Estaba extenuado después de las semanas que tuvo que dedicar a prepararse para enfrentar las dos audiencias más importantes en el tribunal. Tal como lo decidió con sus abogados, finalmente se había allanado a la extradición solicitada al Estado guatemalteco por el gobierno español y por la Xunta de Galicia.

Lo único que llegó a distraerlo en esos estresantes días, fue la inoportuna y desconsiderada petición de divorcio de Gabriela, quien acorde a su estilo frío e indiferente, se lo había comunicado con una simple carta que le entregó uno de los legales en la prisión de Matamoros. En realidad, ya esperaba esa determinación de su distante esposa, pero jamás pensó en que iniciaría ese trámite en medio del proceso legal que él enfrentaba. Ni duda cabía sobre el origen de sus motivaciones y de que la mujer se mantenía fiel a sus maneras egocentristas.

Habían despegado de Guatemala a las cinco de la tarde en un vuelo privado. Calculaba que la llegada a Madrid sería alrededor del mediodía siguiente. Se emocionó cuando le dijeron que La Moncloa le había autorizado una reunión con sus familiares y amigos en un hangar habilitado para ello, antes de ser conducido a la prisión. Estaba deseoso de ver a su madre y a sus hijos. En ese momento descubrió que todos los demás le tenían sin cuidado.

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Mientras dormitaba en el avión, saboreaba los efectos que habría causado en la audiencia con los versos sevillanos que recitó a los periodistas a modo de despedida en el tribunal. “Paciencia, prudencia, verbal continencia, dominio de ciencia, presencia o ausencia, según conveniencia”. —¡Qué gilipollez! Esa cantaleta podría ser gallega. ¡Madre mía! —.

Realmente se encontraba feliz. El pacto de no agresión y conservación de capitales, que había conseguido con el gobierno español, representaba un gran logro personal. Y es que no podía ser de otra forma. Él, un destacado doctor en economía, ¡ejemplo nacional!, había descubierto el secreto entramado de los cientos de empresas fantasmas, habilitadas desde la cima de la pirámide, que en las décadas recientes utilizaban los señores del sistema político español para financiar sus campañas electorales. Y tenía en sus manos las documentadas pruebas de ello. Sería el escándalo del siglo, dar a conocer semejante noticia. Por eso accedió a la extradición. Esa era la clave de su seguridad, que el mundo ignoraba.

Pero también recapituló su plan alterno. Le estaba resultando conveniente y hasta atractiva, la espesa barba que se había dejado crecer, además del corte de cabello que solicitó al peluquero de la cárcel. Junto a las expresiones verbales, las miradas estudiadas y los gestos más estúpidos de su repertorio, la apariencia general que había conseguido en esos meses, abonaba a generar la idea de locura, que alguien desde las alturas políticas, recomendó como estrategia para salir por la tangente, desvanecer acusaciones y favorecer sentencias judiciales.

Después de esas reflexiones pudo conciliar el sueño algunas horas, antes de que el piloto informara que estaban por aterrizar en el aeropuerto de Barajas. Como parte de las concesiones aprobadas, un guardia le quitó las esposas y le permitió usar el lavabo para refrescarse la cara y enjuagar su boca.

Cuando la nave entró al hangar, a través de la ventanilla descubrió a una muchedumbre que aguardaba su llegada. Ávidamente buscó a sus hijos sin llegar a localizarlos. Su madre fue a quien encontró en medio del grupo; la vio pálida y desmejorada.

Cuando pisó suelo, Alex la estrechó con ternura, besándola en la mejilla. A continuación, recibió el abrazo solidario y emotivo de Cuevas de Almanzora. “El Flaco” lo observaba con arrobo y timidez, mientras Betsabé lo contemplaba con ojos vidriosos y llanto contenido. “El Chulo” hablaba ante su móvil, haciendo aspavientos con una mano. El exgobernante buscó otras caras conocidas entre los presentes, encontrando solamente las compadecidas miradas de algunas damas.

A una discreta señal de “El Flaco”, tres elegantes meseros se acercaron y ofrecieron al esforzado viajero y a su comité de recepción, copas de vino blanco, así como adornadas bandejas con tapas y huevos rotos. El detalle gastronómico tocó las fibras más sensibles del homenajeado, quien lloró conmovido al degustar los añorados platos peninsulares.

“El Chulo” pronunció un sentido discurso a su líder: “Bienvenido a tu país, querido Alex, hermano del alma y de mil batallas. Entrañable amigo: Los que estamos aquí, tenemos la seguridad de que saldrás impoluto de las canallas acusaciones que te han enderezado atrevidas mentes, pretendiendo olvidar tu prístina trayectoria en favor del bienestar de los gallegos. Parafraseando a Díaz Mirón, el recordado poeta vasco de la rebeldía y la suprema inteligencia, estamos convencidos de que eres como las aves que cruzan el pantano y no se manchan. Más pronto que tarde, estaremos reunidos en la libertad y en la tranquilidad que nos merecemos como buenos hijos de España. Como siempre ha ocurrido, seguirás contando con nosotros para lo que sea necesario”.

Apenas concluyó el orador, el grupo de policías que custodiaba al preso, le indicó dirigirse a un vehículo que se encontraba aparcado a pocos metros. Antes de subir en él, Alex dio un beso a su afligida madre, al tiempo que agitaba los brazos en un silencioso adiós.

Desde el asiento posterior del automóvil y con las esposas presionando sus muñecas, el político en desgracia observó la enorme bambalina que desplegaban sus momentáneos anfitriones.

“¡Galicia no te olvida. Prudencia y paciencia, harán inocencia!”.

Continuará…

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