El bucólico paisaje rodeaba la imponente finca situada sobre la ladera de uno de los cerros cercanos a Manantial y enfrente de un extenso valle cubierto de cafetales. Desde su amplia terraza con vista al poniente, podían admirarse las copas de los árboles, y más allá, las siluetas verde olivo de los dos volcanes más altos de Santa Cruz. El sol vespertino pintaba en el horizonte bellos matices rojizos que se mezclaban entre las franjas azules y amarillas del cielo.

En la lujosa mansión, un mayordomo y siete hermosas edecanes aguardaban la llegada de los visitantes, al tiempo que un diligente chef español preparaba en la cocina el suculento menú ordenado por el dueño de la casa. Tres vehículos blindados y un grupo de guardaespaldas apostados cerca del ancho zaguán de madera, esperaban atentos la llegada del gobernador y sus hijos.

El anfitrión los recibió emocionado, y después de que Martín Jonás hiciera las consabidas presentaciones, caminó con ellos hasta una pequeña mesa, desde donde se disfrutaba todo ese espectáculo natural del atardecer. Apenas se instalaron, se retiró del lugar a bordo de su automóvil.

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—Preferí que la reunión fuera en este sitio—explicó el gobernador—. Mi amigo nos prestó gustoso su propiedad; es uno de los mayores exportadores de café nacional. A veces, es bueno cambiar de aires y aquí el oxígeno es lo que sobra, además de que podemos ser discretos.

—Después de la junta, solamente las mujeres permanecerán con nosotros en la casa—abundó—. Hay cuatro habitaciones disponibles; las chicas son de catálogo, como habrán notado. Ya me conocen cuando elijo; todas ellas son profesionales de absoluta confianza, y ustedes, muchachos, demuestren que son auténticos Jonás. Pero…, señores míos, primero, a lo nuestro.

—¡Eres el de siempre, papá! Y estoy de acuerdo contigo. Entremos en materia, para terminar temprano—dijo Óscar—. Voy a hablar de lo financiero. Lo que les diré puede sonar chusco, pero ya lo comprobé plenamente, y sé cuáles eran los modos del cacique. Para este cabezón, todo su mundo era el dinero. Desde luego, primero apartaba el que era para la pareja gubernamental. Después, separaba el siete por ciento que entregaba a los administradores de todas las dependencias. De lo que quedaba, una parte se destinaba a los programas institucionales y otra, que guardaba celosamente, era “para aceitar la maquinaria”.

—¿Y cómo creen que lo operaba?—explicó orgulloso de ese conocimiento—. Cuando algún funcionario federal, empresario, líder, juez, o ciudadano, se oponía a sus planes, el cacique ordenaba una entrega de recursos en efectivo, que hacía con precisión quirúrgica alguno de sus cercanos, que conocían el procedimiento, y eran generalmente de la propia tesorería. Al mensajero le decía: “Hay que suavizar el trato con este señor. Llévale a su casa, o dónde él te indique, las cajas de aceite que sean necesarias. Y recuerda que el cariño nunca es suficiente. Sé espléndido, por favor”.

—¿Y saben ustedes cuáles eran las famosas cajas de aceite?—preguntó, inspirado—. Eran las cajas del célebre aceite comestible que se fabrica en Valle Verde, repletas, no de botellas, sino de billetes de quinientos, que en conjunto contenían cinco millones de pesos. Así, directamente de los caudales del estado o de los mismos bancos, salieron cientos de cajas “de aceite” a diferentes destinos. Por eso, a este generoso hombre, sólo lo denunciaron cuando ya se iba. Nadie quería perder esos jugosos dividendos. Y por otro lado, al funcionario de su gabinete, que se resistía a esos esquemas corruptos, simplemente lo despedía y le cerraba las puertas. Así de fácil.

—¡Sorprendente que no haya sido más burdo! Pero eso es demasiado corriente, cuando se pueden hacer las cosas de otra manera -contestó el mandatario santacruceño-. Ya me enteré que el gordo se ganó la nominación a gobernador, cuando presentó una propuesta de bursatilización que agradó a su mañoso formador. Y mientras el gordo trabajaba al jefe, su hábil esposa seducía y elogiaba hasta el asco a la mujer de su mentor. Así fue como esa ambiciosa pareja llegó al poder. Y cuando estuvieron allí los tramposos cónyuges, dieron una patada en el trasero a sus antecesores.

—Ahora bien, ya que estamos en el tema económico, Oscar, quiero que aceleres el asunto de la renegociación de la deuda—apuró Martín Jonás—. Yo necesito entregar resultados al pueblo, y más ahora que el cacique ya está en prisión y establecieron seis meses para integrar el expediente acusatorio que hay que cuidar al máximo. Pero sobre todo, tienes que apurar las reuniones y los arreglos con los exfuncionarios, antes de que esos sinvergüenzas huyan por el mundo, y no podamos recoger lo que tienen. Más vale pájaro en mano, que un ciento volando. Lo dijeron los viejos, no lo olvides.

—En relación a los excolaboradores del cacique, quiero pedir que seamos más incisivos y drásticos—dijo Martín Junior, cuando tomó la palabra—. Se vienen los tiempos en que hay que invertir en nuestros cuadros políticos, si es que en verdad queremos la gubernatura para mí. Señores, hay gente que gastó dinero hasta en residencias con recubrimientos y rocas traídas de Europa y África; tipos que pagaron cirugías estéticas a sus novias y amantes; que compraron para ellas, vehículos de importación o departamentos caros en las mejores zonas turísticas del país. Su culpa es muy grande y creo que debemos aprovecharlo. Por eso, yo sugiero acciones como ésta: decirles por ejemplo: “El gobierno te va a expropiar, así que te aconsejo que mejor dones los bienes que robaste, y evites la cárcel, el escarnio y la deshonra a tu familia. Entregas todo a un fideicomiso, (¡en Islas Caimán, por supuesto!) los inmuebles y el efectivo, o vas directo a la cárcel”. ¡Así papá, con energía, sin tanta palabrería, muestra que tú, eres un gobernador duro, caray!

—Yo quiero hacerte una propuesta, papá—interrumpió firmemente Hernán—. Ya concluyeron las campañas, ya está en la cárcel el cacique, ya las promesas acabaron. Es el momento en que tú debes convertirte en el líder transformador que Santa Cruz exige a gritos, de una vez. Sólo así podremos conservar el poder. Tenemos a mucha gente en contra.

—Ten en cuenta que si bien es cierto que se incrementaron las remesas de los migrantes, también es cierto que se perdieron diez mil empleos, y que en este año bajaron las cosechas de caña y cítricos—no lo olvides, remachó el segundo de sus hijos—. Aumentaron también los casos de cáncer y diabetes en la zona de la planta nucleoeléctrica; pero es la inseguridad y las matanzas, lo que debes resolver. Corre a alguien del gabinete; que se vea tu energía y dureza, porque están apareciendo fosas todos los días y hay más secuestros y asesinatos. Esto no puede seguir así. Concluye las obras que no terminaron aquellos; a las que les falta poco dinero para inaugurarlas. Aprovechemos ese pleito de nuestros odiados contrincantes Jonás, el tío lolo y el primo Julián, que jamás se unirán, y logremos que no se reconcilien…

Ante la andanada que le estaban soltando sus hijos y con la cara enrojecida, Martín Jonás terminó abruptamente la reunión con un manotazo que asustó a sus descendientes.

—¿Crees que no sé gobernar?—gritó a Hernán—. Cállate mejor, ya me fastidiaste este día. Por hoy, es mejor que me retire, me siento fatigado y no estoy de humor para escucharte. Nadie comprende el esfuerzo que hago por ustedes y por el estado. Pero disfruten la velada, malagradecidos, ingratos. No pierdan la cena, vale la pena, eh. Y las muchachas, hagan con ellas lo que quieran. A eso vienen.

—¿Y sabes una cosa, Hernán? —. Reprochó exaltado a su hijo, mientras lo señalaba con el índice:

—¡Te falta mucho para enseñarme! ¡Primero, apréndele algo a Junior!—concluyó el mandatario.

—¡A ver, a ver, tranquilos, familia!—intercedió Oscar, abrazando a su padre—. Creo que es mejor que te marches, papá. Tienes razón, te ves bastante cansado. Y no te preocupes, nosotros continuamos la reunión.

Continuará…

LA DINASTÍA DEL DESIERTO 

LA DINASTÍA DEL DESIERTO (2)

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LA DINASTÍA DEL DESIERTO (12)

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