y se lavó la cara. Hizo un mohín cuando observó las pequeñas imperfecciones de su rostro, que al instante fueron aumentadas por su ego y su vanidad. Con gesto descompuesto reflexionó en la ligereza e irresponsabilidad de Alex, quien de manera tonta permitió que sus segundos y terceros en la línea de mando también robaran al erario.
“Estúpido—pensó frente al espejo, mientras bebía de un trago el licor—, cómo es que se le ocurrió darles tanto dinero. Esos imbéciles, que no crearon nada y que sólo firmaron lo que se les instruía, seguramente ya entregaron sus ganancias a Mikel para negociar impunidad. A cuántos dirigentes políticos y líderes sindicalistas se les untó la mano; creo que eran cientos de sanguijuelas. Por eso al idiota de Alex ya le cargaron el total del desfalco cometido por todos, mientras aquellos andan por allí tan campantes, haciendo política y negocios”.
“¿Sabrá Alex, que fui obligada a entregar la mitad de lo que tenía yo hace seis meses, para asegurar mi libertad y la de mi familia. Y que tuve que jugarme el todo por el todo, amenazando con desvelar las entregas de dinero al jefe de gobierno, para que por fin me dejaran en paz”.
¡Bah, el gordo es un hombre muy corto de entendederas!—soltó en voz alta cuando caminaba descalza al dormitorio. Del otro lado de la puerta, Manu la esperaba ansioso.
Continuará…
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