Gabriela dejó la clase de yoga y caminó rumbo al vestíbulo del edificio, saludando a las amigas que encontró en los pasillos del exclusivo club deportivo que frecuentaba en Mar del Plata. Subió a su todoterreno y pocos minutos más tarde transitaba por la carretera que la conduciría a Sierra de los Padres.

A pesar de haber transcurrido tantos años desde su intempestiva salida de Galicia, conservaba una apariencia distinguida, juvenil y atractiva. Se sentía parte de la sociedad platense, que sin reparo alguno había adoptado a su familia tras llegar de tierras ibéricas. El argentino era un pueblo con profundas raíces europeas, acostumbrado por siglos a recibir a gente de todas partes del mundo.

Además de esa generosa tradición hospitalaria, e igual que acontecía en todos lugares, los capitales foráneos eran bien acogidos y abrían todo tipo de puertas. Por esas razones, el país austral había resultado ser una tierra pródiga para Matías y su familia. Y por si hubiera sido poco, el padre de Gabriela llevaba tres años dirigiendo la cámara de comercio e industria argentina.

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La española se orgullecía de tener un esposo famoso por haber descollado en el mundo del polo y que además de esa circunstancia, supo encargarse de todos los asuntos financieros y administrativos de la ganadería y la producción de soja, aceite de oliva y vinos. Pero lo que más le agradecía a Manu era el haberse convertido en el amoroso padre de los tres hijos que tuvo con Alex, sobre todo después de que éste prolongara su estancia en prisión.

Esa mañana, las vistas panorámicas de la carretera, regalaban un ambiente edénico y soñador. El suave lomerío de la pampa y los matices de color que presentaban las llanuras bajo los rayos del sol veraniego, vestían el horizonte de tonalidades esmeralda.

Se sintió realizada como mujer y como esposa. Por fin, después de tantos años de desasosiego y sobresaltos, lograba desligarse de los añejos problemas en Galicia. Sus abogados le habían informado de su triunfo en tercera instancia sobre el ministerio de justicia. Aunque tuvo que entregar una cuantiosa suma al tesoro español y a Heri, pudo conservar un buen capital así como las miles de hectáreas adquiridas en la Patagonia y casi todas las propiedades ubicadas en distintos países.

Lejos quedaban los angustiosos días de persecución y las sentencias punitivas de los juicios iniciados contra Alex, y contra ella y Matías, que la llevaron unos años a prisión, de donde con esfuerzo y untos se escabulló en corto tiempo. Suerte que no tuvo su padre, quien debió quedarse bajo la sombra madrileña por cerca de diez años.

Pero ese había sido el único esquema proporcionado por Heri y los despachos legales, para satisfacer y acallar a la dura y rencorosa sociedad gallega. Muchos millones de euros había utilizado ella en su defensa, era cierto. Como aquellos que destinaron todos los involucrados en la “trama del tesoro gallego”, como fue conocido el caso. Le costó mucho, pero tenía que reconocer que algunos implicados aún pagaban condenas en la prisión de Navalcarnero.

Por esas razones, tuvieron que abandonar definitivamente Galicia y España, rematando los bienes, rompiendo los lazos existentes y estableciéndose en el hemisferio sur de América. Por lo mismo, y para protegerlos de la maledicencia y el deshonor, debió cambiarles el apellido paterno a los chicos. Quizá Alex nunca la perdonaría por esa decisión, pero ella tuvo que actuar con frialdad para asegurar el futuro de los niños.

Y había valido la pena, no quedaba duda. Finalmente, la nueva familia tenía un horizonte promisorio, razón que la convencía de que ella y Matías habían tomado las mejores decisiones en el manejo de las inversiones y el patrimonio.

De las numerosas propiedades en el extranjero no se preocupaban, ya que estaban administrados por inmobiliarias supervisadas por Manu. Las exportaciones de cárnicos a los mercados europeos iban viento en popa, así como la venta de caballos pura sangre, cuestiones que eran asunto de Matías, y también, un ramo que ella disfrutaba y dominaba. Mes con mes, zarpaba un mercante con fuerte cargamento hacia el puerto de Amberes.

Las carreras de caballos en Inglaterra y los torneos internacionales de polo, eran los eventos que por ningún motivo dejaban pasar. Gabriela y Manu usaban esas actividades para mostrar los caballos y vacacionar dos o tres veces al año.

España y la Xunta de Galicia eran simple referencia anecdótica y recuerdo divertido entre Gabriela y su padre. Lo único que había logrado ensombrecer su ánimo alguna vez, fue la noticia de la misteriosa desaparición de algunos de los que fueron colaboradores de Alex y, más que nada, el nunca aclarado suicidio de uno de ellos en un hotel de verano en Ibiza.

Las reflexiones matinales de Gabriela acabaron cuando vio a lo lejos la edificación familiar. Tomó la vereda, estacionó el auto y caminó hacia el acceso, seguida por un hermoso corgi que ladraba dando saltos alrededor de ella.

Manu la recibió en el pórtico, estrechándola por la cintura. “¡Te ves radiante; no sabes cómo extraño tu belleza cuando no estás! ¿Y cómo te fue, amorcito?”, le dijo.

“¡Mi vida, Malena nos invita a Buenos Aires, a la cena del Casino Militar! Ayúdame a decidir el vestido y los diamantes que llevaré. ¡Quiero ser la más bella esa noche! ¡Llévame, sí!, propuso melosa, a modo de contestación.

“¡Ya eres la más bella, amor, tú sabes embrujarme! ¡Siempre he pensado que los años no pasan por ti. Te ves igual desde que te conozco! ¡Me enamoran tus ojos! ¡Y claro que te llevaré, cielo!”, consintió gustoso el marido.

Continuará…

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