Matías y Gabriela entraron a la estancia. Apenas cruzaron la puerta, se dirigieron a la biblioteca y ocuparon los sillones frente al escritorio. Una vez repuestos del viaje, el empresario pidió a su esposa que informara a la hija las razones que la obligaron a regresar de Buenos Aires y dejar solo a su marido, no obstante la relevancia y el significado del evento que Manu estaba por afrontar esa misma tarde.
–Hija, perdona que no te haya explicado por el móvil, la causa por la que te pedí volver de inmediato–explicó la madre–. Ayer por la noche, recibí una llamada de Madrid. Una persona que no quiso dejar su nombre, me informó que Alex llegará mañana por la noche a Mar del Plata, para hablar contigo y con sus hijos. Dice que él no volverá a España sin hablar con ellos. Quisiera pedirte que medites con tranquilidad la manera en que resolverás ese asunto y qué acuerdos vas a plantearle.
—Te pido ser benevolente con Alex, y que tengas en cuenta que siempre fue un buen padre—agregó—. Todavía recuerdo sus paseos con los niños, sus frecuentes idas al cine y hasta las ocasiones en que les enseñaba a jugar golf. Debemos pensar que está ansioso por verlos y constatar lo que han crecido y cómo llevan sus estudios. Espero que para cuando te reúnas con él, ya hayas encontrado la salida a este problema. Preferí no adelantarte nada, con la intención de que no lo comentaras con tu marido. Es mejor que tú misma lo resuelvas sin presión alguna.
—Estoy de acuerdo contigo, mamá—contestó—. No será fácil enfrentarlo. Y es que Alex debe estar molesto y desesperado. Sobre todo, porque le solicité el divorcio cuando entró en prisión, y también porque de manera sorpresiva contraje matrimonio con Manu. Por fortuna, me quedan muchas horas antes de mi encuentro con él. Y no te preocupes, te prometo que seguiré tu consejo, madre.
Al día siguiente, Gabriela se levantó de la cama al filo del mediodía, preparándose para salir a montar uno de sus caballos preferidos. Necesitaba sentir el aire fresco del campo sobre su frente, para analizar por última vez las opciones que había encontrado durante la noche. Después de tres horas cabalgando en la soledad de las pampas, volvió a la casa con apetito suficiente para devorar un buen bife de chorizo. Salió de la ducha y se vistió un florido palazzo y una camisa blanca de seda. Acto seguido, se encaminó al comedor.
—Necesitaba el contacto con la naturaleza, papá—le dijo a Matías—. Mami, mientras comemos, les platicaré las alternativas que encontré. Quiero que me den su opinión.
En ese momento sonó el teléfono, que cogió su madre.
—Es para ti. Te habla Malena–le dijo a su hija—.
Cuando Gabriela hablaba por el aparato con su amiga, sus padres vieron como palidecía y se tocaba el pecho, al tiempo que gritaba inconsolable.
—¡No, no, no puede ser! ¡Manu acaba de sufrir un accidente en la autopista!—exclamó—. Dicen que está herido. ¡¿Qué hago, mamá?! ¡Ayúdame, papá! ¡Dios mío, sálvalo, que no muera!
—Espera hija, cálmate—tranquilizó Matías—. Hablaré con el director de policía y roguémosle a Dios que todo haya sido una confusión. La ruta dos es de las más seguras y vigiladas, no lo creo.
Después de comunicarse con el funcionario, Matías enmudeció, y tuvo que ser su esposa quien lo sacara de su estupor. Con los ojos de la derrota y la pena, miró a Gabriela, que lo observaba expectante.
—¡Hija, debes ser fuerte. Lamento reconocer que sí, que es cierto. Manu murió en el lugar del accidente!—le dijo Matías, apenado—. Me dicen que sufrió un choque por alcance con un camión cisterna, cerca de la ciudad de Dolores. Su auto quedó totalmente destrozado y por la fuerza del impacto, el viejo camión estalló en llamas, muriendo también su conductor. El fuego alcanzó el cuerpo de Manu, y aunque lograron extinguirlo, ya no pudieron hacer nada por él. Su vehículo quedó incrustado en la parte trasera del carro tanque. El reporte de tránsito y vialidad, señala que tu marido murió por traumatismo craneoencefálico, por lo que ya no sintió las llamas que consumían su cuerpo. Fue una muerte instantánea.
—Te das cuenta, papá, otra vez me quedé sola—dijo Gabriela, sin disimular un reproche—. Yo tuve la culpa, por no acompañarlo a su último juego. Nunca me perdonaré esa maldita decisión. Pero, no entiendo cómo sucedió ese desgraciado accidente. Él era un experto corredor de autos; su Camaro estaba en perfectas condiciones y Manu era una de esas personas que conocía la autopista de memoria. Por favor, papá, ayúdame a investigar qué fue lo que realmente sucedió en la carretera. Estamos en temporada estival y no había malas condiciones climatológicas. La explicación que te dieron las autoridades no me parece convincente.
—¡Mami, me quiero morir yo también!—gritó Gabriela, llorando—. ¡¿Dios, por qué me abandonas?!
—Calla, Gabriela, serénate, no blasfemes; recuerda que tus hijos te necesitan—.
Continuará…
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