Hacía tiempo que Gabriela no disfrutaba las entretenidas tardes de compras en la calle Florida y el encuentro con las amigas en Puerto Madero. Eran los días previos a la final del Abierto de Palermo en Buenos Aires. Ese año, la expectación de la gente se centraba en la invicta temporada de polo que estaban brindando los jugadores del club La Dolfina.

Había pasado una semana haciendo compañía a Manu, quien a sus cuarenta y siete años, por fin se despediría de las canchas portando la camiseta de ese equipo. Todos hablaban del afamado deportista y de que “Sospechosa”, una yegua de su cuadra, se llevaría la Copa Lady Susan Tonwley, el premio al mejor ejemplar equino en el campo.

Gabriela era una de las damas de la jet set internacional, identificada por su riqueza y su famosa ganadería en la pampa argentina. El valioso equino del palenque dolfino viajaba a diferentes países, mostrando sus habilidades en las competencias. Por esa razón, sus embriones y su herencia genética estaban resguardados en un laboratorio. Los porteños celebraban el hecho de haber sido incorporada a un costoso proceso de clonación. Era un animal único, cuyo valor en el mercado alcanzaba los doscientos mil dólares.

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El término de la temporada de polo era motivo para acudir a los exclusivos lugares de convivencia y compartir la cena con visitantes ilustres, provenientes de Inglaterra, Australia, Estados Unidos, España y otras naciones.

Gabriela adoraba el polo, aunque no supiera nada del juego. Pero eso no importaba. Para ella, el hecho de estar allí, representaba la cúspide de la escala social que había soñado desde su adolescencia. Y es que la pasarela en el country convoca a mujeres cosmopolitas que suelen vestir ropa de diseñador sólo para esas ocasiones especiales. Se trata de un público variopinto, ignorante de problemas mundanos y lleno de elegancia y glamour. Una vez al año, se convierten en dorados habituales de la calle central.

Manu y el universo del polo la condujeron a los negocios de esa rama. Aparte del ganado para cárnicos, incursionó en la crianza de caballos polo y pura sangre, y para darle gusto a su hombre, y a sugerencia de él, se convirtió en reconocida fabricante de mazos, elaborados con madera de junco importada desde Indonesia. La incursión en esos instrumentos de golpeo también resultó negocio: diez mil unidades al año, recorrían las canchas deportivas del planeta.

Por la mañana se había despedido de Manu. Una llamada telefónica le obligaba a marchar intempestivamente hacia la estancia. Su madre le urgía a que regresara para atender un problema de uno de sus hijos en Londres. Entonces buscó un boleto de avión que la tendría en Mar del Plata antes del mediodía.

Mientras observaba el brillante litoral desde la ventanilla de la aeronave, pensó en la tranquilidad que ahora disfrutaba.

Reconoció que había sido una excelente idea la de dejar que sus hijos estudiaran en Inglaterra. Así los alejó de las tempestades gallegas y del escarnio heredado a ellos por su mediocre padre de sangre. Aunque los tres muchachos aceptaron desde aquel tiempo a su nueva pareja, en casa todos reconocían que sería imposible establecer un cariño real y una comunicación verdadera con Manu. Allá lejos de la trama del tesoro gallego, ellos habrían de hacer sus estudios superiores, y de ser posible, incorporarse a la vida londinense. Matías apoyó y estuvo de acuerdo en esa decisión.

Para eso había servido la estadía de Gabriela y sus hijos en la capital británica, en la época de la detención de Alex. A partir de ahí, sólo durante las vacaciones escolares de cada año, los chicos viajaban a Argentina. Para aligerar la ausencia, su madre los visitaba en Londres tres veces por año.

La evocación de aquellos tiempos revueltos le llevó a recordar la ocasión en que las autoridades españolas le congelaron las cuentas bancarias a la familia. Por fortuna, sus amigos banqueros ya habían resuelto el tema financiero, poniendo a salvo sus capitales e inversiones en Suiza. Tenía que reconocer que Ortigoza no desveló las adquisiciones e inversiones de los primeros años. Tuvo la frialdad para engañar a Mikel y al Tribunal Supremo informando los montos menores. No tenía alternativa el pobre, lo hizo forzado, debido a que peligraba la vida de su esposa e hijos.

Ella supo de Lloyds Bank y de sus esquemas financieros por “Mandrake, el terrible”. Un auditor que hacía su trabajo, pero que también era un hombre insistente y peligroso para ella. Recordó aquella vez cuando en la recámara, obligó a Alex a despedirlo y alejarlo para siempre de la Xunta de Galicia. Desde su posición como presidente del Consejo de Cuentas, el mago de la contaduría, como se le conocía, hacía presión para despedir a varios de los amigos y parientes, que gracias a ella, ocupaban cargos estratégicos.

Gabriela reconoció que Lloyds había resultado determinante en el esquema financiero de la familia. Gracias a sus asesores de banca, también pudo conseguir un ventajoso seguro de vida para Manu, similar a los que contrataban los deportistas de élite como él. Cien millones de libras esterlinas recibiría ella, si el jugador llegaba a perder las piernas o la vida. Una sonrisa apareció en su rostro al evocar aquella tarde en que Manu lloró en su regazo tras mostrarle la póliza.

Recordó a su exmarido, quien seguramente estaría por cumplir su condena en Madrid. Entonces descubrió que casi se había olvidado de Alex. Pero, acaso él esperaría otra cosa de ella. En ese momento se acordó de sus constantes traiciones y engaños. Cuando él asumió el poder en la Xunta, ella empezó a perder el suyo sobre él. Pensó en que desde ese primer año en Santiago, él había perdido el contacto con la realidad y se había convertido en un esclavo de los placeres.

Borracheras, mujeres, fiestas, falsos amigos y quién sabe cuántas tonterías más. El propio Heri le confesó que había estado en el lujoso departamento de Serrano muchas veces. En diciembre de su primer año de gestión, Borrás, Mouriño y Fran, rentaron un avión para llevar a Madrid a treinta de los amigos más conspicuos para disfrutar allí una inolvidable bacanal que llegó a los diarios más leídos de la capital española.

La voz del piloto por el altavoz la obligó a dejar sus pensamientos. Anunciaba la llegada al aeropuerto platense. Matías la aguardaba para llevarla a la estancia. La nave descendió sin contratiempos y pronto se encontraron padre e hija. Ya en el automóvil, Gabriela habló por el móvil con su esposo.

—Amor, ya estoy aquí. Salgo a casa con mi padre—le dijo—. No sabes cuánto lamento perderme la final y tu despedida de las canchas. Pero sé que triunfarás junto a mi yegua y que levantarás la Copa. ¡Cuida bien a “Sospechosa”! ¡Consiéntela! Ella adora eso. Y no olvides darle su turrón de azúcar, cielo. ¡Te amo, Chao!

Continuará…

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